domingo, 18 de marzo de 2012

TEMPESTAD


Mucho, muchísimo dinero es todo lo que necesita el sector financiero para poder trabajar. Los empresarios, para poder capitalizarse, necesitan crédito, mucho crédito, de sí y de todos. Para producir dinero y crédito son necesarios trabajadores para imprimir algo que merezca el honor de llamarse dinero. Para que exista riqueza, alguna parte de tanto dinero debe llegar hasta el trabajador y le sirva como medio de obtener crédito para alimentarse, reproducirse y continuar en la fe dichosa de que todos los trabajadores también somos hijos de Dios.

Dios en su séptimo día de labor en la tierra vio que todo que había hecho no sería suficientemente bueno si no tuviera algo o alguien para vigilar lo que hacía el primer hombre con el duro hueso de su costilla, muy asediada por el rabo de la culebra y los colores de una vistosa manzana. Todos los tres, amparados por el cansancio que adormecía el creador del universo, urdían, a la sombra del manzanar, ardid   que pudiera distraer el señor y morder la rica manzana, fruto comestible reservado para la sobremesa del día siguiente al primer descanso registrado en la historia de la animalidad terrestre.

Estructura industrial, funcionamiento de los mercados, causas y efectos de la regulación pública son tres temas que circulan en la preocupación de los economistas españoles 20 años después de haber sido concedido a George J. Stigler (1911-1991) el galardón de premio nobel por su preocupación pasada en el abordaje de ese trío conceptualmente económico. La gran herramienta que permite estructurar el andamio que da suporte a eses tres escenarios es la información, algo que al parecer no ha sido tenido en el buen aprecio de la política española, que debía conocer mejor para mejor orientar los malos efectos del mercado y proveer los consumidores con más conocimiento sobre aquello que compran, más conocimiento a los productores sobre lo que sus competidores venden y el coste público de adquirir ese conocimiento.

Vivimos un momento de nuestra historia en el que el Estado desarrolla un esfuerzo extraordinario para rescatar los impagos de un profundo descaso. Toda vía mucho mas extraño es que los dirigentes políticos en su gran mayoría se apunten en grado máximo de urgencia y eficiencia a la chifladura de tan distinguido plano. Más una vez se recurre al uso público de los recursos potenciales para agraciar el ego de grupos económicos en detrimento del empleado desactivado. Es un uso para abuso y castigo de las generaciones venideras, que habrán de pagar este supuesto beneficio  a intereses impagables, prorrogando esta situación insustentable a momentos más dramáticos.

Se hace evidente la participación de acreedores (reales o falsos) en la formulación de reglas orientadas a la facilitación de sus ganancias. En tal sentido, Stigler muestra un conjunto de evidencias empíricas para ilustrar su teoría de regulación económica. El estado, con todo el poder de su entramado mecanicista, es fuente potencial de recursos y también amenazas a todo y cualquier emprendimiento social. Con su enorme poder, el estado prohíbe en algunos casos y facilita en otros, según el interés del momento y de las personas que gobiernan, generación de riqueza. Lo hace por un proceso de selectividad arbitrario, destinado (para el bien o para el mal) a grupos de su preferencia. En nuestro ejemplo de Ferrol, el sector de gas fue destino de beneficios políticos y financieros en detrimento  del enorme descaso que se ha propiciado a la industria naval. En nivel nacional, la nueva regulación laboral ha mostrado su interés descaradamente beneficiador del despido y abandono de la clase obrera al capricho privado de los poderosos adinerados.

En plena vigencia del uso y abuso de regulaciones caprichosamente asimétricas está el estatuto del desahucio, maquiavélicamente indecente, inmoral, injusto y políticamente bien abordado por un hermano nuestro, el presidente del Ecuador en su cita con el presidente de España. ¿Como la justicia medianamente sana puede explicar que se tire la vivienda de una familia, que mucho la necesita, y la ponga en bandeja de plata para entregarla a los bancos que absolutamente de ellas no llevan gusto?

