Para la
tristeza no hay fin, de la felicidad sabemos que su vida es breve.
Así se
me ocurre ofrecer traducción a la primera frase de la canción de Tom Jobim. Las
siguientes no necesitan traducción, son consecuencia de la primera.
“A felicidade é como a pluma que o vento vai levando pelo
ar. Voa tão leve, mais tem a vida breve, precisa que haja vento sem parar”.
Yo debía
creerme dueño de los mis veinte años cuando escuché por primera vez esta canción,
exhibida en un salón de cine, en la Coruña, a través de una película italo-franco-brasileña,
corrida aquí bajo el título de Orfeo Negro.
Brasil
en aquel entonces tenía poco más de sesenta millones de habitantes. Hoy yo hago
parte de los poco más de 20 millones de aquella gente que sobrevive en un mar
de algo más de los 200 millones que hoy
integran la nacionalidad brasileña, esparramada por un territorio con ocho
millones y medio de kilómetros cuadrados.
La
felicidad en este mundo la he vivido en sorbos, buscando separar el joyo del trigo,
la miel de la hiel, la picada de un mosquito inocente de la mordida de una cobra
cascabel. Transcurridos más de medio siglo ya no debía sobrar motivo para
quejarme y sin embargo…
Si alguien
pregunta por mí, dile que yo estoy por ahí, con mi guitarra debajo del brazo; en
cualquier esquina yo paro, en cualquier botiquín yo entro, si me ofrecen
motivo, es más un sueño que yo vivo - de la musa Nara Leon, o esta otra, inspirada
en Edu Lobo: Yo soy poeta, no niego raza, hago verso por pirrada sin ninguna precisión, algunos con pie quebrado, verso en
blanco otros, con ojo ciego y rima pobre, rebúsquelo rico a la moda de mi particular
solución.
Aquí no
se improvisa nada. España está dejando de ser España y nos lo han explicado por
su intento de ser Europa. Europa, Una, Grande y Libre formada por españas,
muchas, pequeñas y pobres.
Vete
tristeza mía, dile a mi España que sin ella nada puede ser, ruégale que regrese,
porque estoy cansado de veros sufrir. Acabemos con la nostalgia que nos separa,
pues la cruel realidad nos dice que sin España no hay paz, sin paz no habrá
belleza, todo será triste y así, como me lo inspira João Gilberto, la
melancolía jamás saldrá de mi, nunca más, nunca más.
Nuestro
destino no puede ser, ni será jamás, un PUB, casa pública de alcohólicos auto sostenidos
en clave de pandereta, tocada al ritmo del agua que tropieza en rueda de piedra,
de ciclo perfecto para morder la caña, pero obsoleto en su intento de librarnos
de los males de la eterna morriña, que nos envuelve en ese extraño club de la
comedia, encontrado en los bares y sumergidos en tapas y tortas, en los que más
de huno saldrá en defensa de los impuestos que nos impongan para pagar la casa
de juegos de la meseta central, bar
de Europa.
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