martes, 29 de octubre de 2013

CASO PENAL XXIII

Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo XXIII (de no sé cuantos)
ANDAMENTO MODERATO
No sé si es un derecho, no sé si es un deber, pero sé que un poderoso hormigueo fustiga mis sentidos provocándolos para que salgan a público buscando restaurar el decoro y dignidad públicamente herida por una denunciación calumniosa, hecha contra el “mister Y”, principal protagonista en el desarrollo de este cuento, que de tantas veces contado ya exhala cierto aroma de historia.

-        Ni decoro ni dignidad ni mucho menos la moral este cuento necesita restaurar – interviene, ligeramente flemático, el “mister Y”

-        Como no, “mister Y”? Han tentado derrumbarte con documentos falsos, testimonios han cometido perjurio a la sombra de falsa identidad, Pilatos ha lavado sus manos y el fariseo esbozó una larga sonrisa al leer la sentencia que ordenaba dejarte clavado en la cruz apenas por diez días, caso tú no quisieras recurrir de la sentencia, y ahora dices que tu moral no necesita ser restaurada?

-        Sí, lo digo. No tengo culpa si la moral del acusador estaba tan baja, al ponto de hundirse al escuchar, apenas por la voz de su conciencia, palabras tan ofensivas  como aquellas por el mismo registradas en la policía, esto es: “Tu eres un mal profesional y etc”

-        Lo de “etc.” sí que debía ser muy grave- le recordé yo.

-        Hombre, creo que en la mente del sacadientes religioso todo puede ser extremamente grave, ofensivo a su moral y peligroso a su vida supuestamente decorosa. En lo que a mi dignidad se refiere, ella continua excelente en los modos de mi modesta persona; mi decoro está revestido con la pureza, honor y respecto transmitido por el relevo que mis padres han puesto en mis manos. Mi moral integra el fuero del ánimo interno, no lo avala el dolor del cuerpo, ni los clavos corroídos que el acusador ortodontista ha clavado en mi boca bajo el eufemismo de implante dentario.

-        Debo entender que dispensas la participación de este tu amigo relator?

-        No, hombre. No es eso lo que yo dije. Lo que quise decir es que mi moral, dignidad y decoro continúan intactas, no necesitan ser restauradas.

-        Siendo así ¿qué es lo que yo pinto en este cuento?

-        Todos necesitamos de alguien para ayudarnos en algo, ¿no es verdad?

-        Sí, por supuesto.

-        Pues bien, tú sabes que yo no tengo abogado para mover una acción de retaliación contra la falsa acusación.
-        Sí, lo sé, técnicamente eres jurídicamente pobre y no puedes arcar con los gastos de un abogado sin que eso perjudique el sustento de tu familia

-        Exacto, tienes buena memoria o así te lo recuerda  el artículo 2, parágrafo único de la ley 1060/50.
-        Ah, sí, la ley. Ora ley, ya lo decía Monsieur Napoleón por la buena parte que a él tocaba.

-        A él toca la Bonaparte y a mí toca la sacarina, que también sabe a dulce y, como beneficio, no engorda. Pero vamos a lo que íbamos. Busqué en el ministerio publico ayuda para defenderme contra el falso acusador, les mostré claramente donde se albergaba la mentira y como podían hacer para alcanzarla. Me respondieron que eso era cosa de abogado. Un abogado me cobró 200 pilas para decirme que no necesitaba de abogado pues era cosa del ministerio público. El ministerio público solicitó, de oficio, abogado a la asociación de abogados que mantiene acuerdo con la Defensoria Pública y la asociación me responde con silencio absoluto. Hubo quien se lastimó con tanto descaso y me aconseja llevar el caso a la Corregidora Judicial. En fin, si digo que no como bien no es por estar mal servido ya que servido bien no estoy.

-        Te entiendo, “mister Y”. Necesitas de mi para que yo te ayude en lo que pueda. Pero ¿podrías tú ayudarme un poquitín para que yo sepa en lo que realmente puedo ayudarte?

-        Sí, sin duda. Hablabas de restauración y es eso lo que yo quiero que tú hagas. Son dos restauraciones: la primera es mi salud, haciendo que yo pueda y vuelva a sonreír para mis nietas sin que ellas se asusten al ver los colmillos de metal barato y corroído, puestos en mi boca a un caro precio por el ortodontista acusador. En segundo lugar quiero que se me retire el certificado de criminoso en primer grado, otorgado sin el menor merecimiento mío y que ahora ocupa un lugar indeseado entre la colección de los varios diplomas y certificados que merecidamente yo he conquistado con todo el mérito de mi esfuerzo por muchos y muchos años. El espacio que este certificado maldito ocupa deberá ser restaurado para ser ocupado por algo más noble, ¿no crees?

-        Tienes razón. Pero ahora ya es noche y el frio empieza apretar en estos días de otoño. Dejemos el cuento para otro día, lo retornaremos en el punto en que lo hemos dejado en el capítulo XXII. Voy desmontar los argumentos supuestamente legales por los que te han capacitado para merecimiento del diploma que tanto detestas; después veré lo que puedo hacer para restaurar el estado de tu salud. Te solicito que me perdones por el andamento gravissimo, haré lo posible para darle un movemento andantino y ver si entro en un alegretto ligeramente vivace.


No hay comentarios:

Publicar un comentario