Nuestra
historia es linda. Formamos parte de un imperio que quiere establecerse en
algún lugar del mundo, por ejemplo, Bruselas, Paris, Viena o, ¿quien lo sabe?,
Londres. Que buenos tiempos fueron aquellos
en los que nuestros antepasados de alta mira podían pasar las horas
maravillosamente acomodados y aclimatados a paleolíticos del comando
magdaleniano. Matados a palo fuera del agujero que la providencia les había
ofrecido como hogar, les restaba la maravillosa ocupación de dedicar el tiempo
a esculpir formatos en la piedra bruta de una abrupta cueva. Con puertas
infranqueables, el espíritu indócil de esta gente fue resguardado por algunos millares de años,
dando gracia humana al Paleolítico Superior. El rescate ocurrió debido a la
curiosidad natural de un perro que seguía el rabo de un rabbit, o conejo
español, eses simpáticos saltamontes de orejas grandes y libido libre, encontrados en diversas
partes de la esfera seca. Dicen que hay registros de que Confucio nos vio
saltar entre las murallas chinas allá por los años de 2600 a.C. En Arabia, Siria y Palestina éramos conocidos
como “sphan” y por tal razón los fenicios llamaron Spain, Hispain o España a
nuestro entorno geográfico, que de
aquella era más grande y ocupaba toda la península ibérica. Lo de iberia se lo debemos
a los griegos que aquí venían para bañarse en el rio Ebro, cazar el toro bravo
y exponer su piel por toda la península.
Es de cajón saber que en España hay muchos ríos, y
si hay ríos es porque llueve mucho. Una de las particularidades de la lluvia es
limpiar el aire de cosas sucias y la tierra del polvo que la contamina. Pero,
con tanta limpieza machacando la conciencia, la memoria también se apaga. Y con
la memoria obscurecida por tormentas del pasado, fue relativamente fácil a los
cartagineses venir con sus elefantes y, también relativamente fácil, a las
legiones romanas recorrer toda nuestra geografía y limpiarla de tan abundante
caca producida por los gigantes africanos. Nos llevaron la caca de los conejos,
pero preservamos el estrume de la raza
caprina, de la cual el cabrón, o macho cabrío, vino del desierto africano en un
franco movimiento para dar cuenta de lo que restaba del íbero-celta.
Y así,
por engodo de godos, visigodos, suevos, alanos y los actuales vándalos, después
de expulsar el moro amigo, llegamos al emperador del imperio hispano, José el
único en la historia de España.
José
vino para ser bebido como Pepe Botella en España, al mismo tiempo que Fernando vivía
en Francia. José se haría dueño de Iberia y de buena parte del vice reino de
América durante 1808 y 1813. En 2008 España sentía los efectos de la prime americana y el inicio del desmonte
del bienestar de los indígenas iberos, extrañamente precedido por un fuerte
malestar de los inmigrantes y emigrantes retornados. A Godoy no le iban bien
los franceses. A Rajoy no le va muy bien Europa. La comisión del norte ya nos ha
tirado el sagrado cajón que guardaba la moneda española. Ahora nos muestran el
Arca de la Alianza Europea, pero quien guarda las llaves del arca sagrado no
vive en la península de los conejos. Cuando los guardianes necesiten maná para
comer, vendrán a por los rabos y orejas y pedirán al rabbit que les ponga
huevos, cosa fácil durante la pascua, pero imposible en tiempos de la austera
soberbia.
Decididamente,
si nos fue tan mal entre 1808 y 1813, peor va siendo el 200 años después.
Cambiamos una docena por seis unidades. Les dimos un kilo, nos devuelven un
pound. Llamemos los cien mil hijos de San Luis para resolver tan difícil problema
en el esquema de la gran salvación.
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