Rafael Correa es economista educado en la República del Ecuador, Bélgica y Estados Unidos. Mariano Rajoy fue educado en Santiago de Compostela, donde concluyó la licenciatura de derecho para ser, a la edad de 24 años, el registrador de la propiedad más joven de España. Son dos estilos personales muy diferentes, y esa diferencia fue engrandecida por la talla cultural y filosofías desarrolladas en el ámbito de profesiones distintas.  Rafael en el año 2008 tuvo la valentía de declarar ilegítima la deuda nacional del Ecuador bajo el argumento de que ella había sido contratada por gobiernos despóticos y corruptos. Mariano no ha dormido por la pesadilla que lo impulsa a declarar ilegítimos los derechos laborales tan duramente conquistados por la clase obrera durante legislaciones pasadas; entiende que es bueno para la economía española, porque baratea el trabajo y lo hace más competitivo para que cinco millones de españoles parados sean desahuciados por la injusticia de una tercera clase, el tercer poder. Algo que Rafael Correa no consigue entender que pueda ocurrir cosa semejante en el glorioso reino de España.

Ha respondido nuestro presidente que el tema del deshaucio es un asunto muy dificil de ser resuelto. Muy bien, admitamos que es algo dificil, pero seguramente no es tan complicado ni conlleva consecuencias tan desastrosas como la tozuda reforma laboral, elaborada para ofrecer cariño a intereses espurios y dejar la clase trabajadora al descubierto durante la violenta tormenta, eufemísticamente conocida por el nombre de Crisis.

El presidente del Ecuador pone un cuerpo jurídico a disposición del medio millón de ciudadanos residentes en España. Es hecho que el gobierno de España debía haber instituido para defender la lealtad de los hermanos españoles y defenderlos, no solo a los ecuatorianos como también a todos que de diferentes países vinieron a España engañados por la propaganda dorada de hienas y coyotes desalmados.  

El cierne central recogido en la teoría de la regulación se expone para explicar, a todo el árbol, raíz, tronco, ramas, hojas y frutos, los beneficios que supuestamente todos tendremos cuando los recursos de todos sean regulados para producir beneficios a unos pocos, de preferencia a hunos cada vez menos, para que puedan esos pocos pisotearnos más y disfrutar cada vez mucho mejor, siempre para desgracia de la hierba que mal crece en el pasto seco. La meta de algunas leyes es posicionada en campo para permitir que el objetivo imperioso de la regulación sea alcanzado. Naturalmente, hacer goles exige mucho dinero para ser invertido en equipos eficientes, muy disciplinados y con capacidad de autorregulación en los momentos precisos para que el gol se concretice. Esta es una buena razón para que el equipo opositor entienda las razones de que la ley se deba cumplir, aún al coste de perder la razón y sin otra emoción que el disgusto de verse perdido.

Es curioso observar la asimetría en la penalidad aplicada, en función de protocolos jurídicos, a un hambriento que en un supermercado roba un kilo de arroz y a otro que, en la confianza que ese mismo pobre, asociado a muchos otros, le ha otorgado, substrae ahorros e impuestos de la sociedad que administra.

En cierta ocasión, hace muchos años, en una cooperativa que yo hacia compras, fui testimonio de un crimen practicado por un obrero,  a quién su sueldo mensual no llegaba para cubrir los aumentos inflacionarios y las necesidades mínimas para sustento de su familia. Fue acusado de haber tentado robar medio kilo de carne. La empresa en que trabajaba, de origen germánico, también promotora de la cooperativa, decidió dimitirlo por justa causa y sin derecho a cualquier indemnización. El stress y desespero de aquel humilde trabajador fue tamaño que decidió vengarse de la modesta operadora de caja, quien en obediencia a las normas lo había denunciado. Volvió a la cooperativa armado con un revolver y disparó un tiro en la cabeza de su denunciante. El pánico se extendió en todos que hacíamos compras, y mi esposa, que esperaba mi segundo hijo, tuvo que ser socorrida al mismo tiempo que yo socorría a la desfallecida víctima de un desempleado desesperado. Algunos años después, aquella diligente empleada de caja, mal recuperada de los efectos de la bala, fue demitida por razones de mejorar la competitividad entre los funcionarios de la cooperativa.

