Tengo un amigo, más que amigo yo diría
vecino de cuarenta o más años. En cierta ocasión, cuando este país tenía 90
millones en acción para gritar vitoria a su selección, ese mi amigo era
responsable por el departamento de patentes de la empresa en que ambos (él, yo
y muchos otros) trabajábamos.
La profesión con registro académico de
aquel joven era abogado (que por estas bandas se escribe advogado). La mía
estaba registrada como proyectista (aquí, projetista) de automóviles. A mi
dieron la incumbencia de proyectar la puerta trasera de un nuevo modelo de
coche. Este coche seria un medio político para que el director de filial
alemana obtuviera fama de buen administrador y de buen técnico y, así, merecería
la presidencia de la matriz. La tarea de proyectar la puerta sobre planos de
producción era relativamente simple. Bisagras y elementos de suspensión serian
los tradicionales utilizados por la empresa.
Ocurre que el modelo de coche era deportivo, estilizado de modo a
ofrecer la menor resistencia al viento.
La ventana de los pasajeros en el banco
trasero prácticamente se confundía con el vidrio de la puerta elevadiza
trasera. Mal había espacio para estructuración de los suportes de abertura.
Mismo así, adoptando las restricciones de materiales disponibles, completé el
proyecto obedeciendo los parámetros establecidos.
Vi que la obra no era buena. Mi
conciencia es bipolar, siendo que amboslospolos se neutralizan en el ecuador de
mi existencia para dar base a mi concepto de ética y la moral que refuerza y da
sustentación a mis acciones. En plazo acordado por redes PERT los planos de mi
proyecto fueron enviados a la división de construcción de herramientas con el
objetivo de dar forma material a mi idea y reproducirla tantas veces cuantas el
mercado solicitase. Vi que la obra no siendo buena su parte mala seria
descubierta por el consumidor y este demostraría su insatisfacción por un proyecto
incapaz de haber visto lo que él, consumidor con sus ojos sanos, estaba viendo.
Decidí denunciar las maldades (que algunos dirían flaquezas del proyecto) a mis
superiores, entre los que estaban un ingeniero alemán, presidente de filial y
futuro presidente de la organización mundial de la empresa alemana.
Curiosamente, la restricción para uso de resortes que no fuesen los tradicionales
(barra de torsión en el proyecto sobre mi responsabilidad) habían salido de los
parámetros para desarrollo determinados por aquél competente ingeniero.
Inicialmente constreñido por una falla
puntual en la concepción de un modelo deportivo y moderno, al presidente le
sobró juego de cintura para disculparse, agradecerme y engrandecerme para, a
seguir, afirmar que yo era el responsable por esa parte del proyecto y, ya que
había descubierto una grave falla, a mi cabría buscar la solución y aplicarla
con todas las consecuencias para mi futuro profesional.
La idea que sustituyo la barra de
torsión, muelles helicoidales, muelles de torsión, etc., fue el amortiguador
que hoy todos los coches utilizan para finalidad semejante. La idea podía ser objeto
de patente, pero mi amigo, el abogado responsable por patentes, dormía a la
sombra de los laureles ofrecidos por una carrera que, al obtener diploma, a él
le parecía el fin, y no, como generalmente
ocurre, un medio que le posicionaría en la condición de un ejemplar Sísifo.
Cuando una comisión de Alemania preguntó
las razones de no haber sido patentizada la idea de este vuestro humilde servidor,
gallego por la gracia de dios y el fuego de mis padres, fue descubierta la
inacción de un hombre muy bien pagado para obrar acción. Fue dimitido sin que
supiera las razones de su dimisión. Hoy, ese hombre vive jubilado con un sueldo
mínimo que necesita superar con trabajo ocasional de abogado dativo.
A ese hombre lo veo caminar todos los días
acompañado de su perro. El perro de ese hombre tiene edad suficiente para haber
muerto hace dos años. Pero mi amigo cuida de él como si fuera un niño. Ambos
son niños con recíproco cariño. La mutua solidaridad entre ellos hace que la
soledad, determinada por la viejez de ambos animales, sea más llevadera que la
soledad en la que viven algunos de mis amigos emigrantes retornados a la
condición de gallegos, entre los cuales yo me incluiría si no hubiera percibido
los azares que acechaban en los tiempos del mal llamado bienestar ibérico.
Siendo uno de los últimos de mi
generación, que por hipótesis del cálculo medio podrá durar más diez años, no
más sin duda, considerando los efectos colaterales de un carcinoma prostático,
un ojo invadido por la tecnología del silicona, algunos implantes de tungsteno y alguna que otra
desgracia, que por el fin del ciclo vital siempre aparece a estos mortales descendientes,
como yo y mi venerado rey, de Adam y Eva.
Tanta pateticidad patente ya no me asusta.
