jueves, 13 de diciembre de 2012

Sombra negra



Fai meses que ando pela obscuridade da vida.

Já não sei se caminho morto ou transpiro vivo pelo lastro que puxeran na cova da minha existência.

O buraco é moito fundo. Non as vexo, entrementes as sinto: moitas miñocas perfuran a terra para oferecerme a sensação de que, ao senti-las, eu poida afirmar, com a inteligência de um antigo orador, de que, habendo cheiro, um está vivo. A morte é um estagio posterior no qual neñun sentidiño se activa, porque o fedor, ao perder a alma, tambén perde a capacidade de estimular as narices de calquer semellante a fuciñar os meadros  em trevas, rumbo da rumba final, que todos, sem excepción, aberemos de tocar em algum momento da existencia.

Hubo un principio em el que todo era infome e vacio. As trebas cubrían o abismo. Un vento morno ondeaba as augas do océano. Ahí apareceu Nonseiquem para ordenar:  Leven luz aos oios do neno. E o neno pasou a ver como as trevas desvanecian. E o galeguiño vio que ver era coisa boa, e pasou a gostar de tudo que via.

Facendo vista buena a todo que veia, o neno pasou a ver de dia o que outros non vian na noite, e durante a noite soñaba como haberia de ser o outro dia. Por esta arte do sentidiño formal da visión, o neno foi aprendendo, e crecendo. Em terra firme creia saber navegar. Em augas turbulentas creia saber cavalgar a rienda solta. Prantou vegetales que daban semilla para a gloria da reprodución, millo para ser moido nas muelas das escavanas e, a seguir, na quentura de um forno, se transformaba em um delicioso pan de broa que podia ser comido cando a fame apertaba o bucho em desaroio.

El niño vio que todo ló que hacia era bueno. Y así fue pasando el primer día de su niñez. Después llegó el segundo día en el que se creía un mancebo y, sin percibirlo, pero registrando por sus ojos todo lo que a su alrededor pasaba, fue pasando toda la juventud en perfecta asociación con los demás sentidos. Ningún otro sentido se mostraba celoso o resentido con el duplo sentido de la visión, este tenía el don  de un ángulo recto por la izquierda y un otro tanto, todavía más recto,  por la derecha; ambos contribuían, sin ninguna imposición del órgano central, a mantenerme en la paz  de un fértil y plácido llano. Y así, viendo como era bueno, me fui sosteniendo en el espacio vigilado por muchos otros ojos, de muchos colores y razas que habitaron mi entorno.

Era para mí la vida entera,
Como un sol de primavera,
Mi esperanza y mi pasión.
Sabía que en el mundo no cabía
Toda la humilde alegría
De mi pobre corazón.
Ahora, cuesta abajo en mi rodada,
Las ilusiones pasadcas
Ya no las puedo arrancar.
Sueño con el pasado que añoro,
El tiempo viejo que lloro
Y que nunca volverá…


Decía yo, al principio de estas bien trazadas líneas, que voy caminando por la obscuridad de la vida. Hace meses penetré en el interior de lo que a mi parecía un corto túnel. Entré en él ligeramente entubado por una pequeña picada en el dorso de la mano izquierda, por allí se había de introducir un anestésico para una operación militarmente indolora. Pero como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadeó mi vista en pos de la luz. Y el humor vítreo, deseoso de cantar alegría, se precipitó con un grito de dolor para alertar todos los demás sentidos de la introducción de un elemento extraño, antes ignorado por la izquierda y siempre indeseado por la derecha. Yo vi, resucitado de la anestesia, como cortaban el cristalino del ojo izquierdo y se acomodaba el derecho para que no lo cortasen también. Como una picada de alacrán, el punzón introdujo su cuerno en la córnea, damnificando su capacidad de refracción. Al día siguiente, cuando retiraron las vendas del ojo izquierdo, la sensibilidad inervada mostraba el vuelo de asas de cucaracha. El humor se hizo gélido, afectado por la acuidad de la lágrima y colirios receptados para proporcionar el retorno de la cultura, antes muy bien iluminada por el foco del monitor y siempre alimentado por la caja de cultura universal, que se alberga en el interior de una insignificante máquina digital.

Hoy vi una luz. Ávido por interpretarla, desde el estado central ordeno al pelotón de diez dígitos para que marchen por la llanura del tinglado digital. Les pido para que salten bajo el comando bipolar de los ojos de mi cara. A la córnea exijo total transparencia para que permita el retorno de la luz. Me obedece sin hesitación, pero el iris y el cristalino son afectados por exceso de luminosidad y el nuevo iluminismo entorpece la visión de todo lo que el estado central  desea ver. Consulto mi asesor cirujano, y este, desde su ministerio médico, recomienda el goteo de suspensión oftálmica, un agente antidisturbios con porreta cortecosteroide. Ha funcionado desde la primera dosis como un corta dolor. Pero como la transparencia cristalina del nuevo ojo es absoluta, el exceso de iluminismo provoca algún descontrol en el chip del iris y una borrasca aparece para obscurecer la tocha que vi clareando el túnel, y a mi parecer, por capricho de mi voluntad, siempre adherente al buen optimismo, creía entender que un poco más adelante estaba el fin del agujero negro y, finalmente, el autonomismo de la función ojeadora sería recuperada para el bien general del cuerpo total. Infelizmente todo se extravía, cada cual en su carrera, como caballo desbocado en faena de guerra.  Mis ojos se cerraron y el mundo sigue rodando. Se apagan los ecos de mis recuerdos y brilla una luz celestial. Es dulce, piadosa, me hunde en el quebranto. Lágrimas borradas se niegan a brotar, no dejan ni el consuelo de poder llorar.

“Por que sus alas tan cruel quemó la vida!
Por que esa mueca siniestra de la muerte...
Quiero abrigarme y poco puede mi suerte,
Como me duele y se ahonda mi herida.”
Yo se que ahora vendrán cosas extrañas
Como sombras de tormento.
La vida es mentira, negro es mi lamento.”

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