Un día cualquier de
los tiempos pasados, viendo y oyendo un programa cualquier de la televisión
gallega, editado en una variante modelística de la pre-lengua española, el
asunto recurrente eran las diferencias y el respecto a su existencia.
Es
evidente que las diferencias existen en esta enorme pelota de cosas iguales.
Por supuesto, vivir sumergidos en un caudal de partidos, algunos rotos y otros
muy mal cosidos, requiere un elevado sentimiento ético-moral de respeto a las diferencias. A respecto de tal asunto, vivir sin respeto a la
poderosa fuerza de lo que se ha convenido llamar partido puede constituir seria
amenaza a ese colosal mundo de oportunidades en la que se ha recriado la
política y, por tal razón, se hace difícil aceptar de buen grado la presencia
adversa de la diversidad (diversidade, así como se escribe, con “de” final moi
pegadiña e axiña para poder garantir
a convivencia en paz entre os diferentes iguales).
Ao carón de una mesa redonda, uniformemente asentados sobre
asientos giratorios, se posicionaban cuatro representantes de la tipicidad
galaica, raza enxebre por excelencia. Mirandolos de frente, de izquierda a
derecha, el sociólogo Eduardo Rego Rodriguez, el filóso Alfonso Sola y Miguel
Fernandez Blanco, responsable de empleo e inmigración de Caritas en el Santiago
de algún lugar.
En la gran
dialéctica histórica, todo somos como somos, luego, ya lo explicaba Platón,
todo se explica por lo que el plato contiene: un poco más de grase en el
invierno y un contenido con alguna gracia por la esperanza que adviene de la
primavera.
Las diferencias son
tema en la aguda crisis que estamos viviendo, porque ahora, habiendo menos para
repartir, los diferentes, que andaban callados bajo el lodo de la arrogancia,
emergen a la superficie para hacerse sentir. Se disuelve la tolerancia a lo
neutral o negativo y se rescata la actitud molesta de la recíproca oposición,
todos contra todos y la casa se cubre con semientes de la polilla, que a gusto
de todos se convierten en partidos de las más bizarras denominaciones, como: P
de los Tineidos, P de los Piralidos, P de los Tortricidos , P de los Galéquidos,
de los Tortricidos y una gran legión de los P de los P. Todos, sin excepción,
majaderos comilones de lo que a su paso se opongan.
Es evidente que en
una situación de opulencia la polilla tiene función productiva, comiendo lo que
sobra para que se produzca algo más, y ese más-producir nos mantiene a todos
ocupados en las labores de criar capital y, así, nos convertimos en ocupas del
tiempo por el afán de guardar ese algo, que llamamos capital, bajo el palio y al amparo de la polilla. Exactamente como si
la inteligencia de la polilla se igualase a la inteligencia humana cuando
coloca una matilla de lobos hambrientos para cuidar del rebaño de los pacíficos
corderos.
Las diferencias, ya
lo explicaba uno de los contertulios, no son todas respetables. No podemos
alabar el hecho de que unos poquitos
sean dueños del todo y la gran multitud viva carente de lo que ha producido,
produce o tiene capacidad para producir. No podemos respectar la intención de
que se produzca el colapso sanitario en beneficio del crecimiento, en volumen,
de esa minúscula masa privada que desea hacerse dueña de la voluntad pública.
Educación pública, Sanidad pública y ocupación plena y satisfactoria del tiempo
que la naturaleza pone a nuestra
disposición durante el corto intervalo de nuestro caminar por la superficie de
esta monumental y explosiva pelota, son los tres pilares del respecto a la ley.
No habiendo
respecto a estos tres pilares, la casa desmorona y, aunque la vaca tusa por los dispositivos
de la constitución y el poder sarnoso de una matilla de perros, la clase
dominada acaba derogando la tolerancia neutral para transformarla en intolerantes activos de
esa pequeña minoría, avaros sedientos de una falsa ilusión, que ellos llaman
capital y, como la peseta guardada, solo sirve de alimento a la polilla.
Es cierto que los
más débiles siempre acaban masacrados. Antropológicamente la especie humana no está preparada para
hacer frente a las diferencias. Ya decía no se quien que dios nos cría y
nosotros nos juntamos en la homogeneidad de nuestros caracteres. Nuestra democracia balbucea un lenguaje
infantil al que quiere dar significado. Entramos en el intervalo de la
formación de un modelo cooperativo. Debemos apuntalar sus alicientes y estimular
el crecimiento económico sin romper el equilibrio de buena convivencia entre
los que sufren el castigo de una mala salud (económica, financiera, cultural, o
lo que sea motivo de una diferencia contrastante) y los beneficiados por el
derroche de la opulencia (ídem, ibídem)
La dialéctica
triunfante de los mercados ya muestra su natural cansancio, y el vacío que atrás
se engendra deja espacio a la creación de nuevos modelos de convivencia.
Nuestro modelo político
va perdiendo la moral que le daba sustento. Ya no es representativo de algo que
no sea de sí mismo, y ni siquiera ya son iguales entre sí. Se muestran
diferentes en la voz, en la rudeza del rugido, en el tamaño y afilado de los
caninos. El alma del cordero suspira debajo de un manto de lana y el lobo sabe
que, no habiendo carne debajo de la lana, nada puede hacer con el alma, pues
alma no se come, aunque muchas, unidas, puedan hacer indigesta la vida del lobo
y conducirlo por la senda de un modelo autofágico.
La soberanía del
gobierno pertenece retóricamente a la mayoría de los paisanos. Es una soberanía
que estamos transfiriendo a los paisanos de otros países. Esos paisanos ajenos
a la voz que brota de la savia de los pinos, ignorantes , feridos e duros, imbéciles e obscuros, non nos entenden,
non. Los tiempos son otros y a nuestras vaguedades no sobran aliento para gobernar
y, habiendo cumplido la regencia del protectorado, otro fin tendrán; pues donde
se quiera, gigante la voz pregona la redención de este pueblo, con voluntad
para tener un buen plan y hacer de las diferencias entre los iguales algo
positivo para vivir en paz.
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