Nuestros ahorros están en peligro. La crisis de deuda soberana de la eurounioneuropea está contaminando los mercados del mundo entero y no perdona ni a sus dioses financieros.
Necesito organizar la protección de mi mismo antes que la protección de otros me haga absolutamente desnecesario. No puedo cometer cualquier equívoco en la estructura de mi defensa pero, para no dejar ningún flanco al enemigo, necesario será conocerlo y analizar todos los recursos de su fuerza. Sabiendo como el enemigo actúa en el campo de batalla me será más fácil, con la espalda protegida, salir a campo y dar batalla a todos que no han querido o no han sabido protegerse. Seguro que el retorno de mis ahorros se traducirá en el retorno de fabulosas ganancias.
Desde luego necesario me será aprender lo que está ocurriendo y entender el por qué así ocurre, a todo momento y en cualquier circunstancia del juego que se me figura una gran guerra, que ya registra en su haber una infinidad de escaramuzas puntuales.
Todo yudoca sabe como aprovechar la fuerza bruta de su oponente en beneficio del resultado que pretende alcanzar. De momento, veo a la distancia una enorme onda que, al tocar mi playa, se va transformado en una gigantesca ola. Es esbelta, de blanca espuma, remonta caballerosamente sobre el hombro de otras que antes habían lambido mis pies.
Después de un ligero y suave refresco, la onda anterior se retira para dejar espacio a otra que avanza contornando mi cuerpo. Este, en su cándida solidez, comienza a hundirse en el arenal por fuerza de su propio peso. La arena amarra mis pies y el cuerpo pierde equilibrio ante el embate de nueva hola. A esta altura ya no consigo discernir si soy yo quien se hunde o es el fluido mar de la masa monetaria quien se eleva.
El campanario, siempre alerta para la defensa de lo que mi baúl le proporciona, estremece para sonar la alarma. Me pregunto, como preguntaba mi amigo Hemingway en la guerra de España, ¿por quien suenan las campanas? Me responde aquel silencio sepulcral de un escenario humeante, propio del entierro de cualquier esperanza.
La crisis, que va cabalgando a trote ligero, ya envuelve Irlanda, Grecia y Portugal, se aproxima de Italia y espuma su rabia por todos los lados de la Hispania ibérica. Ya se habla que no solo es el euro que la humedad pone en riesgo, la propia unidad de la alabada junción de la Europa del euro también está en peligro ante el eminente avanzo de la usura financiera. Es usura que si mal empleada por este humilde gestor de miserias aldeanas podrá ser revertida en engaños jamás imaginados.
Tal vez, a la altura de mis 71 años de vida, ya va siendo tarde para hacer entender a los 27 del euro que el plan de rescate de mi deuda soberana es un esfuerzo que me alcanza hundido, sino hasta las narices sí hasta el cuello. Este pensamiento me sofoca y de mi aliento vuela veneno para perturbar la paciencia de los germanos por ver resurgir su otomano imperio a luz de todo riesgo: investimentos, fondos de pensión, bonos, hipotecas… viviendas, petróleo, oro, plata, equipamientos de alta tecnología para transformar empleados eficaces en eficientes vasallos de la basura financiera.
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