miércoles, 6 de noviembre de 2013

BAR DE EUROPA

Para la tristeza no hay fin, de la felicidad sabemos que su  vida es breve.

Así se me ocurre ofrecer traducción a la primera frase de la canción de Tom Jobim. Las siguientes no necesitan traducción, son consecuencia de la primera.

“A felicidade é como a pluma que o vento vai levando pelo ar. Voa tão leve, mais tem a vida breve, precisa que haja vento sem parar”.

Yo debía creerme dueño de los mis veinte años cuando escuché por primera vez esta canción, exhibida en un salón de cine, en la Coruña, a través de una película italo-franco-brasileña, corrida aquí bajo el título de Orfeo Negro.

Brasil en aquel entonces tenía poco más de sesenta millones de habitantes. Hoy yo hago parte de los poco más de 20 millones de aquella gente que sobrevive en un mar de algo más de  los 200 millones que hoy integran la nacionalidad brasileña, esparramada por un territorio con ocho millones y medio de kilómetros cuadrados.

La felicidad en este mundo la he vivido en sorbos, buscando separar el joyo del trigo, la miel de la hiel, la picada de un mosquito inocente de la mordida de una cobra cascabel. Transcurridos más de medio siglo ya no debía sobrar motivo para quejarme y sin embargo…

Si alguien pregunta por mí, dile que yo estoy por  ahí, con mi guitarra debajo del brazo; en cualquier esquina yo paro, en cualquier botiquín yo entro, si me ofrecen motivo, es más un sueño que yo vivo - de la musa Nara Leon, o esta otra, inspirada en Edu Lobo: Yo soy poeta, no niego raza, hago verso por pirrada sin ninguna precisión, algunos con pie quebrado, verso en blanco otros, con ojo ciego y rima pobre, rebúsquelo rico a la moda de mi particular solución.

Aquí no se improvisa nada. España está dejando de ser España y nos lo han explicado por su intento de ser Europa. Europa, Una, Grande y Libre formada por españas, muchas, pequeñas y pobres.

Vete tristeza mía, dile a mi España que sin ella nada puede ser, ruégale que regrese, porque estoy cansado de veros sufrir. Acabemos con la nostalgia que nos separa, pues la cruel realidad nos dice que sin España no hay paz, sin paz no habrá belleza, todo será triste y así, como me lo inspira João Gilberto, la melancolía jamás saldrá de mi, nunca más, nunca más.

Nuestro destino no puede ser, ni será jamás, un PUB, casa pública de alcohólicos auto sostenidos en clave de pandereta, tocada al ritmo del agua que tropieza en rueda de piedra, de ciclo perfecto para morder la caña, pero obsoleto en su intento de librarnos de los males de la eterna morriña, que nos envuelve en ese extraño club de la comedia, encontrado en los bares y sumergidos en tapas y tortas, en los que más de huno saldrá en defensa de los impuestos que nos impongan para pagar la casa de juegos de la meseta central, bar de Europa.


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