DELITO DE LA INSANIDAD
Me gustaría haber sufrido el emocionante egoísmo de la subversión. Me gustaría haber vivido al lado de un agitado grupo de partidarios derechistas y vivir arropado por sibilantes y vibrantes cuerpos de la extrema izquierda. Si, me gustaría poder andar, correr, hablar, gritar, cantar cantos de amor y trovas de guerra, para, al final, con heroico valentismo y fiera bravura, posar en la tribuna de los justos, agraciado con pulposa pensión el merecido descanso.
No fue éste el mi destino, y no quiso la fatalidad encortar-me la vida. Y no lo quiso por un simple capricho de la suerte que ahora cobra su impositivo tributo con base imponible por los años corridos.
Si yo no fuese un jubilado inconsciente de las limitaciones de un cuerpo semi-impotente y dependiente de estructuras vigorosas, me iría al espejo y, girándolo 180 grados, me daría un colosal puntapié en el trasero y lo haría andar adelante, como Cristo ha hecho haciendo salir por sus piernas el paralítico que no quería andar.
La insalud no para. Corre, llega, pega, mata y come como el carcará del sertón nordestino. La insalud no expresa bravura ni cuenta ventaja. Llega de soslayo, con guadaña bien afilada, y penetra por donde puede y quiera. Y no le incomoda que sea por la boca o por el culo, que ella es democrática y nada discrimina, ni por género, ni por sexo; solo el oro lo intimida y la hace detener por corto tiempo.
Ah, el loro… Ese fiel aliado de la tertulia diaria del correo y profeta del futuro apocalíptico de Mugardos, en una parrafada con cinco docenas de palabras, todo lo dice y, en buena prosa, exalta el altruismo de la tarifa plana por cuenta de un seguro veterinario. De verdad que su bondad no me entusiasma, porque cuando yo era joven (y lo fui durante 69 años) he contribuido con mi esfuerzo tributario a los dogmas de la iglesia, a la virtud de la sanidad pública y al cajón privado de un grupo de sinvergüenzas, sin cuerpo ni cara, aprovechadores de la ilusión que nos hace pensar (y pagar) por la supuesta fuente de la salud.
Un pájaro en manos ajenas siempre escapa; mil pájaros, contaminados por el principio de la productividad, entusiasman mucho más. Y no entusiasman por ser mil enfermos mejor que uno, y sí porque la cualidad vinculada a la renta de mil desilusionados sanos, en compas de espera por capitalización de lo físico material y de lo transcendental, está protegida por la comprensión humana de que nuestro delito mayor ha sido el haber nacido.