Un día de estos pasados todo mi abdomen fue retallado en 60 láminas, todas
ellas arrancadas por tomografía computadorizada y expuestas en dos películas rectangulares
de 14 x 17 pulgadas. Quiero decir a mis grandes amigos, al yo corporal y al yo
etéreo, que lo que más me ha disgustado de este examen no fueron algunas maldades
que invaden mi cuerpo; muy a lo contrario, lo que realmente llama mi atención
es el relato de que mi bazo, páncreas y adrenal izquierdo están normales.
Hace cuatro años, después de una
internación de cuatro días, ocasionada por dolores intensos en el páncreas, exigían
mi firma para una intervención quirúrgica de urgencia. Los primeros socorros habían
eliminado el dolor y yo no conseguía entender porque me mantenían internado.
Negué mi aprobación y dejé de tomar los remedios que me administraban en el
hospital. Desde que salí del hospital nunca volví a sentir los dolores que me llevaran
a la internación. Pero las estampillas del retallado revelan a mi conciencia y
razón otro problema: Desde que fui operado del carcinoma sufro dolores
nocturnos en la región del vientre, exactamente entorno de la cicatriz que ha
dejado la puñalada tan cariñosamente ofrecida por cirujano amigo para extracción
de la próstata enemiga. Ese mal-estar nocturno al principio aparece como un
incomodo que desaparece con un simple levantar. Después de cuatro horas y de
haberme levantado cuatro veces, el incomodo viene en la forma de dolor. El
dolor yo aplaco levantándome a cada hora para andar un poco y beber agua. Esta
técnica para burlar el dolor cesa sus efectos después de tres horas. A partir
de ese momento una voz me dice: levántate, camina y no vuelvas a cama antes de
una hora. Para huir del dolor sigo esa orden misteriosa, y el dolor desaparece
por completo. Durante todo el tiempo que vivo en pie, ese particular dolor no
me ataca. Sé que existe, solamente cuando estoy acostado. Llego a pensar que en
mi vientre olvidaron tijeras, algodón o algún paño de limpieza. Para mi asombro, el relato extraído
de la tomografía computadorizada certifica haber cálculo de 1,4 cm en el riñón
izquierdo, algún divertículo cólico sin importancia y todo lo demás se muestran
en orden para una vida feliz.
Pato grande
Bueno, hombre, bueno. Dicen que solo saldremos
de la crisis con un gran pato. Un pato pequeño para mi seria un exagero grande.
Si lo como entero, presumo que mis venas se hincharían como un pez bolla. No
quiero imaginar lo que ocurriría a mis arterias si, dispuesto a aceptar el gran
pato, lo cocino en olla de presión y me
lo zampo solito, ¡Buuumquetequerobuuum! Y me voy al vinagre con mojo de tomate
rojo.
Habrá un cambio de rumbo, sin duda alguna:
un final de ciclo para el loro Foderico y los viejos que deseamos morir en paz.
No sería malo. ¿Por qué? porque los patos son aves como los loros y los viejos
somos animales como los patos. Como dice el doctor Fritz del Barcelona’s Clinic
, en todo hay un ay lloroso, componente humoral de todo bien y mal que nos rodea.
Es
por ese componente humoral que ahora vienen por las pensiones para salir de la
crisis. Si mi objetivo es luchar contra la presión sanguínea que azota la
corona y amenaza reventar el riego arterial que rodea el corazón, ¿qué
perspectiva tengo si el brazo del gobierno oprime el pecho y sus manos largas
se cierran en mi garganta para contraer el consumo de aire, pan y agua?. ¿No es
con la técnica de sucesivos y rítmicos aprietos de pecho, alternados con soplo
de aire en la boca, que conseguimos resucitar
un ahogado?
Y no digan que la reforma laboral que
viene para aumentar la edad de jubilación lo hace en aras de promover el bienestar económico del viejo. Para este, después
de un determinado tiempo, todo es igual,
y resulta ser lo mismo derecho que traidor… ¡ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador! Todos morimos y nadie morirá mejor, lo mismo un burro que un gran profesor. Así
lo dice la canción.
Y asi canta con su pico de oro el loro
Foderico la plegaria del TODOS CONOCEMOS:
“Todos conocemos perfectamente que el
pensionista cobra hoy si cotizó ayer.
Todos conocemos que hace años había cuatro cotizantes por pensionista.
Todos conocemos que hoy hay cotizante y medio por pensionista.
Todos conocemos que la pensión media está sobre los mil euros mes.
Todos conocemos que la aportación por cotizante no llega a esa
cantidad.
Todos conocemos que todos los meses aumenta el número de pensionistas.
Todos conocemos que aumenta el número de parados y seguirá aumentando.
Todos deberíamos conocer que el mundo ha cambiado.
Todos deberíamos conocer que el pan se debe ganar
con el sudor de nuestra frente
Todos deberíamos conocer que, el de enfrente, también tiene derecho a
ganarse su pan”
Mis más sinceros y cordiales afectos a mi gran amigo Loro.
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