Mil
perdones y otros tantos más de la repetida plegaria a orillas de cada uno de
los mil ríos de mi idolatrada nación gallega, producto filial de la Magna y Una
España, donde todos, vascos, catalanes, portugueses y extremeños de cualquier
extremo del centro, somos, sin excepción, ibéricos.
Llego
un poquitín atrasado al encuentro diario del club de los lápices retorcidos,
de quien mi amado Alfredo es su figura supremamente destacada.
Atiéndeme,
quiero decirte algo, quizás no esperes pero debo justificarme. Sabéis que para
hoy estaba marcado el fin del mundo. Yo lo sabía desde hace algún tiempo. Mis
gurús mayas me habían avisado, y yo, claro, previdente como la previdencia
social, tomé todas las providencias para poder ver como se acaba el mundo.
Me metí
por la estrecha boca de un pozo profundo y fui bajando, bajando y, barajando
mis cuentas, alcancé una lejana isla del
sol poniente, en las antípodas. Mi pensamiento era que al iniciar los primeros
destellos del fin del mundo yo llenaría los pulmones de aire, y así, por un
desnivel de la densidad de mi cuerpo en relación a la densidad del medio, yo
entraría por el tubo y regresaría rápidamente al otro extremo de las antípodas.
En
todo cálculo siempre hay algún cálculo que despreciamos y, en el mío, no me di
cuenta que entre los extremos había dos
estaciones diferentes, detalle suficiente para que el producto de los medios
fuese diferente. Con cálculo equivocado no hay gurú que acierte ni futuro para el profeta distraído.
Luego, al reflotar sobre el balcón de mi morada pude observar el fin del otoño
y el regreso del verano, llegaba la nueva estación brillante y exuberante como
pocas veces lo había visto (presumo que la belleza se debe a los efectos de un
nuevo colirio receptado para librarme de la sombras que impiedosamente me
asombraban).
Diferentemente
de lo que se le antoja a mi eterno amigo Alfredo mis anteojos me hacen ver las
cosas de un modo diferente. Para concentrar uno de los cinco sentidos en un punto,
ahora necesito algo más de lo que dios
me ha dado al nacer. Necesito lentes para orientar los rayos de la luz y vayan
directo al punto de convergencia y no se distraigan con reflejos impropios para
una buena reflexión. No obstante, lo último es lo que prevalece y cuando lo
último se aleja algo vendrá para ocupar su lugar. Que será, será. Ya lo dice la
canción. Por la experiencia crítica del selecto club del tipo retorcido, tal
tesis no necesita demonstración para alcanzar estado permanente de sofisma verdadero.
Lo que por último se dice es y siempre será lo último, y punto.
El
problema de lo último es que hemos corrido mucho para alcanzarlo y nunca paramos
para pensar que, aunque fuéramos tartarugas o lesmas, el ritmo del tiempo fue,
es y será siempre el mismo. Profetizo, sin necesidad de cualquier coeficiente
de seguridad en mis cálculos, que cuando el ritmo se altere, como en los
movimientos de una tesitura musical, nuestro mundo será otro y dejará de ser nuestro.
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