jueves, 2 de abril de 2015

ALABADO SEA EL SEÑOR

En condición de temperatura y presión estable, me permito hilar algunos pensamientos sobre el estado del sentimiento melancólico que irradia la españolidad, hoy en estado de ebullición y transbordante, con pérdida irremediable de su nata social.

Somos una generación que se extingue por su propia naturaleza. En tesis, tal extinción no tiene importancia. Somos, los mayores de 65 años, minoría política interpuesta en una mayoría de  menores de 65.  De esa mayoría fuimos participantes durante seis décadas y un lustro. Hicimos lo que hicimos y ahora nos enoja conocer lo que hemos hecho. De lo alto de ese plató de los 65 se puede ver las debilidades y fortalezas de los diferentes niveles que nos anteceden en altura. Es una visión ligeramente turbada, pues a esta altura las cataratas muestras sus vapores, las rodillas se hacen rebeldes y la proximidad a la cumbre nos hace pensar lo que será mejor: el sillón a la izquierda o el que está a la derecha. Ni pensar en el sillón del centro, pues conocemos que está ocupado desde la eternidad y para la eternidad. Si la fe ya no ilumina nuestros pasos por este mundo lagrimoso, porque tener fe cuesta un rabo en diezmos y primicias, ¿qué podemos esperar de la vida austera de los mayores de edad? En el extremo del ciclo del loro poca esperanza nos queda. A cada año que pasa, el peso en carne y huesos muestra su tendencia a mostrarnos que vamos por el camino de la edad de plomo. Sabemos que vendrán ángeles para asegurarnos que el año que viene  nuestro peso será menor; con su ayuda y por lo que nos impongan estos ángeles, en tesis con penas bien menores que las nuestras, el peso será aliviado en vida hasta que no sobre una gota de agua y el polvo sobrante regrese al suelo. En este momento alcanzaremos la paz. Sin revolución, guadañas, cañones y balas, no necesitaremos patrones que nos salven de sus cabronadas; no habrá juegos partidarios, no habrá político mal intencionado,  ni gramática para alabarlos.

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