En cualquier sistema de aplicación de las leyes es fácil observar la figura rígida de una mujer ciega con un sable de doble filo, erecta y siempre dispuesta a aplicar las normas públicas, desarrolladas genéricamente al arbitrio de particulares legisladores en supuesto beneficio del legislado. Es sabido que por presunción de inocencia el estado condena la aplicación de pena antes que la acusación transite en juzgado. Es un principio que, por ser extremamente caro, en la práctica solo atiende a los ricos y siempre en explosiva proporción a lo que esa riqueza pueda proporcionar al status quo de los privilegiados gestores de las normas sociales. Para reducir tan detestable y perverso efecto social se hace necesario aplicación de fabulosos recursos preventivos y caudalosas inversiones que, en último recurso, son ahorros de quien ya no es capaz de ahorrar y los va saqueando de su capacidad de subsistir, poniendo en peligro todo el equilibrio económico tan duramente conquistado por generaciones pasadas, en muchas circunstancias al coste que habrán de pagar generaciones venideras.

Más dinero aplicado en la defensa no necesariamente implica en más seguridad y más justicia. Cuando todo ese dinero era retirado de lo que el capitalista creía que debía ser suyo por algún sortilegio de la divinidad, su uso era aplicado en ofrecer mayor gravedad a una ofensa leve, y ofrecer defensa amplia a los tutores del Medievo legislativo por eventual deslice o irregularidad en sus funciones que pudieran dar causa a una baja de la moral pública o poner en peligro la existencia del estado opresor. Modernamente, sin mucha diferencia al compararlo con los tiempos antiguos, los dueños de grandes propiedades, agrícolas, industriales, comerciales o de servicios, requieren infinitamente más garantías del estado que la colectividad de los humildes paisanos en la defensa de las ofensas sufridas. Algunos políticos insisten en anunciar que eso es bueno para la patria y que las grandes riquezas deben ser protegidas por policías y guardias de una comunidad, para que no sean robadas por el pueblo de esa misma comunidad. En su miseria, el pueblo que desee protegerse en el interés de su seguridad familiar debe promover su propia defensa contra crímenes practicados por el desvío de la opulencia, lo que a veces consigue con torpes resultados y un riesgo adicional a su salud y patrimonio familiar.

Las relaciones de consumo sufren continuos asaltos y el peor destrozo cabe siempre al consumidor. Me acuerdo haber comprado un móvil en mi comunidad perceebera que ya de cara me daba continuos problemas en la recepción o emisión de voz. Expuesto el problema al comerciante del modelo, este emitía un protocolo de reparo y solicitaba volver dos o tres semanas después para recoger el móvil reparado. Sorprendentemente, a pesar de una lista de defectos corregidos por un supuesto técnico de reparos, el defecto de recepción y emisión continuaban exactamente los mismos. Hubo más una vez y otras más hasta que mi paciencia de flojo consumidor fue consumida en aquella relación de consumo y pasé a exigir la troca de móvil o la devolución de dinero. Ni una cosa ni la otra, el comerciante me orientaba a registrar mi queja en un órgano para defensa del consumidor, en Corcubión. Era como si el monopolio de mi sentimiento tuviera que ser subordinado a la burocracia de otras personas sin cualquier interés en la solución de mi problema. En el camino a mi vivienda en Toba se me ocurrió una arriesgada defensa de mis intereses. Atacaría donde más duele al comerciante, con propaganda hecha con la prueba de un mal producto y un falso servicio.  Resolví posicionarme a la puerta del establecimiento y allí abordar potenciales compradores para explicarles con ejemplo real como aquel comercio trabajaba. Sufrí dos amenazas de intervención por parte de la policía local, quien, según el comerciante, había sido llamada para defender los intereses comerciales. Consciente de mis derechos legales como consumidor, resistí a las amenazas y, después de dos o tres negocios frustrados, la comerciante recogió el móvil defectuoso y me devolvió integralmente el dinero por mi invertido. Técnicamente, en culturas más evoluidas sería exigible algún tipo de reparo moral, pero yo me di por satisfecho y mi problema por ofensa a una relación de consumo terminó con adquisición de otro móvil en otra empresa y que me sirvió perfectamente en su función de instrumento de comunicación con mis amigos.

