No, hombre, no, qué no lo se. Se lo digo yo, alguien que sabiendo nada lo dice todo. Me cae el curriculum de chulo delante de su desprecio a la leña, ¡ough¡ sapientísimo loro de hijab vestido. Alego en mi defensa lo que usted cree que muy malo será para la suya, pues es de mi albarda que saco el trapo para cubrir mi rostro y no el suyo.
-Tun, tun, tun.
-¿Quien llama?
-Es la sombra en las tinieblas para reprocharle de la ausencia de luz.
Puede ser que la tiniebla tenga razón por las brumas que ensalza el buen espíritu de los iluminados censureros, pues fue comiendo brona que hemos crecido hasta alcanzar el tamaño que nos empertiga y envuelve con sus caricias, caprichos y bromas.
No se más lo que decirles, porque se que escribiendo sartas de sin razón creerán mejor en las mal trazadas líneas que en la bien modulada voz, ahora titubeante por la vergüenza de haber sido y ya no ser y que en mi es lo que causa mayor atracción, aun sabiendo que en tal dicho no cabe la menor traición.
Allá en el rancho de los sesenta, cuando fuerte yo era para correr a pie, fui adjuntado por la normativa bien desarrollada en un país tropical. Escribían y hablaban trator como nosotros no escribimos, pero hablábamos como ellos continúan hablando. A nadie le ocurría justificar el orden fonético transvaso por el orden etimológico, del cual se intuía claramente que arrastrar acentos deriva de tractos y trahere. Tiraban de la voz a lo fino, sin complicación semántica ni embrujo filosófico. Sin gas para campear en el hoyo que da esencia al caldo gallego, y sin mucha leña para palear el loro, hemos decidido dar fundamento a la criteriología de hablar y escribir exquisito para ser diferentes de nosotros por nosotros mismos. Aplicamos nuestro conocimiento en cosas raras e investimos en la pronunciación con acento paleontológico de la ó que no supimos diferenciar convenientemente como artículo y preposición, y lo asexoamos arrancándole el don de la interjección por la clareza expresiva de un O puro, sin predominio de la i ni la u.
La mexirica crece rojiza sobre el gallo espinando que la protege. De ella se extrae un zumo cítrico y naturalmente tan azucarado que ni el diablo entiende que de algo que pincha pueda crecer algo que sabe. ¿Sería la tangerina un producto típico del peso mixótico adulterado por el carcomano literario?
No hay comentarios:
Publicar un comentario