Reflexiones sobre un caso penal
Capitulo XXXIII (de no sé cuantos)
LESIONADOS EN
LA REPUTACIÓN
Sí, no lo sé y
eso no debía ser normal.
No me canso de
decir que los de ahí somos los de aquí algunos años, muchos años, después Ya hubo
un tiempo lejano que la cosa ocurría al revés. Pero ahora el cuento es un
plagio de los cuentos de otrora que nesta hora toca el timbre de las orejas
bardas. Por muy melancólico que suene o muy bien encerado el yunque se
encuentre, sobre el césped del manto extendido, en su forma de piel de toro,
asientan la mano abierta, en fiel juramento de lealtad y cumplimiento del deber,
los dioses divinos de lo nuestro.
Al fin y al
cabo otra cosa no practican sino el buen acto que justifica el eterno
equilibrio entre el bien y el mal, el mal haber de quien quiere todo y el buen deber
de los que nos descuidamos entre los
hábitos negros con matices de púrpura trombocitopenia de origen idiopática.
No es de mi hábito
epistolar hacer referencia al hijo de quien quiera que sea,a preferentista manchego o a larápios, gatunos o ratoneros de mano extendida y escondidos en
caja abierta o expuesto al sol de un
banco privado. Cada uno es hijo de la madre que lo parió, y no pongo punto
final porque en el horizonte se vislumbra los nacidos de reproducción por
injerto, reproducción clónica y otras novedades del mundo moderno.
Decía que no
es de mi hábito…
Para mejor
exposición en estas líneas bien
alineadas, yo debía decir “no era mi
habito” porque después de haber sido condenado por supuestamente haber llamado
hijo de puta a un pastor evangelista en su santo labor de estragar mis dientes,
un ilustre arbitro de la justicia humana me ha hecho pensar que todos son hijos
de alguna cosa, la cual, por articulación de la lengua pueden ser mil hombres,
como decía Fernando de Aragón de su santo amigo Borgia, o de Puta, por
referencia a la diosa menor de la agricultura dedicada a la poda (putabis) de la
arboleda por mejorar la madurez de los frutos.
A instancia de
varios jueces que se alternaron, no para demostrar mi culpa y si para convencerme
de que con culpa o sin culpa la pena sería mía y mi única alternativa sería
aceptarla como agrado a la soberbia sabiduría, la sentencia transita en juzgado a espera
de que el Supremo decida su fallo.
Pienso que no
es momento para responder con contundencia a tan absurda condena, pero
concuerdo con mi amigo Alfredo de que, en mi condición de gallego y humano de
cualquier naturaleza, nadie me va respetar si yo me doblego a sentencias
espurias en función de falsa acusación, hecha por alguien de cuya madre yo
ignoro su existencia y todo lo que su santo hijo me imputa yo reputo falso.