lunes, 11 de junio de 2012

EL SENTIDO PERDIDO


¡Caramba! amigo conde¡, veo como algunos de sus plumeros se lucen poniendo bajo sus pies los espinos que arrancan de las rosas, al mismo tiempo que el perfume que de ellas emanan la introduce por sus narices en un continuado esfuerzo para solventar la aromaterapia de la retaguardia guerrera.

Es el caso del incendiario Nero, antiguo contubernio  en la paz social de los ocho años pasados. ¿Os acordáis cuando este señor se escandalizaba por los escritos de Ceeíbero, cuando este relataba las maravillas del pirarucú, la carne deliciosa del bayacú después de arracarle, con los cuidados de un  pescador experiente, su mortífera bolsa de veneno?. Eso para no hablar del dulce sabor de la carne de un gigante pirarucú. Para no hablar otro día, quise decir, pues la leyenda del pirarucú se encaja perfectamente en la estructura dialéctica del guerrero Nero.

Pirarucú vive lleno de vanidades, con algún egoísmo y excesivamente orgulloso del poder que piensa obtener de la tribu popular. Pirarucú es un bravo guerrero, yo diría bárbaro como cualquier gurrero que usa el poder bruto de la fuerza cuando cree que la fuerza es solo suya.

Pirarucú desciende de un hombre de buen corazón y también cacique de tribu, pero es un poco perverso y le agrada criticar a los dioses.

Tupá es dios de los dioses y observaba Pirarucú desde hace algún tiempo. Un día Tupá decidió castigar Pirarucú ordenando que por la ribera se esparramase el rayo más poderoso de toda la historia. Substancialmente ciego por el brillo del relámpago y algo sordo por el ruido del contundente trueno,  Pirarucú no percibió la enorme torrente de lluvia que bajaba del cielo para cubrirlo junto con otros pescadores, que pescaban en las agua revueltas de nuestra ría muerta. Cuando Pirarucú sintió la llegada de las ondas reventando furiosamente sobre las rocas, simplemente las ignoró con un sonriso macabro y palabras de desprecio. Entonces Tupá envió Xandoré, diablo que odia los hombres, para arrojar sobre la cabeza de Pirarucú todos los rayos que podía sacar del polvorín y, así, fulminarlo   con una estaca que la furia había arrancado de un envejecido árbol crecido en las tierras del oro. El gallo acertó el corazón de Pirarucú y este, tremendamente asustado, buscó el refugio en las produndezas de la ría y allí se transformo en un enorme y obscuro pez.

Bueno, la gesta de Nero no es la misma cosa que la gesta de Pirarucú, y en nada los dos se parecen. El sabor de Nero es radicalmente acedo, agrio, picantemente rojo bordado de sangre ayer. El sabor del pirarucú es dulce, objetivo deseado por cualquier hacienda empeñada en el cultivo de linguados y sus respectivos fines de dominio costero.

Los errores, de haberlos, e habelos hailos,  son los mismos,  y el estado de las evidencias conducen al mismo fin. El fin del cachondeo por el que el último que ríe reirá como ríe un loco al verse solo, vagando en este mundo. A donde vamos parar cuando nos dicen que deuda no es déficit y déficit no es deuda, que hay que gastar solo lo que se ingresa y gastamos a destajo por los prestamos que vamos pidiendo para darlo a los que mucho ya han arrancado y no han dejado un pacú de empleo para poder pagarlo y rescatar o intervenir en los azares, mal sueño y sentido perdido del pirarucú .


No hay comentarios:

Publicar un comentario