miércoles, 24 de julio de 2013

CANTATA A LA VILLA

Así se expresa mi buen amigo LUIS en la columna del compañero conde:

“Según el puñetero loro Foderico la corruptela, nos viene asociada al billete de quinientos euros.
Quinientos euros son ochenta y tres mil y pico de pesetitas rubias.
Una peseta rubia pesa tres gramos y medio.
Ochenta y tres mil y pico pesetitas multiplicadas por tres gramos y medio hacen un saco, bolsa, o paquete de trescientos kilos.
Para pasear un saco de trescientos kilos hace falta una carretilla eléctrica.
Diez billetitos de quinientos euros equivalen a tres toneladas de pesetitas rubias. Ya hace falta un pequeño camión.
Cien billetitos de quinientos euros, al cambio oficial una miseria de comisión donación o pequeña mordida, serían treinta toneladas de pesetitas rubias. Se precisaría un camión de gran tonelaje.
Si revisamos el listado autonómico veríamos que, solamente, con el trasiego local, daríamos trabajo a mogollón de camiones que están parados y podríamos fabricar carretillas, carros remolque, camiones, e incluso barcos.
¡Recuperemos la peseta y la vergüenza!.”
Recuperemos la peseta y la vergüenza…

Aunque sea prácticamente imposible recuperar la peseta, la vergüenza una vez perdida jamás será encontrada. Sin inversiones para prevenir la salud y con la diestra emulando lo siniestro, el desfile del tiempo sigue un peligroso rumbo y nos induce a pensar, con vana esperanza, sobre todo lo que estamos viendo. “Tal es la confusión, tamaño y ominosos los silencios, tremendas las contradicciones, disparatadas y confusas no pocas declaraciones” que ya vamos creyentes de la necesidad de una radical reforma. Pero qué razones son esas que indujeron el venerado loro a creer que con el peso de la peseta, un mogollón de camiones, carros y  bueyes en el paro, dándoles movimiento la vergüenza estará rescatada?

Los de siempre, con los mismos recitales, vamos bordando el ciclo de la memoria en una sucesión de encajes al buen estilo de las primas palilleras de Camariñas. Lo que el viento se llevó al huerto no vuelve más. A cierta altura de la vida, los sueños dejan de ser sueños cuando el ánimo adormecido mantiene el cuerpo acordado en una sucesión de pesadillas.

Señoras y señores, venimos aquí a cantar aquello que la historia no quiere recordar. El que ahora es pobre, porque ni trabajo tiene para poderse ocupar, austero debe ser en el arte de chupar los dedos y más austero deberá ser cuando la barriga encoja y el ser sin haber sido despierte con el deseo de comer las uñas. Haciendo frio, el estiércol calentará los hogares. Habiendo calor, lo exportaremos al norte para derretir los glaciales. Por la competencia que nos quieren atribuir, seremos muy productivos cuando todos estemos parados. He aquí la solución para llegar a la eternidad pues, con todo parado, el tiempo no existe. Y si el tiempo no existe, la esperanza se congela, el crítico encoje y el mundo, sin razones para mover la razón, estalla para dar vida a un nuevo ciclo. Un ciclo de cara al sol con camisa nueva que fue vieja ayer.

Del cáñamo hacemos la flauta para que del soplo se produzca la congoja capaz de sensibilizar los druidas celtas, especialistas en prácticas adivinatorias. Así reclamaba Marco Tulio, declamando al senado de la república cuando se esperaba un puñetazo sobre el Estado: Quosque tándem abutere, Catilina, patientia nostra? Traducido en buen gallego diríamos: cando, Mariano, iras ao Congreso para explicar a nosa paciencia?

Que importa si el obrero muere? La culpa será del trabajador altivo por mostrar su valor vivo, insolencia de un poder impotente queriendo macular la ley del patrón rico en tierra destrozada. Recordemos como escaseaba la comida cuando la peseta en su valor bajaba. Vamos, mujer, volvamos al camino. Con pan y vino todo se aclara y si la cosa se pone obscura no pidamos nada, solo respuestas limpias, claras como el agua. Siete días esperamos, no será mucho para una vida de esperanza. Será a gusto en el día de agosto ¡Pero qué infierno parece cuando no hay pan en la mesa y el crio llora de hambre! Dirán que dejemos de tanta comedia, pues mejor será vivir callado que ahogados de tanto llorar. Cinco millones de obreros, todos parados, una generación vendida para un futuro desgraciado.

Señoras y señores, aquí termina el cuento que yo cuento a la villa de mi santa María. Ahora, con mucho respecto, les pediría que escuchen la canción de despedida:

Ustedes que ya escucharon la historia que se contó, no queden ahí parados pensando que ya pasó; no pasa por el recuerdo, por el canto no pasará; no basta todo el lamento, miremos la realidad.


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