lunes, 14 de junio de 2010

AUREOLA DIVINA

A mí también parece excelente la idea de construir un Ave que nos lleve de Santiago a Fisterra, y un eurotúnel  que, partiendo de Fisterra, permita atravesar cómodamente el Atlántico en nuestros paseos a New York. ¿Habría mejor motivo en el mundo para resucitar  la costa morta y llenarla con obreros oriundos de la galaxia viva? ¿Y entonces? ¿Qué es lo que estamos esperando? No me digan que es imposible. A los escépticos de lo imposible pediré que se espejen en el circo del sol y manden nuestros mayores a columpiarse en las barras de la eternidad. Yo me apunto a tan magnífico empleo. El médico me avisa que deberé hacer algunos ejercicios de extensión y contracción muscular, comer mucho ajo para eliminar la gota y subir todos los días un peldaño hacia la eternidad. Una vez alcanzada la cumbre de la torre donde yace la CdC, estaremos en condiciones de personificar los titanes de la madre Tierra. El mundo todo nos mirará con expresión de ternura y admiración. Hexíodo, en su teogonía, ya nos advertía que después del caos vendría Gaia y con ella se establecería la fundación pro dioses del Olimpo. Alunas preocupaciones debemos tener y administrarlas con relativo cuidado. Por ejemplo, contener el impulso bélico del dios Ares y alejarlo de la diva de la discordia, Eris. Recomendable también sería solicitar a Pousanias descrición correcta de la ubicación estelar de los astros que iluminan el camino de Tiago en las noches de plenilunio, así como descifrar la fonética del fox autentico y  distinguirlo del hombre lobo o de la saña dentusca del vampiro fiero que degolló el cuello del ignorado Prisciliano.
Todo es posible cuando todos queremos más y más y mucho más. Pues ya dice la copla que con su suerte nadie se quiere conformar. Elva Otero Santiago no necesita explicarlo, es suficiente que lo escriba y ya aparecerán sabios en el consistorio político con ánimo de registrar la paternidad de la idea del circo solar como aureola en la cabeza apostólica de Gaiás. Ah, me olvidaba, vigilen el apóstol Santiago para que nadie lo arranque de su placentera tumba y lo eleven en asas de Ícaro a la eterna soledad.

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