Hay de todo para todos.
¡Ay, de todos para pocos mucho hay!
¡Eh, tú de ahí, despierta!
!Alerta, non des a esquecemento da inxuria
o rudo encono!
Hola, hoy tenemos la exposición de más un
caso de los muchos casos que nos abominan a diario. En nuestro banco mental de
dados los hay a estajo, luego, sería de suponer que más uno, por efecto
adicional del desinterés marginal, ningún sabor añadiese al caldo de berzas y
nabizas sorbidas a diario.
Los
bancos… Ah, aquellos bancos de arena que tanto miedo imponía a la Grande y
Felicísima Armada de Alvaro de Bazan, marques de la Santa Cruz. Hay bancos para
todo: bancos para asiento con espaldas o sin espaldas, banco de datos, banco de
esperma y bancos que todo lo aglutinan para dejar a su merced y hechos una
mierda aquellos que necesitan los favores del banco, no los otros. El cuento de
hoy, escrito con pluma de drama, es de echar miedo por las balas que lleva en
su cartuchera.
Don Carlos de Lesmes, según la afirmación a él
atribuida por el escritor premio Nadal de Literatura, en el sentido parece
haber plagiado a mi madre, quien seguramente la copió de alguna otra sufrida
madre: “Quen fai a lei tamén fai a trampa”
Alá polo ano 2002, yo encerré mi cuenta
en el HSBC. Lo hice por la rabia que imponía que yo realizase el hecho. No
exigieron ni admitieron documentar el registro de encerramiento. Seria
automático, decían, sin movimiento y sin saldo mi cuenta sería automáticamente
encerrada. Sin otro remedio que la resignación yo fui convencido por la gerente
a quien conocía por más de cinco años. En aquel entonces yo vivía el drama de
encontrar trabajo y, con el resultado, pagar las cuentas indispensable al
suporte de la vida. Un año después de mi retorno redoblaron las campanas en
señal de alerta: el HSBC perturbaba mi familia con amenazas de embargo de mi
propiedad y de enlamar mi nombre en el instituto que protege el crédito.
Así justificaron mi deuda:
No había documento que probase mi cuenta encerrada. Era derecho del banco
(que no lo era en mi caso) cobrar tasas de manutención. Para reponer el saldo
negativo, el banco hacia un deposito por igual valor y pasaba a cobrar
intereses. Todo fin de mes, en mi nombre, la cuenta se agigantaba de un modo muy
simple y a intereses compuestos: nueva tasa de manutención + nuevo crédito para
cubrir el crédito del mes anterior acrecido de sus respectivos intereses.
Después de dos años y sin el menor esfuerzo de mi parte, mi deuda se había
hecho colosalmente rica. Si yo había permitido que el vientre creciese por el
hecho de no poner sobre la i su debido punto, la lógica del banco mandaba que
yo pagase el parto. No pagué por dos motivos: En la apertura de mi cuenta el
contrato rezaba exención de tasas; la muy horrada gerente testimonió que yo le
había pedido pechamento da conta y ella había transmitido ese pedido al responsable por los registros.
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