Los límites de la legalidad cambian continuamente en función de intereses dominantes. La física y la química como disciplinas de un currículo escolar tuvieron más prestigio en la primera mitad del siglo pasado del que parecen tener hoy. Asignaturas tradicionales como zoología y botánica han ido resbalando para el interior de la biología. Ninguna ciencia estudia activamente todo que al mismo tiempo pueda caber en el cuerpo de su definición. En los primordios del siglo XIX era muy común ver como se describía la Economía como siendo algo destinado al estudio de la producción, distribución y consumo de bienes económicos, esto es, aquello que se creía parte de la riqueza que se podía atesorar, almacenar o capitalizar. Por tal estudio, los gobiernos sabrían llegar a un estado de opulencia y bienestar. En aquella época ningún esfuerzo era dedicado a la acumulación de conocimiento en investigación y desarrollo, mucho menos existía cualquier interés por el comportamiento de los consumidores. Durante cien años (1860 – 1960) ningún cuidado se observa en el estudio de la influencia  económica ejercida por la población. Como también es verdad que la descripción de la misión de economía “Economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano y sus relaciones con el fin propuesto sin escamotear medios que puedan servir de alternativa a la realización de aquellos fines”-  no desarrolla por completo todos sus propósitos declarados.

 El regulador de normas se comporta de acuerdo a una agenda que tiene el interés público como meta de sus propósitos. Por su vez, el capitalista, en calidad de supuesto regulado, lleva en la cartuchera un conjunto de estrategias que le permite ver cualquier camino que aparezca dentro del horizonte de su principal interés, la acumulación de riqueza. ¿Para que? Ni el mismo capitalista lo sabe, pero conduce toda su vida firmemente motivado por una fe que no lo deja desviar del objetivo principal: ser dueño, al resguardo de sus estrategias por cualquier medio, de lo que su cuerpo jamás será capaz de disfrutar en la plenitud de su poder.

El mercado no es un ser perfecto exento de fallas. El Estado, como representación de un cuerpo mayor, debe intervenir para corregir sus defectos, por lo menos aquellos que son grandes y saltan a los ojos del observador más desavisado. Infelizmente, atrás de las intervenciones estatales  surge casi siempre alguna debilidad que pone en destaque defecto más agudo en función de distribución de información privilegiada a algunos sectores, que pasan a defenderse o a aprovecharse de la regulación en prejuicio de quien está al margen de la regulación. Los grupos de interés o lobbies buscan siempre el mejor resultado para sus representados. Es algo natural y comprensible, pero los resultados que esos grupos desean no son necesariamente buenos para la población, que en último análisis es quien tiene los recursos económicos indispensables a los beneficios que ellos buscan retirar de sus trabajadores.

Por el finisterre de mis amores penetran obscuros nubarrones. Son preludio de un cambio de tiempo. Son aviso para una fuerte tempestad. Temo que mi paraguas tropical no consiga protegerme del rego torrencial que amenaza  deslizar desde la cumbre de los montes a los pies de la ribera en esta mi nación perceebera. 

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