Señor
y muy venerado amigo Conde, siempre que pude yo he asistido con mis oídos de
pájaro la dulzura de algún concierto. En la primera infancia eran concierto de
curas, en canto plano, monótono y repetitivo como el santo rosario, expresivo y
glorioso como la resurrección por el grito de Aleluya! proferido por el pensamiento
de Handel y magistralmente traducido por un sinnúmero de fusas y confusas
notas musicales.
Mire
usted por donde uno puede caminar a un determinado objetivo y a él llegar por
caminos difusos del sonido celestial. Puede ser el rugido salido de la boca
animal; puede ser el acallanto de la voz materna, emitido para minimizar la angustia de un
cuerpo desprotegido; pero también puede ser el sonido arrancado de una cuerda
hecha con tripa de cerdo el motivo simple para transportar nuestra ilusión sobre
este mundo etéreo a camino de la trascendental y eterna paz. Cuando todas las
voces se unen, el resultado es una obra celestial, algo propio de dioses, algo
natural en la cultura del animal humano,
algo que siempre toca el nervio del paisano gallego y hace vibrar toda su
esencia, aunque sea por el fuelle de una singular gaita heredada desde los
ancestrales celtíberos, evidentemente para no decir nada de los eternos
ceeíberos na costa da vida, los que tenemos por destino la muerte a largo plazo,
después de haberla vivido y sufrido plena en la ocupación de todos los
sentidos.
Uno de
sus multiculturales discípulos, aquel con alma de madera, aplanada del roble extraído
de la vieja carballeira, reprochaba días pasados una palabra escrita por usted
con jota, cuando él creía que debía ser escrita con ge ( o lo contrario, que
para efectos de lo que yo digo es lo mismo). Esa madera estriaba en lo cierto,
pero su vida ya no es la nuestra, de aquellos que ya no sabemos cuál de los
cuatro caminos podría haber sido el mejor.
Aleluia,
Aleluya, Hallelujah fue escrito por Georg Friedrich Händel. Federico podría
haber sido abogado de haber seguido la orientación de sus padres. Lo mismo hubiera sido el poeta de Lorca si no hubiera ido a Madrid, o allí no
hubiese conocido el Dali y el Luis Buñuel, a quien supongo amo del loro
Foderico.
A Jorge
Foderico el destino le reservaba un mundo de evidencias ignoradas, muy
distintas del derecho retorcido que se ampara bajo el techo mariano del apóstol
santiagués y su principal discípula, Soraya, ambos derechistas por vocación y
estudio.
Georg (
o Jorge, qué más da!) amaba la homofonía sin perder el sentimiento de que dos o
más voces, que se muevan acordes dentro de un punto de vista armónico, son
capaces de seguir el mismo ritmo o ritmos convenientes a la capacidad de canto
de una determinada paisanía.
El paisano
mariano hace temblar la cuerda del conjunto popularmente concertado dándole un
timbre poco afecto al buen sentido de las masas
y muy apropiado al gusto tragicómico
de la nobleza feudal en aquel ambiente inexpresivo por la explosión de belleza
real, permanentemente en desequilibrio con el bienestar añorado de la aldea
global.
Aleluya
a la sombra que vuelve y tanto nos asombra por la crisis del euro y la tozudez
por transformar la desocupación en sinónimo de austeridad. Handel muestra que el
sonido del rey de los reyes suena para siempre (Aleluya!) Begoña recuerda la sombra,
allí, al pie de los cabezales, irónica a facernos mofa. Villa Lobos, con su
quinta bachiana en un A muy abierto, suena lo necesario para inundar todos nuestros
sentidos con el sentimiento de la reflexión.
Cala a passarada a seus tristes queixumes... A
cruel saudade que ri e chora... Uma nuvem rósea lenta e transparente sobre o
espaço, sonhadora e bela.
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