Pois é. É por
aí que os tiros vão, hoje, por indicação do presente, pois ontem o indicador
pretérito mais que perfeito (eles irão) afirmava que os disparos foram cara a um futuro
subjuntivo condicionado (quando eles forem )
Non
podemos dizer que todos somos apapanados porque todos somos diferentes. Se
cadra, moitos estamos pero todos non son. Auga de borralla e caldo de pedra
producen o mesmo milagro cando a fe é Una, Grande e Libre ao arbitrio do santo.
Santo santeiro que si é da casa todos sabemos que non e milagreiro, inda que
tenha casca do carvalho ou lenha do Pinheiro.
Un cuarto de
sécúlo não é suficiente para esfumar o fumo de uma boa canteira. Carbón de boa
qualidade é duro de queimar e, cando queima, não deixa borralla.
Falar de uma
Galicia distinta não é de bom agüero, moito menos de um buen paraguero por moi
claro e preciso que sexa o colector de impuestos, pois (ora, sempre pois, pois)
o humilde profissional não se contenta com pouca auga. Melhor é ouvir o que
todos pensamos, e se todos pensamos pouco, pouco será capaz a señora Patria de
pensar por nós. Em tais circunstancias “ Uma limosnita por el amor de Dios”
poderá acalmar la tensión que ahora llamamos estres.
Y Francisco con toda su franqueza decía
que una nación no se cambia en un año, necesita toda una generación para
procesar el cambio. Pues bien, esa generación ha pasado. Todos sentimos la
transformación, no podemos negarlo. Ahora, la generación es otra y lleva cuatro
años curtiendo la metamorfosis kafkiana, con muy poca luz en el túnel que nos
haga pensar que vamos salir de esta monstruosa pesadilla en los próximos cuatro
años.
Aguas fertilizaron el rojo sangre de un pasado glorioso. Las ranas llegaron y se
fueron por los fueros autonómicos. Los
piojos posaron sobre ilustres cabezas para activar el registro del tiempo. Las moscas volaron y sobre sus asas volamos por toda la soberanía nacional. Vacas y
bueyes se quedaron locos. Hombres y mujeres sufrieron el chicote del temido
Sida. Vimos el granizo rolar desesperado. Langostas nos inundan oriundas de
Francia y su mala leche nos deja cabreados. Vuelven las sombras. ¿Qué otra
plaga todavía no vemos?
Estamos en agosto de 1961. Es domingo, un
día caliente y seco. Estamos en invierno, para mí es el segundo invierno en un
mismo año. El clima se parece bastante con el clima de las rías altas y bajas
de Galicia en el verano, pero sin la humedad típica gallega. Hoy es un día
agradablemente seco. Estoy albergado en una pensión italiana, en la rua Dr.
Almeida Lima, en el Bras, un barrio tradicional de origen italiano. Me han ofrecido un pequeño
dormitorio en el que hace algún tiempo vive un emigrante romano. El espacio es
pequeño, caben apenas dos camas con un corredor en el medio y un minúsculo
guardarropa en el que acomodamos nuestras
modestas ropas. No tiene ventana, la ventilación es por la puerta que se abre a
un estrecho pasillo, que se comunica con
las otras divisiones del térreo, entre ellas: el comedor, la cocina, el
dormitorio de los dueños y su hija y un pequeño cuarto de baño con ducha. En la planta alta hay tres o cuatro
dormitorios, cada uno con cuatro o hasta seis camas, todos ocupados por
emigrantes europeos. Mi colega orensano, Alfonso Leira Gira, vive en uno de
esos dormitorios con otros cinco emigrantes, todos italianos.
Alfonso, mi buen amigo samaritano, ha
conseguido trabajo en una rectificadora
de motor de coche en el barrio del Buen Retiro. Trabaja de noche y, a los
domingos, hace horas extras de día, de modo que mal nos vemos ya hace más de
dos meses.
