Sobre la tierra caminando, la mayor
cumbre por mi alcanzada tenía la altura de 1500 metros. Clima suave y aire
oxigenado para hacer rejuvenecer el derecho de haber nacido humano.
Algunas otras veces subí mucho más alto,
más alto que las nubes, más alto que el aire cálido que hace soportable la vida
en esta amada caverna de mi vieja altamira. A mi derecha, a través de la
escotilla podía yo observar cuan frágil la vida es en la Tierra y rogaba a dios
que el dolor no me fuere indiferente, que la reseca muerte no me encontrase en
el vacío, solo y sin haber hecho lo suficiente para huir del engaño y vivir
desahuciado por haber trillado en cultura diferente.
Me
dice que le han dicho que toda persona recorre un camino a lo largo de su vida.
Es un camino en que todo cambia: cambia lo superficial, también lo profundo;
cambia el modo de pensar, todo cambia en este mundo. Cambia el clima con los
años, el más fino brillante en su brillo cambia. Cambia el rumbo el caminante,
no es extraño que todo arriba cambie cuando cambia lo que está abajo. Pero no
cambia mi amor por más viejo que parezca y más lejos que me encuentre, ni el
recuerdo, ni el dolor de mi pueblo y de mi gente.
El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos.
En cada encuentro, en cada cuento hay siempre un pedazo de razón y otro tanto de emoción. Por eso hay gente que
va por el camino y canta una, diez o mil
veces la canción que alienta nuestro mal vivir, queriendo seguir sin muchos
tropiezos hasta el sendero del trapecio final.
Un día de los idos pasados volví al
pueblo, busque el árbol que había plantado en un glorioso día del árbol, en el
primer año de la segunda paz mundial. Reviví mi primer premio en el salón de
actos del colegio fundacional. Subí a los montes y baje por sus laderas, en un descenso pausado
con sólido bastón de mano. Alcancé el mar. Por la blanda arena que lame el océano
su pequeña huella no vuelve más. Un palco profundo de pena y silencio habría
sus cortinas para el lento descenso, un camino de pena y silencio, envuelto en
espumas de angustia, arrullado por el canto de caracolas marinas hasta el fondo
del mar. Cinco sirenas me llevan por caminos de algas y coral, fosforescentes caballos
marinos hacen ronda a mi lado, sobre las marolas soplan las velas para que los
años azotados por viento y sal requiebren el alma y, ciego de amor, me lleven
dormido al más allá… como la Alfonsina vestida de mar.
Acompañado, el camino se sigue más a
gusto, y con menos disgusto el camino se hace más suave, ni más alegre ni más
divertido, apenas suave.
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