¿Os acordáis cuando nuestro buen amigo Malthus nos contaba que la disponibilidad de alimentos crecía en razón aritmética al mismo tiempo que la población humana se expandía en progresión exponencial? Pues es de admirar que Galicia, en los albores del siglo XXI, venga tergiversar la teoría del polpudo inglés, desmintiendo, con el fenómeno de la transición demográfica y la teoría tentacular, las predicciones del cefalópodo essay on the principle of population. Evidentemente, mucha teoría ha sido forjada desde el preocupante manifiesto del señor Marx y los beneficios productivos de la especialización puntera del señor Smith. Todo, por más de dos cientos años, ha contribuido al acerrado debate alrededor de buenas mesas, redondas, cuadradas o tubulares, con pan, vino y el cefalópodo gallego de buena cepa, bien cultivado en nuestras rías y majestuosamente temperado a la moda gallega.
España y, por supuesto, Galicia siguen a la cabeza de los países que se aprovechan de la rebaja de la tasa de natalidad. Los indicadores demográficos indican (no podría ser dicho de otro modo) que en los próximos 15 años la población de España aumentará lo equivalente al doble de la población actual residente en Galicia. No es una buena perspectiva para las relaciones del futuro. Lo ideal sería crecer en tasas proporcionadas por la capacidad de retirar sustento en el área geográfica delimitada por el territorio que conforma nuestra nacionalidad y consecuente cultura: evitaríamos la funesta consecuencia de una emigración masiva. En la proyección para los próximos 15 anos la expectativa de vida crecerá de los actuales 81 años para 82 años y esto me hace creer que, si el Estado no me roba derechos naturales, deberé ornamentar la caixa, caja, cajón o ataúd, y habré de pulirla con el esfuerzo de mi trabajo e inversiones cortejadas por la seguridad social con un sonoro epitafio a la moda de un cariñoso prólogo en 2022 para un diario entre muertos nacidos en marzo del año 1940.
Dicen que a la ocasión la pintan calva. Viviremos cuatro años colmados de alegría pelotera. Aprovechémoslos como excelente ocasión para dar un cuarto al pregonero y olvidarnos de las flacas actitudes para resolver los casi tres años de ira opositora por cuenta de las viñas acedas. España merece esta tregua, Galicia la desea, y yo, humilde gallo en corral extranjero, la necesito a la luz del principio de precaución y buena práctica como medio de preservar la fauna de jubilados que, muy diferentemente de lo que por ahí pregonan, corre serio riesgo de extinción, pues por los acantilados de la nación perceebera ya truenan voces deseando transformarnos en sombras silenciosas de un ejército aguerrido por la retórica bulliciosa de entrepenedos burburajos musitando palabras de adiós.
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