Es agradable observar como el iluminismo se asienta en la comunidad gallega por acción intempestiva de un grupo de mixóticos autores, instigados por el activismo empírico de la sátira obscurantista de un ilustre escritor, prosélito fisiócrata en permanente lucha contra el ostracismo histórico.
Es evidente en el mundo de la ciencia que a todo momento nuevos descubrimientos, muchos ya viejos, pero olvidados en las telas de araña petrificadas por el tiempo, pueden emerger del profundo foso filosófico de nuestra sensible conciencia gallega.
A ninguno de los autores del mixótico consistorio, soberbiados por la facilidad insospechada de la tecnología digital, cabe la más insignificante duda sobre el heroísmo del esfuerzo matinal realizado en el minxitorio caudal de específicos temas.
Cosas tan naturales como el relámpago durante una tempestad no pasaba desapercibida a las torrenciales reflexiones oculares de Lichtenberg. Consecuencias perpetuadas de tales observaciones, refractadas por la conciencia de la reflexión, conducirían a un tratado sobre la derivación de un relámpago. Un eclipse lunar previsto para el 23 de octubre de 1971 desencadenaría un tumulto de explicaciones. Una faja blanca, observada en el cielo del 14 de marzo de 1974, despertaría el poder retórico por la ciencia de la explicación.
Pero fue la colecta sistemática de cortas sentencias el gran mérito por el que nuestro amado conde lo cita en tres misarios ecuménicos, para deleite de los adagiados en su paremia refranera.
Difícilmente – observara Lichtenberg – puede haber algo más absurdo que un libro impreso por personas que no quieren entenderlo o, todavía peor, escritos por autores que no saben explicarlos y resumen su creación por las consecuencias de una orgánica erección.
La vida política necesita tanto de cambios como nuestros pulmones necesitan del aire que respiramos. ¿A alguien le ocurriría pensar en la necesidad de un decretazo para mejorar el empujo del pecho al ritmo que marcan las batidas del corazón? Es en las leyes que se escuda la cobardía electorera y es por la ley del absurdo que todos, patatas podres y sanas, cohabitamos el mismo saco, donde el olor pútrido del espantajo contaminado se esparrama por los brotes enraizados entre tubérculos de la corrupción.
Luego, si algo habrá que cambiar, mi caro conde, será nuestra actitud crítica ante los hechos y cohechos del político vulgar y no permitir que sus leyes (son ellos quien las hacen y ejecutan) no atraganten nuestras gargantas, impidiendo que suene la voz sensiblemente amargada por los empeños de la piedad.
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