Son
tiempos de reforma. Ayer terminé la reforma iniciada la semana pasada y que
la contra reforma destruyó el sábado próximo pasado por medio de una potente
granizada caída del cielo. La calzada de mi calle fue reformada con adoquines
graníticos, todos dispuestos en formaciones cuadradas. Una belleza estética del
arte de maquillaje.
La
semana anterior a la semana pasada, ¡qué pasada!, una cirujana, cuyos
antepasados se vieron obligados a abandonar su patria por cuestiones
religiosas, me retiró del brazo derecho un trozo de carne, grande lo suficiente
para dejar un hueco con más de un centímetro de profundidad después de haber costurado
la boca del hoyo. Sometida a biopsia, la substanciosa carne reveló contenido
cancerígeno; se había instalado muy dispuesto a destruir la propiedad que no
era suya. La vida es así, nos exige reformas puntuales y contra reformas
resolutivas de algo que el tiempo se encarga de resolver. Del polvo vengo, en
polvo acabaré, diría Lelo.
Volvemos
a las comparaciones generalistas, pretenciosamente racionales pero sin el menor
sentido de valor comparativo. Comparar Grecia, cuna de la cultura europea, con
Catar, país árabe impregnado por aguas de otros golfos, es una contravención al
pensamiento racional. Catar es un país rico, con elevada renta per cápita y
magnifico IDH. Grecia es consecuencia de la moderna cultura financiera,
desempleo y miseria generalizada. Tal comparación no es guagua, fue hecha para
contra restar pretensas reformas baladíes.
No me
convence la tesis de que somos hechos por el molde del concilio de Trento.
Pienso que el molde geográfico abraza con mayor fuerza nuestra cultura.
Plácidamente sentados en regio sillón, nos acostumbramos a vivir de las dádivas
caídas del cielo de América. Fuimos positivistas, creyentes en la merced del
cielo, mar y tierra. Pensamos que el granizo llega para amainar el calor, y la
lluvia viene para regar la tierra. Si la lluvia nos alaga, la cosecha se
pierde. El capricho es aleatorio. Hay reformas para corregirlo?
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