El romano es artesano de joyas formado en
Roma, tiene más de treinta años y
trabaja en una famosa joyería, en una avenida céntrica de São Paulo. Es un
hombre muy educado, extremamente serio, un poco agobiado por los recuerdos de
la guerra. Hoy se levantó muy temprano y me dijo que iba comer en el centro de
la ciudad y volvería a la noche, tal vez muy tarde.
Yo voy en el tercer mes de trabajo. Luego
pasaré el periodo experimental y me
convertiré en un trabajador estable, con todos los derechos previstos en la
Consolidación de la Leyes del Trabajo del Brasil desde el año de su
promulgación en 1943. Mi sueldo pasa de los 22.000 cruceiros, es suficiente
para devolver a mis padres las 10.125
pesetas del pasaje y las otras cinco mil que puso en mi bolsillo para poder
vivir los primeros tres meses (este dinero acabó en menos de dos meses). Aún me
sobra bastante para comprar ropa, comer, alguna modesta diversión en bailes
domingueros y el soñado ahorro para volver a España y tocar mi vida con quien
creía que sería mi compañera por el resto de mi existencia.
Fui contratado por una fábrica de origen
sueco, especializada en fundición de acero y mecánica pesada de alta precisión.
Éramos aproximadamente mil empleados, distribuidos en tres divisiones:
Proyecto, Fundición y Mecánica Pesada de Precisión. Fui examinado por el
ingeniero jefe Lincoln Palaya y, después de aprobado, me colocaron a las órdenes
de un señor portugués, el señor José, jefe de la oficina mecánica. El título profesional que me dieron era
pomposo y me dejaba orgulloso, algo vanidoso junto a mis amigos de pensión. A
sus ojos, la diferencia de mi sueldo con el de ellos los dejaba algo inferiorizados;
algunos eran pintores de arte abstracta
que no conseguían ganar un duro tirado de sus ingeniosos cuadros. El contrato con
la empresa Acero Paulista registraba las obligaciones y responsabilidades del
Inspector de Control de Calidad, en su equivalente español, algo parecido con Aparejador o Perito
Industrial. Yo debía comprobar correspondencia de las piezas con las
determinaciones del diseño, con la responsabilidad de aprobarlas o reprobar las
en consecuencia de su calidad o desvío de la tolerancia prevista en el
proyecto. En estos dos meses y medio que ocupo el cargo me siento seguro y
tengo el respecto de mis jefes y compañeros, ajustadores, matriceros, torneros,
mandriladores, afiladores de herramientas, todos especialistas en fabricación
de ejes, balancines, trituradores de piedra, máquinas de alto coste y fabricadas bajo encomienda.
Hoy es domingo, 13 de Agosto de 1961, son
las cinco de la tarde, en pocos minutos se hará noche. Sé que todo el pueblo ya
está en fiestas organizadas por mi padre. Pienso en mi madre, pienso en mi
hermana que va cumplir los diecisiete años, ella tendrá que sustituirme en las
labores de la panadería. Pienso en mis
dos hermanos menores, Daniel y Fernando. Pienso en todo que he dejado para
atrás, pienso en mi novia, pienso en mis amigos, pienso en mi futuro y… lloro. Lloro
a los borbotones, con sollozo incontenido; el pecho me aprieta, la boca se me
seca y los labios se inundan con lágrimas. Descanso en la cama que pertenece a
mi amigo Alfonso, en todas las demás descansan cinco emigrantes que cuentan
unos a los otros sus problemas y dificultades para construir futuro en el
Brasil. Siento vergüenza, cubro mi cabeza con la almohada pretendiendo ahogar mi lamento. Nada se
mueve, escucho un silencio ensordecedor. Nadie habla, todos comprenden y
respectan mi sufrimiento; sufren también, son emigrantes como yo.
Allá, al otro lado del atlántico, ondeada por ligera brisa del mar, suenan
alegres melodías que se repiten al
viento por el eco gracioso del monte del Son. La música me consuela, respiro
fondo y recupero mis fuerzas; la vida continua y mañana será otro día. Muchos
otros pasarán y deberé ser fuerte, templado
por la esperanza de volver al lar donde crecí y allí vivir hasta morir rodeado
de dulces recuerdos.
