Señor y mi muy
querido presidente, no el uno, que también, y sí el otro, todavía mucho más uno
que el otro, a quien, todos que cosquillamos en esta dura superficie de cuero
seco, arrancado del miura bravo, sometemos nuestra voluntad para grandeza de la
patria y miseria del patri-óptico, ciego por el rubor que va causando la
desvairada aplicación de medidas, al diestro y al siniestro, sin cualquier
razón que merezca otro aplauso que el claque paliatorio de sus inveterados
discípulos.
Sobre el vaivén del
rio Chicago el mundo ofreció a usted la gran oportunidad de conseguir préstamos
del fondo solidario europeo por el valor de su reposición futura, con niveles
de usura prácticamente cero. Vanidosamente, usted los recusa simplemente por el
hecho de que el propositor es opositor a
sus creencias anti-maquiavélicas, del no contundente a la división de
responsabilidades compartidas en este quiere
ajo de mundo globalizado, al coste de la desmoralización de todos los paisanos de las comunidades
maquiavelizadas.
Nos hace concluir
que solo usted, reverberado por el eco rocoso de su partido, entiende del arte
de la economía de un país y que todo lo hace por el bien de la patria, mismo
que ese bien signifique la desolación de
todos los patricios habitantes.
Cree usted que el
G8 ha perdido su tiempo con la lectura del crecimiento x austeridad que se
juega en nuestra adorada nación. En su conciencia usted lo tiene bien claro y
perfectamente definido: El crecimiento se
obtiene con la reforma de las estructuras y no gastando lo que no se tiene. Eso no se corresponde con la realidad del
mundo de la ilusión financiera. Es la
ilusión del deber lo que da fuerza al sistema capitalista para continuar
creciendo. De hecho, en la práctica, usted, mi ilustre comandante, hace
justicia al sistema que busca capitalizarse por el uso y abuso de las ofertas de
primas sin riesgo, divinas para gloria del banquero a quien debemos conducir
con el carisma de quien conduce el palio sagrado en el día de corpus.
Mi consejo, en
calidad de asesor político social, es que usted abandone ese tiránico empeño
por hacer de su voluntad la única voluntad de Iberia, cuando todos los ibéricos
caminamos en dirección al abismo, en el mismo abismo en cuyo borde ya acampan más de cinco millones de parados,
todos acompañados de sus respectivas y desamparadas familias.
Trueque usted,
señor, las primas de riesgo que vende con sacrificio de la vida real a los
incorporadores del iluso dinero por las ayudas que le ofrece el presidente francés.
Si usted dice que no se puede gastar lo que no se tiene ¿por qué se empeña por
pagar más de cinco por ciento al año en la cuenta del ahorro ajeno? En este
ritmo, señor, la deuda se hará una burbuja incapaz de sostenerse en el aire y
acabará reventando tarde o temprano de tanto chupar el aire que se aloja en el
pulmón de los pobres y desfallecidos ibéricos. Explotará nuestra querida patria
para regocijo de los exploradores, quienes no verán cualquier inconveniente en
subastar el suelo y todo que sobre su cubierta respira a escucha de una
filigrana orzamentaria.
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