lunes, 5 de octubre de 2009

EL CRIO EN CRISIS

El crio en crisis

“Nacieron y crecieron en un país libre, pero ese alguien los secuestró, los drogó con ideologías fanáticas e hizo de ellos autómatas de la violencia. Ese corruptor de menores les arruinó la vida, al sustituir la realidad por una fantasía llena de mitos alucinados en los que Galicia es un territorio ocupado, necesitado de resistentes” (Carlos Luis Rodriguez)

Nací y crecí en un país militarizado, oyendo por ondas cortas los discursos de Franco, entre coplas de la Violetera y Juanito Valderrama y con muchos ruidos emitidos en lengua Morse por buques costeros. Eran tiempos en que el dueño del pueblo admitía jóvenes oriundos de familias empobrecidas por la guerra, dándoles la ilusión de un futuro seguro, atragantándolos con humo de gases tóxicos y cegándolos por exceso de iluminismo en la ganga fundida, para, después, dimitirlos sin cualquier compensación cuando este mismo joven descubría que el falso sueldo no le permitiría alcanzar el próximo mes.

España necesitaba recomponer su población de hombres y mujeres, y los jóvenes, que se libraron de la mortalidad causada por la plaga de balas y cañones, en poco tiempo cumplirían su misión. Yo me siento un producto, en fase acelerada de extinción, de aquella triste pero suprema realidad. Veinte años después de la famosa victoria, drogado por la ilusión de querer vivir y ser feliz, me vi arrojado como tantos otros gallegos y españoles a los brazos de la emigración, teniendo la violetera y Joselito como únicos señales de identidad en el país receptor. El llanto de mi madre, al verme partir, era consolado por el llanto de mis otros hermanos, también en franco desarrollo y condimentados para seguir el fatal destino del exilio voluntario. Es un cuadro con fuerza indeleble, carente de un juicio pictórico por las manos del genio Goya.

La realidad delante del consumismo desenfrenado constituye un poder de consecuencia extremada para la ilusión del niño moderno, que, a semejanza de aquellos días, observan como la familia se desagrega en trozos destinados a la descomposición, con el agravante de que el mundo ya no ofrece más aquella válvula que en otros tiempos impedía que la bolla reventara dentro de su contenedor, fundiendo a todos con leña del propio entorno.

Algo habrá que hacer para evitar un estado de fusión descontrolado. A mi parecer, la ideología actual, de cualquier origen o color, no posee poder suficiente para conducir por buen sendero la ilusión natural del joven en edad de abandonar la crisálida. Será necesario invertir en nuevas ideologías con la fuerza que se invierte en tecnologías, para permitir que la humanidad que toma el relevo sea detentora en partes iguales, sin truque de partición, de todo lo que mi generación y la de mis padres, y la de los padres de mis padres y la de los abuelos y tatarabuelos y de todos que han perdidos sus almas en luchas fratricidas mucho antes que el Juicio Divino exigiera el tributo de sus vidas.

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