Aflojar la cuerda
es el estilo clásico del sistema partitocrático en año de elecciones. Funciona
en cualquier hipótesis. Si el partido de turno gana el juego, la victoria
permitirá un mayor aprieto del cuello ajeno para restaurar lo consumido en año
electoral. Si pierde, saldrán felices con el bolso lleno y las arcas vacías, en
clara demostración de política de tierra arrasada a la que deberá enfrentarse
el partido entrante (seria demagogia decir que el pueblo fue el vencedor, pero
lo dirán)
El BCE hace sonar
la sinfónica banda de su imprenta. Parece capitular delante de un papel que no
hace milagros, pero sabe que espejismo brillo estimula el sediento a arrastrarse en busca de
agua. Ahí reposa el milagro del santo fiduciario y también la razón para que la
economía fluya en cíclicos borbotones.
A nivel nacional,
si el estado da más de lo que recibe, tendrá su cuenta equilibrada por el
Déficit (no olvidemos que por el método de doble partida Haber y Deber son
democráticamente iguales).
Como se paga el
Déficit?
Pues recibiendo más
de lo que damos. En otras palabras, debemos vender más de lo que compramos. Y
aquí el negocio se hace hartamente complejo porque, entre naciones, solo se
compra y vende papel con la simple promesa electrónica de ser cambiada por
bienes y/o servicios reales. Habrá que destacar que es un papel muy especial
cuyo origen semántico radica en el caldo “do lar” gallego y es producido con
moderna tecnología americana.
Vivimos en régimen
forzado por obligación de vender más y comer menos. Con hambre nos hacemos
menos productivos, menos competitivo. El resultado de un aprieto de gargantas
lo vemos en el caso del metro de São Paulo. El gobierno de este rico estado
brasileño ha rescindido el contrato con consorcio español y aún le van cobrar
la multa de R$ 23 millones prevista en el contrato.
Mal agüero para el vecino 2016. Gane quien
gane, el pueblo llano tendrá que apretar el cinturón delante de un prieta las
filas, recias marciales y un caro mañana.
Por mi tardío raciocinio pienso que mi descompasado
pensamiento pueda mostrarse algo atrasado; retardado en el tiempo, dirían
algunos, otros algo viejo dirían. En fin, en este valle de lágrimas existen
sabores para todos los gustos; dulce, salado, agrio, triste, risueño, todo
cocido en papel aluminio para ser expuesto es escenario de tragicomedia.
En el artículo del señor Pousa veo radiografía
propria de un buen examen, apta a establecer diagnóstico de la grave enfermedad
que acomete a los gallegos, en especial a aquellos que sufren de algún tipo de
morbidez asalariada.
Destaco la buena posición en la baja inversión
extranjera, pues la alta seria causa de muchos agobios para los paisanos que
tendrían que devolver en plazos relativamente cortos el montante de las
inversiones con interés y lucro.
El chocolate de Pitufito deberá ser mejorado con
adicción de cacao algo más puro en su interpretación del PIB.
Y podríamos serlo, si por aquí nos permitieran
trabajar empleando nuestra competencia en hacer lo que hemos hecho en otros
países.
El gran problema está en la constatación de que
nadie hace milagros en su propia aldea. Necesitamos milagreros de afuera para
aquí adentro aproveche recursos capitalizados y diga al lugareño como habrá de
hacer para aportar ideas que hagan colosal el milagro.
El milagro contado por ellos parece más rico que la
realidad que nosotros vemos. Creo que es una cuestión de fe. Hemos puesto fe en
el papel que los milagreros decían que era mejor. Lo fue cuando, esparcidos
como plumas al viento, lo recogimos para hacer un sillón y, plácidamente
sentados con manos lavadas, vimos como trabajadores sangraban por los puntales
de la gloriosa corona.
Parecíamos ricos cuando fumábamos el habano
importado, el Audi de lujo con sus muchos caballos para realizar el trabajo de
una sola mula. Sí, ricos vanidosos cuando con nariz empinada despreciábamos el
emigrante retornado.