Estoy triste, muy triste me veo hoy. Tomo
conocimiento de pasamiento a vida mejor de Manolito Felino. Manolito fue un
gato feliz, esguio de piernas y elegante en sus caminadas por el condado. No tenía
rabo preso a la autoridad de su dueño. Era soberbio, maullaba taciturno con el
pensamiento puesto en la lejana infancia de la escuela de Atenas. Manolito era
dueño de siete vidas y cada una tenía la solidez de un lustro. Combinado el
lustro con el cabalístico siete, Manolito exhibía con desparpajo los treinta y
cinco años bajo la regencia de Teofrasto, hombre libre dedicado al platonismo
de la escuela peripatética.
Manolito era vegetariano. Sus razonamientos abogaban la causa de las plantas de las
cuales retiraba un extracto de la moralidad habida en las marquesinas del
tiempo presente. Había abandonado el calor del agua ardiente y en el conforto
de la calefacción sorbía chocolate caliente para mostrarse caballero. Manolito fue solvente y en un
ratillo echaba de lado los ratones de turno.
Algunas manías tenia don Manolito Felino,
entre ellas cierta aversión a doña Urraca y birra marcada por la toponimia
local, sin excluir en su relacionamiento
un privado miado al gusto de su particular lengua. Era parrandero y
amaba las pantorrillas, un auténtico don Juan en tejado caliente, en ciclo de
oro.
Por lo descrito en la gaita que toca
mazurca para los muertos, un choque ideológico sobre su cabeza pensante le
arrancó la razón. Y sabemos que sin razón las siete vidas pierden concatenación
y el sentimiento de cada una de ellas deriva para la abstracción, de donde se
deduce la respuesta oncológica y consecuente parada del músculo cardiaco.
Sin los colores blanco y negro de
Manolito Felino, el invierno pierde gracia, pues sin el gris que sostiene la
mirada en el horizonte lejano y sin otros sabores para sostener la vida humana,
la mala sombra deja huella para asombrar nuestra dulce morada.
Descanse en paz el felino MANOLITO.
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