Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo XXIII (de no sé cuantos)
ANDAMENTO
MODERATO
No sé si es un
derecho, no sé si es un deber, pero sé que un poderoso hormigueo fustiga mis
sentidos provocándolos para que salgan a público buscando restaurar el decoro y
dignidad públicamente herida por una denunciación calumniosa, hecha contra el
“mister Y”, principal protagonista en el desarrollo de este cuento, que de
tantas veces contado ya exhala cierto aroma de historia.
-
Ni
decoro ni dignidad ni mucho menos la moral este cuento necesita restaurar –
interviene, ligeramente flemático, el “mister Y”
-
Como
no, “mister Y”? Han tentado derrumbarte con documentos falsos, testimonios han
cometido perjurio a la sombra de falsa identidad, Pilatos ha lavado sus manos y
el fariseo esbozó una larga sonrisa al leer la sentencia que ordenaba dejarte
clavado en la cruz apenas por diez días, caso tú no quisieras recurrir de la
sentencia, y ahora dices que tu moral no necesita ser restaurada?
-
Sí,
lo digo. No tengo culpa si la moral del acusador estaba tan baja, al ponto de
hundirse al escuchar, apenas por la voz de su conciencia, palabras tan
ofensivas como aquellas por el mismo
registradas en la policía, esto es: “Tu eres un mal profesional y etc”
-
Lo
de “etc.” sí que debía ser muy grave- le recordé yo.
-
Hombre,
creo que en la mente del sacadientes religioso todo puede ser extremamente
grave, ofensivo a su moral y peligroso a su vida supuestamente decorosa. En lo
que a mi dignidad se refiere, ella continua excelente en los modos de mi
modesta persona; mi decoro está revestido con la pureza, honor y respecto
transmitido por el relevo que mis padres han puesto en mis manos. Mi moral
integra el fuero del ánimo interno, no lo avala el dolor del cuerpo, ni los
clavos corroídos que el acusador ortodontista ha clavado en mi boca bajo el
eufemismo de implante dentario.
-
Debo
entender que dispensas la participación de este tu amigo relator?
-
No,
hombre. No es eso lo que yo dije. Lo que quise decir es que mi moral, dignidad
y decoro continúan intactas, no necesitan ser restauradas.
-
Siendo
así ¿qué es lo que yo pinto en este cuento?
-
Todos
necesitamos de alguien para ayudarnos en algo, ¿no es verdad?
-
Sí,
por supuesto.
-
Pues
bien, tú sabes que yo no tengo abogado para mover una acción de retaliación
contra la falsa acusación.
-
Sí,
lo sé, técnicamente eres jurídicamente pobre y no puedes arcar con los gastos
de un abogado sin que eso perjudique el sustento de tu familia
-
Exacto,
tienes buena memoria o así te lo recuerda el artículo 2, parágrafo único de la ley
1060/50.
-
Ah,
sí, la ley. Ora ley, ya lo decía Monsieur Napoleón por la buena parte que a él
tocaba.
-
A
él toca la Bonaparte y a mí toca la sacarina, que también sabe a dulce y, como
beneficio, no engorda. Pero vamos a lo que íbamos. Busqué en el ministerio
publico ayuda para defenderme contra el falso acusador, les mostré claramente
donde se albergaba la mentira y como podían hacer para alcanzarla. Me
respondieron que eso era cosa de abogado. Un abogado me cobró 200 pilas para
decirme que no necesitaba de abogado pues era cosa del ministerio público. El
ministerio público solicitó, de oficio, abogado a la asociación de abogados que
mantiene acuerdo con la Defensoria Pública y la asociación me responde con
silencio absoluto. Hubo quien se lastimó con tanto descaso y me aconseja llevar
el caso a la Corregidora Judicial. En fin, si digo que no como bien no es por
estar mal servido ya que servido bien no estoy.
-
Te
entiendo, “mister Y”. Necesitas de mi para que yo te ayude en lo que pueda. Pero
¿podrías tú ayudarme un poquitín para que yo sepa en lo que realmente puedo
ayudarte?
-
Sí,
sin duda. Hablabas de restauración y es eso lo que yo quiero que tú hagas. Son
dos restauraciones: la primera es mi salud, haciendo que yo pueda y vuelva a
sonreír para mis nietas sin que ellas se asusten al ver los colmillos de metal
barato y corroído, puestos en mi boca a un caro precio por el ortodontista
acusador. En segundo lugar quiero que se me retire el certificado de criminoso
en primer grado, otorgado sin el menor merecimiento mío y que ahora ocupa un lugar
indeseado entre la colección de los varios diplomas y certificados que
merecidamente yo he conquistado con todo el mérito de mi esfuerzo por muchos y muchos
años. El espacio que este certificado maldito ocupa deberá ser restaurado para ser
ocupado por algo más noble, ¿no crees?
-
Tienes
razón. Pero ahora ya es noche y el frio empieza apretar en estos días de otoño.
Dejemos el cuento para otro día, lo retornaremos en el punto en que lo hemos dejado
en el capítulo XXII. Voy desmontar los argumentos supuestamente legales por los
que te han capacitado para merecimiento del diploma que tanto detestas; después
veré lo que puedo hacer para restaurar el estado de tu salud. Te solicito que me
perdones por el andamento gravissimo, haré lo posible para darle un movemento andantino
y ver si entro en un alegretto ligeramente vivace.
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