viernes, 14 de septiembre de 2012

RESCATE (I)



Rescate sí, rescate no. Ayuda para mejorar o ayuda para peorificar.

¿Confiar en los divinos? !No, señor, ni hablar!

 El mar no está para peces y en las praderas sobran corderos. El escenario, sí, está bueno para lobos en el campo y tiburones en el mar. Sobra el aire, pero el aire nos llega contaminado por todos los lados y ya no hay dinero para prevenir  los males de un aire saturado de malos políticos, piratas financieros y raposos hambrientos delante de un gallinero al descubierto. En lo alto, vigilando la ría, queda el loro Foderico un pouco canso da vista de tanto fincar o ollo no casco da mariña gasificadora.

El gran negocio actual es vender DEUDA  a destajo. Para vender DEUDA, necesario se hace disponer de un estoque razonable de DEUDA para que los mercados confíen en el resultado que sus gestores inteligentes habrán  de obtener en ese iluminado y soberano mercado de DEUDA. Luego, señores dueños autonómicos, todos por uno y uno por todos: ¡JUNTOS A LA DEUDA!

Nuestras ventajas son muchas para alcanzar la cumbre en el maravilloso mercado de la Deuda libre.  Por ejemplo, somos más pobres que los alemanes, luego podemos pagar más intereses para contraer Deuda y así nadie desconfiará de nadie, pues es natural que los pobres paguen más intereses, más impuestos y contribuyan hasta el extremo de sus fuerzas a favor de la DEUDA gigante.

Decía mi Señor, porque él lo ha dicho, que es bueno que haya gente trabajando para que se puedan pagar las pensiones a la gente que ya no está en condiciones de trabajar (ya sabemos, no pueden trabajar en virtud de aquella plaga lanzada por dios al hombre como castigo, al haber sido desobedecido en su lamentable broma de impedirlos de comer una miserable frutita en el paraíso perdido. Es bueno que haya gente trabajando y, por tal razón, ofrece todas las facilidades para que la gente no trabaje, y eso fue lo primero que mi señor ha hecho por medio de lo que se pretende denominar poderosa reforma laboral. Y se explica: las pensiones se pagan con las cotizaciones de las personas que están trabajando en estos momentos, y las pensiones nuestras se pagaran con lo que coticen cuando seamos pensionistas. En algún otro momento, usted, mi señor, dice que tal vez nuestros patricios no le entienden porque ustedes no lo explican bien. Y no es verdad, ustedes lo explican maravillosamente bien, lo explican tan bien y mejor que los curas de mi autonómica Perceebes, cuando pedían a nuestras madres y abuelas que anduviesen por las calles rezando compungidamente para que la lluvia llegase en tiempos de secura profunda; lo explicaban por la profunda fe que transmitían a la gente de buena fe  que pasaban a desconfiar que sus lágrimas no eran suficientes para llenar el cielo de nubes y provocar el buen riego de la cosecha marchita. Más de una vez yo observé, señor, como el agua llegaba a cantaros sobre el campo después que la cosecha estaba perdida. Es verdad que usted, mi señor, lo explica bien. Pero la explicación, carente de cualquier fundamento verdadero, no pasa de una simple plegaria, sin efecto secundario que otro que no sea usted se lo cree. La pensión que cobra la gente trabajadora la han pagado ellos mismos, del mismo modo que la pensión que cobrarán los que hoy están trabajando la está pagando los que hoy trabajan. Habiendo cualquier duda a este respecto necesario se hará buscar el paradero de las contribuciones hechas con tanto sacrificio del arduo trabajo hecho por nuestros héroes jubilados y, también,  la de aquellos que, por la imperiosa vicisitud de la vida, han contribuido y fallecido, sin nunca haber recibido un patacón de la Seguridad Social de la más autonómica de todas las autonomías, ahora feudo del capricho de los mercados financieros, sin nombre, sin cara y sin vergüenza.

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