jueves, 26 de julio de 2012

AMOR DOLIDO


Muy buenos días, amigo conde, en este pos-día  del glorioso señor Thiago, el mejor de los apóstoles de la Galilea antigua, traducido hoy como el magnífico contaminante  polvorero de los cielos lindos en los viejos campos iluminados con el blanco lácteo de la vía estelar.

Hoy me divido entre los deseables comentarios suyos  y las tormentosas coletillas de Melena, expuestas en las tres partes que parten de su (de ella) guijarro temperamental.

Creo que pocos son conscientes del alcance metafísico de la instrucción universitaria, principalmente si consideramos una universidad virtual capaz de incrementar el número de matriculados en más de 10 mil al año. Un verdadero milagro del apóstol Jacob en tierras de de la mancha, propio de la multiplicación del euro en las bankias de Hispania. Sin duda, algo muy poderoso que se agrega al fondo de los doscientos mil estudiantes que ya tenía, y sin cualquier costo adicional  de las transferencias del Estado, lo que, sin margen a cualquier duda, refuerza el carácter milagrero en plena edad de los recortes al idealismo austero de lo que se creía justo, honesto y verdadero. Un fin propuesto sin cualquier finalidad del saber, que propone invertir mucho en poco y  de ninguna utilidad. No me digan que el desempleo del estudioso universitario es algo digno de llamarse útil, porque nada es útil si te tiran el pan, el aire, la ilusión...

 “Cuando un mito encuentra otro mito, la colisión es real”. “La mentira tiene piernas cortas pero sabe muy bien donde debe ponerlas”. “El principal deber de la razón es desconfiar de la inteligencia de los otros”. Frases atribuidas al escritor polaco Stanislaw Jersy Lec.

Ayer me dirigí a la facultad de derecho en el largo San Francisco. Lo hice por sugestión de un promotor de justicia, quien me recomendara salir de un círculo hostil e ingresar en otro donde la ilusión crece ingenua, libre de los escollos que el derecho traidor interpone en el camino de un joven peregrino. Llegué a los pies de la catedral a lombo de un veloz burro que, como el gusano, anda debajo del obscuro suelo y lo denominan Metro. Lo que vi en la plaza, que se apoya sobre una monumental obra de la ingeniería civil, fue algo típico de la descripción dantesca de la macabra comedia narrada en su viaje al infierno de Dante Alighieri. Por todo lugar había cuerpos  extendidos en el suelo, sucios, mal olientes; algunos con colilla en la boca, otros me miraban con ojos de la indiferencia  del que nada ve y a todos asusta. La puerta de la catedral estaba abierta. En la escalinata, un grupo de turistas se  tiraban foto. Dos niñas rubias, 15 años, pantalón corto, tenis caro en los pies y vientre expuesto  al estilo de quien se va a la playa, componían el grupo de turistas. A su lado, otras dos, aparentemente también niñas, integraban el escenario enfocado por la gran puerta del imponente templo construido en el siglo XX.  No buscaban salir en la foto. Exhibían la preeminencia de pechos colosales, piernas hermosas y bien torneadas, expuestas hasta el nivel en que el seso se muestra tabú, y el resto, con indicios de que la parte más cubierta era la cabeza, en la que abundaba el velo de oro. Esas dos jóvenes se insinuaban sin ningún tipo de pudor a todos que delante de ellas pasaban, indiferentemente si se traba de turistas, jóvenes o viejos, pastores o curas, abogados o meliantes, eran el espejo de la modernidad a iluminarnos con las costumbres antiguas.

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