El mundo globalizado se muestra mezquino e insensible ante las necesidades del ser humano. Los españoles extranjeros estaremos impedidos de acezar los servicios sanitarios en España, exactamente igual a lo que se ha hecho conmigo allá por el año 2002.
No digo que me hayan cortado la entrada a los servicios de asistencia médica, pero sí digo que me lo han dificultado al extremo y que en casi dos años de angustia por la desconfianza de un cáncer, documentada en código médico internacional desde el extranjero por especialista con estudios en Madrid, no he conseguido cualquier respuesta del sistema sanitario, hoy tan elogiado por la ministra Ana Mato.
Yo creía que con solo estar empadronado mis derechos y las correspondientes obligaciones estarían asegurados. Estado iluso aquel mío. Volví al extranjero, no por razones sanitarias y sí por motivos de obtener certificado del Ministerio de Educación dando testigo de que mis titulaciones universitarias eran legales y no la supuesta farsa por la que se acomodaban en insinuar autoridades delegadas del ministerio de trabajo y también de la conselleria da Xunta.
Como ahora, daquela me pidieron una serie de requisitos, ninguna con especificación por escrito, tal vez para poder negar la exigencia delante de alguna autoridad jurídica. Lo cierto es que viajé más de diez mil kilómetros para que en el consulado de San Pablo me informasen que yo tenía que dirigirme a Brasilia y allí obtener permisión para inicio de una supuesta homologación de mis titulaciones en España.
No había cualquier ley en España que orientase sobre cualquier proceso de homologación de títulos obtenidos en el extranjero y, por tanto, se imponía el capricho autoritario de algún funcionario de pequeño rango en el consulado, quien, para valorizarse, exigía del Itamaraty, Ministério de Relações Exteriores, prueba idónea de la validad de mis diplomas.
Del dicho al hecho fue necesario pocas horas para que yo escribiese solicitación al Itamaraty explicando mis dificultades para conseguir homologación de mis estudios en universidad conceptuada, así como experiencia documentada por una empresa alemana, otra norteamericana y una sueca, todas líderes mundiales en el ramo industrial de su especialización.
En menos de dos semanas, entre ida y vuelta, recibía yo en mi casa documento con sello del Gobierno brasileño certificando la validad de mis diplomas. No pareció suficiente al funcionario consular y este pasó a exigirme traducción juramentada de todo mi histórico escolar, más de cincuenta paginas del currículo de Ciencias Económicas, Contables y Administrativas, por las que yo debía pagar el equivalente a más de 200 euros.
Como un gallego de mis tiempos nunca descansa, pues si está despierto revela sus sueños y si está dormido tiene que defenderse de las pesadillas, aproveché el momento para hacer exámenes médicos específicos y avalar el tamaño de la duda que me consumía. El diagnóstico estalló en mi cabeza como un trompazo de elefante crecido en Botsuana. Tenía cáncer prostático detectado en 70 % del órgano. Pronóstico: prostactetomia radical y urgente.
Soy español de cepa gallega, de raza araujo y cultivo en los regos da Morte. Continúo español con todo el orgullo de haber nacido gallego, pero ya voy encontrando a más de uno que me alerta de los inconvenientes de mi acento castellano y creen que debo ocultarlo para mantener mi seguridad jurídica libre de los ejemplos que vienen de fuera y por aquí despiertan, por los medios de comunicación, anhelos de reciprocidad y endurecimiento de los requisitos para ser español en el extranjero.
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