Ríe, payaso. Ríe con mi dolor, con la desventura de
poder sufrir un amor destruido en el ocaso de la primavera. RÍe, mi buen amigo,
ríe al compás del tiempo que todo iguala en amalgama de nuestras diferencias y
provoca un sociable gris en los dos equinoccios del año. Yo, payaso, también
río en contrapunto de triste eco para producir lágrimas de sentimiento, que la
percepción no alcanza, pero sabemos que fluyen por la internidad hasta alcanzar
el corazón, donde, gota a gota, deposita su veneno, en clara sensación de
arrogante venganza del mí contra el yo mismo.
No
fue la pereza ni la desidia del obrero la causa que produjo abalos en la
chistera. Ahora, quieta-parada, espera cayada el resurgimiento de nuevos
milagros, capaces de producir temblores nuevos en la cornisa nacional. Algo me
dice que no fue por dolor de garganta la revelación de Gargantua y Pantagruel,
ni siquiera fue la aspirina el chiste que dio gracia a sus doradas viñetas.
Prefiero adivinar el pie del divino huno que pisa la meseta con el imperio de
sus grandiosos zuecos.
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