É
NADAL
Es
dia para decir todo loi que queramos decir. Es dia para recordar preferentes de
ocurrencias pasadas en el año que se acaba. Y por ahí nos invade el hechizo de
la miserabilidad advenida de la esperanza que habíamos en los frutos de las
preferentes y , ahora maduras, se atascan en la garganta como espinas agudas,
prontas para dilacerar los ductos por los cuales algunas consigan resbalar.
Pero esas espinas del mundo financiero no son los peores huesos que debemos
roer en el nuevo año, que empezará cuando la pelota que todos queremos chutar complete
la enésima vuelta alrededor del astro Sol.
Estamos
en el quinto año de lo que ya podríamos llamar gobierno de la crisis más
sospechosa de la historia de nuestra galaxia. Crisis advenida en el apogeo de
la capacidad productiva, con inversiones a destajo en automóviles a diestro y
siniestro, en comilonas con aire de majestosa nobleza, abochornada con vinos de
calidad y humos del puro humedal habano. A nuestro parecer poca cosa nos hacía
pensar que éramos frágiles delante de una invasiva austeridad, austeridad que
fue penetrando como virosis ensandecida por todos los poros de la piel y va instalándose
con fuerza de ocupa en todos los órganos, amenazando en menos de un año poner en
jeque los órganos vitales.
Nos
piden esfuerzo, ilusión y esperanza. Sabemos que la esperanza es la última a
caer. Ella se derrumba cuando la ilusión fallece y en su lugar surge el demonio
de la frustración. Con la mirada absorta en el futuro y los oídos deseosos de
escuchar buena música, el viento ondula palabras insuflando el sentimiento de
que es necesario hacer esfuerzo colectivo para juntos salir adelante y, aunque
por inacción no consigamos dar más un paso, moriremos diciendo que intentamos
mejorar la situación sin haber mejorado absolutamente nada.
La
vida moderna es colectiva, socialista por exigencia de la sociedad en que la
vida humana y también la animal se integran. La vida puede ser socializada por
comunión de un grupo de personas, los gallegos en su ambiente geográfico o
españoles en la circunscripción ibérica. Podríamos incluso ampliar los
beneficios del socialismo aumentando la abrangencia del espacio de la Unión.
Por el esfuerzo colectivo, podríamos construir, por ejemplo, la Unión Europea,
la Unión Mediterránea, la Unión de los países del Atlántico e incluso, si a
alguien le pareciera original, podríamos inventar la Unión de las Naciones
Unidas. Todo sería bueno si la capital
de tan colosal imperio se ubicara en el junqueral de mi querida tierra.
Pero la
vida jamás se capitaliza, ni siquiera por la criogénesis. Adviniendo la
navidad, la vida sigue su rumbo sin cualquier posibilidad de ahorrar un año para
consumirlo en los años que le siguen. La vida no es capitalista. La vida es
socialista y tiene su fundamento en la unión social de dos personas, de género
opuesto, verdad, pero que se complementan. El capitalismo está ahí imponiendo
criterios para romper esta singular verdad. Ha roto la unión de dos personas dictándoles
el ejercicio de trabajos bajo la ilusión
de que ganarán vida. Después destrozan aquella ilusión mostrándoles que separados no son nadie y lo único que algo
significa es el alma de un monte de papeles que, evidentemente fuera de la
ilusión, absolutamente nada valen.
Con castañas
calientes en el rigor del invierno la ilusión se enerva y la esperanza se
renueva, por lo menos en cuanto dure la
digestión de tan sabroso fruto, ofrecido por la naturaleza y recogidos por mí en
días de frio invierno de los años de Aznar, en el bosque del colegio Fernando
Blanco y asados por el calor de mi esposa en un modesto piso de la pena.
Pero
ni siempre las cosas son como parecen. Pedir a un joven desempleado que tenga
ilusión y esperanza en el futuro puede parecer bueno, pero si ese pedido no se
concretiza en un intervalo corto de vida (inferior a una estación) es de
esperarse que el desespero vendrá y el pedido de nuestro querido patrón de la
xunta tendrá el mismo efecto que tendría si pidiese a un jugador de billar que acertase
casapa fustigando la bola con una cuerda.
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