jueves, 25 de abril de 2013

SORNA QUIROFANAL


De Cee(l)(es)tá claro que a mi parecia entender mucho cuando deambulaba por el campo sacrosanto do Sacramento, teniendo el sol encubierto por  verdosas follas del árbol platanero y en mis manos un libro salido de la pena de Estefanía, republicano, autor de novelas  que dibujaban el carácter de los nobles bandoleros del oeste americano

Mal tenía yo siete años y el idealismo de mi carácter se estructuraba en el heroísmo de los personajes norteamericanos idealizados por el toledano Marcial Lafuente Estefanía. Plomo en el cuerpo, Torrente, Rebelión  y muchos otros que se leían en un suave tirón de pocos días, era lectura que podíamos disponer a un accesible precio. Algo sin duda posible, a pesar de los tiempos y de una costa norte-da-morte donde  era permitido a los chavales que porfiábamos en el querer construir nuestro propio futuro. Algunos en esa ardua construcción hemos llegado a los días actuales, otros, probablemente algunos más que tantos, han caído al hueco barreño de la obscuridad eterna. Los sobrevivientes en esta difícil marcha de la vida vemos con mucha tristeza lo que nuestros antepasados veían en su loca corrida por los valles y se atormentaban con desbarrancamentos de un futuro que les parecía incierto.

El futuro ha llegado, se ha hecho presente y el mañana ya no existe para muchos de nosotros. La verdad es que el mundo se va saturando con tanta gente; de no prosperar el descubrimiento de nuevos mundos, la tierra se vengará de nosotros y encargará la naturaleza de hacer el trabajo que le corresponde hacer.

Dios ya no castiga el hombre con el trabajo bruto de entonces, para muchas familias ni siquiera un poquitín de trabajo le ha sido designado. Galicia pierde gente como perdieron los cartagineses de las guerras púnicas o los celtas del norte africano. Los costamortiños estamos fadados a desaparecer, y desapareceremos por cualquier motivo, entre los cuales la emigración, a diferencia de entonces, será el más insignificante.

Por detrás de la curva austera acecha el bloco de los que tienen poder que el dinero atribuye a sus dueños. Un poco de ese poder, que antes se repartía en manos de ibéricos hispanos o ibéricos lusos, ya no existe. A ningún ibero, sea presidente, ministro o rey, le es permitido acuñar cualquier material para que sirva como símbolo fehaciente de reserva de valor, instrumento de cambio o mercancía por muchos deseada.
 ¿Será?
 Yo creo que no. Las personas, serias, honestas y cumplidoras por tradición de sus deberes siempre tendrán crédito de sus vecinos, y el crédito, bajo cualquier forma de registro, significa valor para ser pagado con su recíproco valor en el futuro.

El gran dilema del crédito está en aquella figura magistralmente representada por el inmortal Xespir (a quien los ingleses llaman impropiamente Shakespeare), arrancada de los infortunios de un mercador de Venecia:. A un ceelta costamortiño uno de fe hebraica le ofreció el dinero que necesitaba para una aventura amorosa. La condición contractual seria devolverlo en tiempo determinado,  sin cualquier adicción del interés que una religión permitía y la otra prohibía. Entre líneas, como en el contrato de las preferentes, una clausula estipulaba que, de no cumplirse la devolución del préstamo en la data determinada, la deuda seria liquidada con apenas una libra de carne retirada de la parte del cuerpo del deudor y que al creedor aplaciera. La deuda de España es impagable. La deuda de Galicia jamás pagaremos. Todos sabemos que todos deben, conocemos el amigo que nos ha ofrecido el crédito, pero ignoramos a quien este lo ha solicitado y, más peor de malo, ignoramos, por algún interés de nuestra conciencia, el  interés de la conciencia ajena. Si el contrato reza una libra de carne, no lo duden, el acreedor vendrá por nuestro corazón. Esperémoslo en el quirófano.

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