Hoy
el tema de mi buen amigo Alfredo sigue desastroso. Y de desastres tenemos
un largo histórico. ¿Os acordáis de la Santa María, la Gallega, cuando, con
todas las tripas rellenadas con oro, del estómago regurgitaba riqueza? Sin
ningún viento que amenazase tan rica carga, la galera se embarrancó en uno de
los puertos más lindos y seguros del mundo: Puerto Príncipe, en la antigua
Española.
Parece
obvio que la autonomía del comandante era suprema en tales circunstancias. Colon
era vice rey del mayor imperio conocido, que se construía a partir de aquel singular
momento: el gran imperio filipino. Entrementes, a la hora de decidir entre
algunos kilos de oro, algunas semientes de maíz, algunos rizomas de patatas y uno que otro vistoso y locuaz papagayo, la
decisión fue dejar más de una treintena de marineros al libre arbitrio de su
buena o mal suerte. No cabe discusión sobre el resultado del orden autonómico.
La historia no registra conocimiento del nombre de aquellos hombres, ni
siquiera el descubrimiento de sus huesos, que ciertamente no componían el cardápio
del indígena caribeño, fue redactado en las columnas sociales del plus-ultra.
Pero,
en materia de desastres marítimos no pararíamos por ahí. Pues ya lo dijo Colón:”!
Hay de ti si tú no te cuidas! Y por tan sincera frase nació Haití, hoy ejemplo
para el mundo entero de la desastrosa dependencia a la solidaridad humana. Y
claro, como en asuntos de administración humana el homo sapiens es el único
animal que se ofrece más de dos veces a una única trampa, la trampa nos acecha
permanentemente en la doblada de cualquier esquina. Así fue con la imbecilidad
de la invencible escuadra, cogida por un fuerte vendaval cuando se disponía seguir
rumbo norte, orientado por el mítico Pindoschan. Así ocurrió con el piloto del
Serpent, que creía que la línea recta entre dos puntos acortaba la distancia a
un imaginario destino, y alcanzaron fondo en la playa trece, bastión del buen rego, que
fue mi abuelo Daniel. Así ocurrió con el buque americano de cuyo nombre no
guardo memoria. Con el Casón, su carga química y 23 muertos. Con el Prestige y la paranoia
del Nunca Mais, de la que yo fui testigo en las calles de Santiago. Con el debate
jornalístico despertado por el pausado y buen amigo Luis, secundado por el, a veces, irascible y el muy comedido,
muchas otras, conde de Ourense, el inolvidable Alfredo.
El
tema de los desastres ofrece manga para mucho paño. No podemos descuidarnos,
bajo pena de que falte paño y sobre mucha manga para mangoneo de nuestra
humilde sociedad. Humildemente creo que no hay peor desastre que aquel que se cultiva
en el celebro de un (o una) joven en edad propicia al brote de su capacidad
productiva y observa como la esperanza puesta en el futuro naufraga en un estercolero,
en el que se ceba la indolencia, el beneficio pajolero, la discriminación
destructiva y la pasividad sospechosa delante de quien cree que podrá alterar
la química corrosiva del estiércol.
Espiritualmente
me uno a Monserrat Deu y Belen Somoza y amarro virtualmente mis piernas, brazos
y pescuezo a la columna del Plus Empleo, columna de calidad y digno para todos
que en la condición de amarrados a la Constitución española (artículo 35) manifiesten
el derecho a trabajar para poder ejercer el deber de pagar todas las imposiciones
impuestas desde los más variados órganos de poder - europeo, central, comunidad
autónoma, provincial, local y un sin número de poderes paralelos (asociaciones,
sindicatos, colegios profesionales y etc., etc.
Mucha
fuerza niñas para que la columna de la dignidad, los derechos que le son
inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respecto a la ley y a
los derechos de los demás continúen fundamento del orden político y la paz
social.
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