Así se expresa mi buen amigo LUIS en la
columna del compañero
conde:
“Según el puñetero loro Foderico la
corruptela, nos viene asociada al billete de quinientos euros.
Quinientos euros son ochenta y tres
mil y pico de pesetitas rubias.
Una peseta rubia pesa tres gramos y
medio.
Ochenta y tres mil y pico pesetitas
multiplicadas por tres gramos y medio hacen un saco, bolsa, o paquete de
trescientos kilos.
Para pasear un saco de trescientos
kilos hace falta una carretilla eléctrica.
Diez billetitos de quinientos euros
equivalen a tres toneladas de pesetitas rubias. Ya hace falta un pequeño
camión.
Cien billetitos de quinientos euros,
al cambio oficial una miseria de comisión donación o pequeña mordida, serían
treinta toneladas de pesetitas rubias. Se precisaría un camión de gran tonelaje.
Si revisamos el listado autonómico
veríamos que, solamente, con el trasiego local, daríamos trabajo a mogollón de
camiones que están parados y podríamos fabricar carretillas, carros remolque,
camiones, e incluso barcos.
¡Recuperemos la peseta y la vergüenza!.”
Recuperemos
la peseta y la vergüenza…
Aunque
sea prácticamente imposible recuperar la peseta, la vergüenza una vez perdida
jamás será encontrada. Sin inversiones para prevenir la salud y con la diestra
emulando lo siniestro, el desfile del tiempo sigue un peligroso rumbo y nos
induce a pensar, con vana esperanza, sobre todo lo que estamos viendo. “Tal es
la confusión, tamaño y ominosos los silencios, tremendas las contradicciones, disparatadas
y confusas no pocas declaraciones” que ya vamos creyentes de la necesidad de
una radical reforma. Pero qué razones son esas que indujeron el venerado loro a
creer que con el peso de la peseta, un mogollón de camiones, carros y bueyes en el paro, dándoles movimiento la vergüenza
estará rescatada?
Los
de siempre, con los mismos recitales, vamos bordando el ciclo de la memoria en
una sucesión de encajes al buen estilo de las primas palilleras de Camariñas. Lo
que el viento se llevó al huerto no vuelve más. A cierta altura de la vida, los
sueños dejan de ser sueños cuando el ánimo adormecido mantiene el cuerpo
acordado en una sucesión de pesadillas.
Señoras
y señores, venimos aquí a cantar aquello que la historia no quiere recordar. El
que ahora es pobre, porque ni trabajo tiene para poderse ocupar, austero debe ser
en el arte de chupar los dedos y más austero deberá ser cuando la barriga encoja
y el ser sin haber sido despierte con el deseo de comer las uñas. Haciendo frio,
el estiércol calentará los hogares. Habiendo calor, lo exportaremos al norte
para derretir los glaciales. Por la competencia que nos quieren atribuir,
seremos muy productivos cuando todos estemos parados. He aquí la solución para
llegar a la eternidad pues, con todo parado, el tiempo no existe. Y si el
tiempo no existe, la esperanza se congela, el crítico encoje y el mundo, sin
razones para mover la razón, estalla para dar vida a un nuevo ciclo. Un ciclo de
cara al sol con camisa nueva que fue vieja ayer.
Del
cáñamo hacemos la flauta para que del soplo se produzca la congoja capaz de
sensibilizar los druidas celtas, especialistas en prácticas adivinatorias. Así reclamaba
Marco Tulio, declamando al senado de la república cuando se esperaba un
puñetazo sobre el Estado: Quosque tándem abutere, Catilina, patientia nostra? Traducido
en buen gallego diríamos: cando, Mariano, iras ao Congreso para explicar a nosa
paciencia?
Que
importa si el obrero muere? La culpa será del trabajador altivo por mostrar su
valor vivo, insolencia de un poder impotente queriendo macular la ley del
patrón rico en tierra destrozada. Recordemos como escaseaba la comida cuando la
peseta en su valor bajaba. Vamos, mujer, volvamos al camino. Con pan y vino
todo se aclara y si la cosa se pone obscura no pidamos nada, solo respuestas limpias,
claras como el agua. Siete días esperamos, no será mucho para una vida de
esperanza. Será a gusto en el día de agosto ¡Pero qué infierno parece cuando no
hay pan en la mesa y el crio llora de hambre! Dirán que dejemos de tanta
comedia, pues mejor será vivir callado que ahogados de tanto llorar. Cinco
millones de obreros, todos parados, una generación vendida para un futuro desgraciado.
Señoras
y señores, aquí termina el cuento que yo cuento a la villa de mi santa María.
Ahora, con mucho respecto, les pediría que escuchen la canción de despedida:
Ustedes
que ya escucharon la historia que se contó, no queden ahí parados pensando que
ya pasó; no pasa por el recuerdo, por el canto no pasará; no basta todo el
lamento, miremos la realidad.
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