miércoles, 21 de julio de 2010

DESFEITA

Bueno, hombre, bueno. Desfeita, eso que se llama desfeita en buen gallego es lo que promueven, en soportable castellano, esos dos nuestros amigos, sus críticos contumaces (ya lo fueron míos, con otros celtas apodos), el señor Lelo y el señor Nero.
Empecemos por su modelo bucólico de una Comunidad Perceebiana al estilo de una Galicia moderna, asentada en trípode inteligentemente estable por los fundamentos de una buena educación para su gente, y por su gente para el medio ambiente, con paisaje armonizado por tecnologías autóctonas, aquellas que no pagan royalties a ningún rey extranjero, e impulsado por economías de ahorro a servicio de la financiación de investimentos para futuras rentas de los ahorrantes. Este es el modelo que yo esperaba encontrar, mis amados amigos, criticones y criticado.
Lo que yo encontré fue una caterva de politiquillos y usureros promotores, tramando por los rincones de las corredoiras como aumentar su imagen de hombres poderosos a costa de ofrecer al fuego madera y resiga de su propia hacienda, la hacienda de todos los comuneros de Perceebes.
Incomprensiblemente, una abeja de Perceebes, ensacado y paramentado con anchas sayas, hacia prueba de su saber te(cn)ológico contratando una grúa gigante para instalación de una antena chica en la torre derecha del campanario santo. El obrero, en un acto de revuelta contra su dios humano, saltó del cajón de la grúa y caminó por sus pies descalzos sobre el tejado, con la antena en la mano, e hizo el trabajo que debería hacer si no hubiese grúa sustentada por lo que usted llama liquidez abundante y barata.
La gran depresión del 2009 ya era prudentemente previsible en el año 2002, cuando yo me atrevía a analizar las cuentas de gastos de todos los estados federados a la Comunidad de Perceebes. Indistintamente del color de las banderas y filiación política, todo ente económico danzaba al son de un único tambor, tamborileado a palo de un viejo regente y su tecnología de obsoletos ordenadores, amontonados y pudriéndose en la asociación de empresarios o en la de ancianos recogidos en el fallido imperio castro.
No consigo atinar lo que significa a favor o contra lo que escribe el genioso Lelo desde su altura de un metro y ochenta (más o menos). De cualquier modo, entiendo que Pousa no hace pausa para escribir para la gracia de Lelo, a quien no sirve de chiste la desgracia de cuatro millones de desempleados que, por el tema obscuro del ladrillo cementado, se creen artífices de su original desdicha.
Nero, cuando habla, deja un resultado de tres a cero, ya descontado lo no se que a favor y lo no se cuanto en contra. Es un resultado muy sólido para romper la testa de quien se atreva a contradecirlo, porque, claro está, Nero es perceebero, vive en Perceebes y se mueve a sus costas. Su opinión no es favorable al abismo que sus ojos ven ante la exponencial realidad que nos conduce al foso en que prevalece el hechizo de la locura inmediatista, aquella que erige templos al comercio foráneo y entierra la cuna de la fauna marina. 
¡Oh, Perceebes querida! Que mal han hecho a mis ojos para no verte como eras? ¿Que pecado he cometido para vivir errante en el mundo y, aún queriendo sentirte y amarte, no puedo tenerte, porque ya no eres quien yo creía,  aunque seas, para mi desfeita, un gran pedazo de lo que yo más amo? .

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