jueves, 2 de abril de 2015

!AY, QUE TIEMPOS!

Hay asuntos que se imponen sobre otros; hoy el hecho imponible es el Impuesto, así con I imperial, mayúsculo como corresponde a todo hecho que sabe imponerse. En este ejercicio literario pretendemos calificar  las modalidades en las que podemos encuadrar el ilustre señor Impuesto, don por su particular naturaleza.

Atraco es asalto para robar, y asalto es un hecho repentino y violento que se hace con la intención de robar o de apoderarse de algo. No creo que se pueda atribuir al señor Impuesto el condón de ladrón, no en la primera fase de su evolución impositiva.

Hurto es un delito que consiste en tomar bienes ajenos  sin empleo de violencia o intimidación. En su fase juvenil, el señor Impuesto no es adepto a hechos violentos pero le gusta practicar bravatas con discursos intimidatorios.

En derecho, robo exige ánimo del ladrón para beneficiarse de la cosa robada con uso de la intimidación. Intimidación es instigación al miedo inspirado por un hecho imponible: ¡la bolsa o tu vida!

En nuestro estado de transfusión liquidataria, armoniosamente “confuso, profuso difuso y delicuescente” vivimos momentos de franco iluminismo, semejante a aquellos tiempos en que se pagaba tributo  en función del tamaño de puertas y ventanas. Eran tiempos en el que el sol no entraba en la cabeza de los ilustres dones, y el ombligo era el centro sobre el que giraba todos los bienes del mundo. El estado soy yo y todos vivís por la gracia del gratis estado.

Se hace necesario penalizar el el rey sol por su tenaz resistencia a la idea de que el ombligo es el centro del mundo, gestionado por las lumbreras de la unión por el desempleo, a favor de la miseria, frio y hambre, que la austeridad, monolítica  en inteligencia creativa,   provoca en el alma humana. El castigo se hará por la ofensa que hace a la gente que quiera hacer uso de su fuerza por la alegría que un modesto villano tendrá por salir de la recesión y con su inteligencia expansiva producir calor y brillo en los hogares de España. ! Ay, qué tiempos!


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