sábado, 25 de octubre de 2014

CAPITULO XXXIII


Reflexiones sobre un caso penal
Capitulo XXXIII (de no sé cuantos)
LESIONADOS EN LA REPUTACIÓN


Sí, no lo sé y eso no debía ser normal.

No me canso de decir que los de ahí somos los de aquí algunos años, muchos años, después Ya hubo un tiempo lejano que la cosa ocurría al revés. Pero ahora el cuento es un plagio de los cuentos de otrora que nesta hora toca el timbre de las orejas bardas. Por muy melancólico que suene o muy bien encerado el yunque se encuentre, sobre el césped del manto extendido, en su forma de piel de toro, asientan la mano abierta, en fiel juramento de lealtad y cumplimiento del deber, los dioses divinos de lo nuestro.
Al fin y al cabo otra cosa no practican sino el buen acto que justifica el eterno equilibrio entre el bien y el mal, el mal haber de quien quiere todo y el buen deber de los  que nos descuidamos entre los hábitos negros con matices de púrpura trombocitopenia de origen idiopática.

No es de mi hábito epistolar hacer referencia al hijo de quien quiera que sea,a  preferentista manchego o a larápios, gatunos  o ratoneros de mano extendida y escondidos en caja abierta  o expuesto al sol de un banco privado. Cada uno es hijo de la madre que lo parió, y no pongo punto final porque en el horizonte se vislumbra los nacidos de reproducción por injerto, reproducción clónica y otras novedades del mundo moderno.

Decía que no es de mi hábito…

Para mejor exposición  en estas líneas bien alineadas, yo  debía decir “no era mi habito” porque después de haber sido condenado por supuestamente haber llamado hijo de puta a un pastor evangelista en su santo labor de estragar mis dientes, un ilustre arbitro de la justicia humana me ha hecho pensar que todos son hijos de alguna cosa, la cual, por articulación de la lengua pueden ser mil hombres, como decía Fernando de Aragón de su santo amigo Borgia, o de Puta, por referencia a la diosa menor de la agricultura dedicada a la poda (putabis) de la arboleda por mejorar la madurez de los frutos.

A instancia de varios jueces que se alternaron, no para demostrar mi culpa y si para convencerme de que con culpa o sin culpa la pena sería mía y mi única alternativa sería aceptarla como agrado a la soberbia  sabiduría, la sentencia transita en juzgado a espera de que el Supremo decida su fallo.

Pienso que no es momento para responder con contundencia a tan absurda condena, pero concuerdo con mi amigo Alfredo   de que, en mi condición de gallego y humano de cualquier naturaleza, nadie me va respetar si yo me doblego a sentencias espurias en función de falsa acusación, hecha por alguien de cuya madre yo ignoro su existencia y todo lo que su santo hijo me imputa yo reputo falso.


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