sábado, 16 de noviembre de 2013

CASO PENAL XXIV

FUGA 
Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo XXIV(de no sé cuantos)

¡Valla zurra el temporal con su azote nos ha dado estos días! Yo llegue a pensar que habíamos entrado en el apocalipsis, con vientos feroces, ondas gigantes, arboles derrumbados, casas destejadas. La ira de Dios parecía haber despertado en el horizonte filipino un diluvio de aguas, que caía sobre nuestras cabezas como queriendo disolver la carne que cubre el espíritu.

Dios creó el mundo en seis días y viendo que la obra no era buena, que las figuras hechas a su imagen y semejanza habían optado por la maldad y corrupción, se disponía en estos días de otoño a corregir su equívoco, ahogándonos a todos para comenzar una vida nueva. Fue una advertencia, otras vendrán antes que la vida deje de respirar en nuestra esfera de barro, muy sólido en algunas partes, líquido en otras y gas extremamente explosivo en el cuerpo y conciencia de algunos animales.

El querellante pidió que se aplicase al querellado la pena máxima. Pena máxima revela existencia de odio. El odio es ira, rancor, sentimiento que conduce el mal que una persona quiere hacer a otra. Un odio que le dio ánimo para empurrar por la garganta de autoridades un crimen que en lugar alguno seria crimen, si practicado del modo descrito por el acusador y sus falsos testimonios. El acusador quería  ver sangre y pidió sangre. La fiscalía, muy diferente de lo ocurrido  con el PreSige, se la sirvió en copa de plata.

Hoy el “mister Y” parece estar bien dispuesto. Dicen que después de una tormenta siempre viene la calma. O como canta Shakira: “Mira que el miedo nos hizo cometer estupideces, nos dejó sordos y ciegos, un día después de la tormenta, cuando menos lo piensas, sale el sol”. Y el sol en la costa de la muerte es maravillosamente lindo.

Debajo de un azul celestial decidimos, el “mister Y” y yo, promover un paseo a pie hasta el castillo de Corcubión.

Nos sentíamos bien protegidos. Adelantados en la ría estaban posicionados dos centinelas, os Carrumeiros. Si el pirata vikingo se atreviera a ultrapasar la vigilancia, los cañones del cardenal, en íntima asociación con los cañones del príncipe, le haría pensar, sin que sus afilados cuernos les sirviera para alguna cosa, en la mala pata que lo había traído a la costa da morte.

Soplaba un viento suave procedente del norte, un poco frio, como normalmente son los vientos del norte. Había marcado encuentro con el “mister Y” en la playa de Quenje, enfrente al antiguo edificio de piedra que tan buenas recordaciones le traía de los tiempos de niño. Seguimos hasta el final de la playa, doblamos a la derecha y caminamos en silencio hasta alcanzar la finca de un amigo del “mister Y”, el señor Juan.

-        Esta palmera me recuerda la palmera atrás del colegio Fernando Blanco, en el centro de los jardines, donde estaba el reservatorio de agua y lavadero.

Dice el mister Y, refiriéndose a una palmera de tallo grueso y hojas pinnandas, postada a la derecha del portón de entrada de la finca del señor Juan. Los rayos del sol venían del este, las palmas, movidas por el viento del norte, esparramaban la luz dando la impresión de lluvia esparcida o cubertura de plata. Algunos pinos plantados allá por los años 80, sin cualquier señal de haber sido podados ni siquiera una vez, así como cómo la maleza dando cuenta de la parte sur de la finca, mostraba un cierto aspecto de selva virgen. La visión panorámica a la izquierda de nuestro paseo mostraba toda la belleza de Cee por encima de la urbanización de Quenje. Despues del cruce de Oliveira, a una altura de 60 metros el caminar se hacía agradable sobre un piso asfaltado y con inclinación muy suave.

Resolví entrar de lleno en la cuestión, objeto de nuestro encuentro y paseo por la carretera que lleva al castillo del Cardenal. El clima era ideal para una confesión descontraída, exenta de tensiones desagradables.

-         Háblame, mi buen amigo, del juicio, de la audiencia, de lo que ha ocurrido ese día.
-        ¿Qué quieres que te cuente?
-        Lo que tú creas conveniente contarme. Mira, para empezar, piensa en el juicio y dime la primera palabra que asalte tu cabeza.
-        ¡Farsa! Unas farsa ridícula.
-        Bien, describe como ha iniciado esa farsa jurídica.
-        Hummm.. Como tú sabes, yo soy una persona que aprecia la puntualidad.. En mi vida jamás he llegado atrasado a una reunión. Considero que es cuestión de respecto a las personas que participan de la reunión.
-        Sí, lo sé, ¿pero que eso tiene a ver con la farsa?
-        Fui el primero a llegar a la sala de audiencia. Estaba obscuro y yo mal podía ver con el ojo izquierdo. Algunos minutos después llegó un joven, me miró y se sentó a unos siete metros de mi. Parecía excesivamente nervioso. A seguir llegó el querellante acompañado de un señor que yo sabía era testimonio y dos señoras que yo nunca había visto. Ahora quien estaba nervioso era yo,  conocía la capacidad del “mister Y” convocar testimonios falsos; lo había hecho en otro proceso. Mi abogada llegó también puntualmente. Me preguntó si yo conocía la señora gorda que sonreía para mí. Le dije que no. A la verdad, la ceguera del ojo izquierdo, aliado al nervosismo, dominaba el ojo derecho y yo no conseguía ver absolutamente nada. La secretaria del juez llamó la señora gorda y mi abogada. A seguir entraron en la sala de audiencia el querellante, el joven que continuaba bastante nervioso, el testimonio que yo conocía y las otras dos señoras. Mi abogada pidió que yo esperase fuera de la sala de audiencia afirmando que el joven quería testimoniar sin mi presencia. En ese momento supe que era el cliente del ” mister Y”,  que había testimoniado los hechos ocurridos el día en que yo fui al consultorio para buscar solución por la prótesis partida e implantes corroídos. Me sentí un poco más seguro. Creía yo que él seria fiel a la verdad de lo que realmente había testimoniado. Me parecía culto y honrado, no obstante yo no conseguía entender porque me evitaba y estaba tan tenso.

A esta altura del paseo ya divisábamos el castillo del cardenal, las lobeiras y el majestoso monte Pindo mostraban todo su esplendor. Una rajada de aire encrespaba ligeramente la superficie del mar, haciendo que su dorso escamado luciese un  brillo plateado. Un escenario perfecto para la fuga imaginada por nuestro común y eterno amigo Mendelssohn.


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