martes, 22 de mayo de 2012

DIFERENCIAS DE LOS IGUALES



Un día cualquier de los tiempos pasados, viendo y oyendo un programa cualquier de la televisión gallega, editado en una variante modelística de la pre-lengua española, el asunto recurrente eran las diferencias y el respecto a su existencia. 

Es evidente que las diferencias existen en esta enorme pelota de cosas iguales. Por supuesto, vivir sumergidos en un caudal de partidos, algunos rotos y otros muy mal cosidos, requiere un elevado sentimiento ético-moral  de respeto a las diferencias. A respecto de tal asunto, vivir sin respeto a la poderosa fuerza de lo que se ha convenido llamar partido puede constituir seria amenaza a ese colosal mundo de oportunidades en la que se ha recriado la política y, por tal razón, se hace difícil aceptar de buen grado la presencia adversa de la diversidad (diversidade, así como se escribe, con “de” final moi pegadiña e axiña para poder garantir a convivencia en paz entre os diferentes iguales). 

Ao carón de una mesa redonda, uniformemente asentados sobre asientos giratorios, se posicionaban cuatro representantes de la tipicidad galaica, raza enxebre por excelencia. Mirandolos de frente, de izquierda a derecha, el sociólogo Eduardo Rego Rodriguez, el filóso Alfonso Sola y Miguel Fernandez Blanco, responsable de empleo e inmigración de Caritas en el Santiago de algún lugar.

En la gran dialéctica histórica, todo somos como somos, luego, ya lo explicaba Platón, todo se explica por lo que el plato contiene: un poco más de grase en el invierno y un contenido con alguna gracia por la esperanza que adviene de la primavera.

Las diferencias son tema en la aguda crisis que estamos viviendo, porque ahora, habiendo menos para repartir, los diferentes, que andaban callados bajo el lodo de la arrogancia, emergen a la superficie para hacerse sentir. Se disuelve la tolerancia a lo neutral o negativo y se rescata la actitud molesta de la recíproca oposición, todos contra todos y la casa se cubre con semientes de la polilla, que a gusto de todos se convierten en partidos de las más bizarras denominaciones, como: P de los Tineidos, P de los Piralidos, P de los Tortricidos , P de los Galéquidos, de los Tortricidos y una gran legión de los P de los P. Todos, sin excepción, majaderos comilones de lo que a su paso se opongan.

Es evidente que en una situación de opulencia la polilla tiene función productiva, comiendo lo que sobra para que se produzca algo más, y ese más-producir nos mantiene a todos ocupados en las labores de criar capital y, así, nos convertimos en ocupas del tiempo por el afán de guardar ese algo, que llamamos capital, bajo el palio y  al amparo de la polilla. Exactamente como si la inteligencia de la polilla se igualase a la inteligencia humana cuando coloca una matilla de lobos hambrientos para cuidar del rebaño de los pacíficos corderos.

Las diferencias, ya lo explicaba uno de los contertulios, no son todas respetables. No podemos alabar el hecho de que  unos poquitos sean dueños del todo y la gran multitud viva carente de lo que ha producido, produce o tiene capacidad para producir. No podemos respectar la intención de que se produzca el colapso sanitario en beneficio del crecimiento, en volumen, de esa minúscula masa privada que desea hacerse dueña de la voluntad pública.

Educación pública, Sanidad pública y ocupación plena y satisfactoria del tiempo que la naturaleza pone  a nuestra disposición durante el corto intervalo de nuestro caminar por la superficie de esta monumental y explosiva pelota, son los tres pilares del respecto a la ley.

No habiendo respecto a estos tres pilares, la casa desmorona  y, aunque la vaca tusa por los dispositivos de la constitución y el poder sarnoso de una matilla de perros, la clase dominada acaba derogando la tolerancia neutral  para transformarla en intolerantes activos de esa pequeña minoría, avaros sedientos de una falsa ilusión, que ellos llaman capital y, como la peseta guardada, solo sirve de alimento a la polilla.

Es cierto que los más débiles siempre acaban masacrados.  Antropológicamente  la especie humana no está preparada para hacer frente a las diferencias. Ya decía no se quien que dios nos cría y nosotros nos juntamos en la homogeneidad de nuestros caracteres.  Nuestra democracia balbucea un lenguaje infantil al que quiere dar significado. Entramos en el intervalo de la formación de un modelo cooperativo. Debemos apuntalar sus alicientes y estimular el crecimiento económico sin romper el equilibrio de buena convivencia entre los que sufren el castigo de una mala salud (económica, financiera, cultural, o lo que sea motivo de una diferencia contrastante) y los beneficiados por el derroche de la opulencia (ídem, ibídem)

La dialéctica triunfante de los mercados ya muestra su natural cansancio, y el vacío que atrás se engendra deja espacio a la creación de nuevos modelos de convivencia.

Nuestro modelo político va perdiendo la moral que le daba sustento. Ya no es representativo de algo que no sea de sí mismo, y ni siquiera ya son iguales entre sí. Se muestran diferentes en la voz, en la rudeza del rugido, en el tamaño y afilado de los caninos. El alma del cordero suspira debajo de un manto de lana y el lobo sabe que, no habiendo carne debajo de la lana, nada puede hacer con el alma, pues alma no se come, aunque muchas, unidas, puedan hacer indigesta la vida del lobo y conducirlo por la senda de un modelo autofágico.

La soberanía del gobierno pertenece retóricamente a la mayoría de los paisanos. Es una soberanía que estamos transfiriendo a los paisanos de otros países. Esos paisanos ajenos a la voz que brota de la savia de los pinos, ignorantes , feridos e duros, imbéciles e obscuros, non nos entenden, non. Los tiempos son otros y a nuestras vaguedades no sobran aliento para gobernar y, habiendo cumplido la regencia del protectorado, otro fin tendrán; pues donde se quiera, gigante la voz pregona la redención de este pueblo, con voluntad para tener un buen plan y hacer de las diferencias entre los iguales algo positivo para vivir en paz.

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