AGUITA
Yo también tuve un amigo - que era no ruso, no chino,
no polaco, y ni siquiera yo de él amigo era, pese a la proximidad de nuestros
pueblos unidos - el cual participaba, con riguroso furor del fluido y rojo
sangre subido a la cabeza, en concursos de la bohemia extrema. En su portentosa
fuerza de carácter urbano, afirmaba
jamás haber degustado lo que comía, y lo que bebía lo depuraba a golpe de caña,
pues creía que su tronco era más fuerte que el colmo del arroz, el trigo o la
cebada, sus raíces no provienen del agua y su dulzura tiene el talle
hermafrodita de la cepa romana. A bajas temperaturas instilaba etílico sin la
menor necesidad de vestir casaca, a lo bruto, con pecho abierto y trasero
expuesto a su libre arbitrio. La última vez que lo vi, oí como se quejaba,
inconsolable, angustiado por el resultado del concurso de la famosa agüita.
Decía: “No entiendo como no he conseguido superar los escaños propuestos (5
litros de caña) si pocos minutos antes, en plan de entrenamiento, había bebido seis litros de la famosa agua”
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