PERJURIO
Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo XXVII (de no sé cuantos)
- Hola, amigo Relator. Hace tiempo que no te veo. Tu
cuento parece encallado en el capítulo XXVI. ¿Qué ocurre? ¿Se acabó tu
inspiración?
- Hola, “mister Y”, yo también sentí tu ausencia. Me
incomoda mucho el hecho de que el “mister X” retire de tu cuerpo la carne que
él quiere retirar. Temo que tú no consigas resistir al esfuerzo de entregar la
libra del músculo cardiaco que él exige por la denuncia que de ti ha hecho.
- Hombre, ¿qué te hace pensar que ese señor sea
merecedor del gusto que él pueda sentir en la degustación de tapas de
albóndigas hechas con materia prima retirada de mi corazón?
- La clareza del ”testigo A”. Ha dejado muy claro que
tú has dicho que el “mister X” es un
hijo de puta. Infelizmente para ti, ese testigo ha retirado el chorizo de la recta
y lo ha puesto derecho en tu rego.
- ¿También tú, Bruto?
- No, yo no. El “testigo A” te ha jodido a las claras
en su testimonio.
- Caramba, este mundo parece hecho para ojos que no
quieren ver y oídos que no quieren oír.
Los nobles sentidos ya no son usados para ver y oír como las cosas son
realmente. Escuchan un sonido triste de campanas y concluyen que suenan a
muerto. Ven una luciérnaga y salen gritando que el campo está pegando fuego. Si
Breogan se descuida, Pindoschan le tira el reino.
- Hombre yo entiendo como lo ha entendido la fiscalía
y como lo ha entendido el juez
- Y, evidentemente, como bien le ha interesado entender
al acusador, sacadientes y religioso asumido. Todo bien temperado para
practicar canibalismo sin un pizco de arrepentimiento que remuerda su conciencia.
- Puedes tener razón, pero las cosas son como son. Qué
razón tendría el “testigo A” para mentir bajo pena de cometer crimen de perjurio?
- Hay razones que se esconden atrás de razones que la
propia razón desconoce. Así me lo explicaba el profesor Bilbao cuando yo
cursaba el tercer año de bachiller laboral.
- Puede ser. Pero, ahora dime “mister Y”, aquí entre
nosotros, sin que nadie nos escuche, ¿no es verdad que tu mandaste ese hijo de
puta tomar en el culo?
- No, no es verdad. Ninguna de las dos frases yo he
pronunciado.
- Como que no? El testigo dice que tú las has dicho
bien alto y con gestos para que todos escuchasen.
- Es verdad que él ha dicho eso, y también es verdad
que yo hablo con gestos. Muevo las manos, muevo los ojos, muevo la boca, muevo
el cuerpo entero si estoy de pie. No son gestos obscenos como alguien puede
deducir de lo que él ha dicho. Son gestos propios de un estilo particular de
comunicación. No tengo hábito de practicar insultos. No ignoro determinadas
frases de uso popular, ni la fuerza agresiva que en determinadas ocasiones esas
frases conllevan. Nunca practiqué esa técnica guerrera. Últimamente, debido a
mi ceguera parcial, yo dirijo con extremo cuidado. Quien va atrás de mi no
perdona y, al momento que sabe que yo puedo escucharlo, me manda tomar alguna
cosa en algún lugar y me hace recordar que por mi origen coruñés yo también soy
hijo de Pita.
- Valla por dios mi buen amigo! Me gustaría ayudarte
pero ¿como yo puede explicar al juez que lo que ese testigo ha dicho no es
verdad, si hasta tú dices que es verdad lo que él ha dicho?.
- Claro, y lo que es verdad no es mentira. De la misma
forma, lo que es mentira no puede ser verdad. - La verdad y la mentira no ocupan
un mismo lugar, ambos son competitivos pero excluyentes.
- Explícate mejor para que yo pueda entenderte.
- Mira, no puedo probar que esas dos frase que él ha
dicho que yo he dicho él no ha oído. Pero ahora vallamos a los detalles que él
ha detallado para confirmar la verdad de
lo que él ha dicho que yo he dicho.
- Sí, estoy atento a lo que tú digas.
- El juez le preguntó si alguien también escuchó lo
que yo le había dicho, o los dos estábamos solos. El testigo respondió que
estaba cerca de mí y que había personas al lado.
- Como puede haber mentido el testigo si él dice que
había personas al lado?
- Había personas al lado, es verdad. Pero ninguna ha
escuchado esas palabras saliendo de mi boca. Ni siquiera el acusador, ni
siquiera los otros testigos que figuran con nombre falso. Nadie,
absolutamente nadie que no sea ese
testigo ha oído esas dos frases que, mismo siendo extremamente ingenuas y de
uso común entre la población del lugar, han sido usadas como principal
argumento para fundamentación de sentencia por un juez que ni siquiera estuvo
presente en el juicio.
· - ¡Dios mio, ayudame! Si antes yo pensaba que el “mister
Y” estaba chalao, ahora yo pienso que el loco soy yo.
- ¡No te pongas loco, hombre!, que en ti eso puede ser
maña para dejarme solo en un peñón cualquiera de las lobeiras.
- Perdona. Sigue y suma lo que quieras a tu relato.
- En qué quedamos, ¿no eres tú el relator de este
cuento?
- Si, por supuesto, pero en este capítulo yo paso de
largo.
- Bien, como tú quieras. Para recobrar tu cordura,
diré que yo no puedo probar por el recto camino que él ha mentido, pero sí
podré hacerlo por el tuerto, del tipo: si hay otras mentiras que pueden ser demostradas
como tales, existe una probabilidad enorme de que la mentira que no pueda ser
demostrada como tal también es mentira.
- Te escucho con todas mis dos orejas en abanico.
- Vallamos pues al pico. Mismo sin nadie dispuesto a
declarar que yo he dicho las dos frases, o porque realmente nadie las ha
escuchado o porque no les da la gana declararlas, puede ser verdad que el
testigo las haya escuchado, por el simple hecho de que yo las hubiera
pronunciado. En este caso el testigo estaría diciendo una verdad que no
precisaba decirla y nadie se la exigía. Sería un ingenuo honesto, pasible de
ser encuadrado en crimen de difamación. No fue este el caso. Él mintió
deliberadamente y dio destaque a este
mentira y no a las otras.
- Y cual fueron las otras mentiras? Yo no vislumbro
ninguna en la transcripción del video
- Recordemos el relato del testigo,
- Yo estaba en la silla del
dentista. Estaba tratando los dientes cuando llegó el “mister Y”. Sonó el timbre de la puerta, el señor “mister
X” acudió para ver quién era y hubo un ton…un aumento de ton, el ton de las
voces, ¿no? Enseguida yo salí de la silla y bajé las escaleras. Allí estaba el
“mister Y” y el “mister X”. El “mister X” se retiró, subió al consultorio y yo
quedé allí, allí abajo, aquietando, vamos decirlo así, el “mister Y” En ese
momento ofendió el “mister X” de algunas palabras de bajo calón. Después de
algunos…
El estaba en la silla del dentista con el chupa-saliva
en la boca, parcialmente anestesiado cuando escucho un aumento de ton de las
voces. En seguida, como si hubiese ocurrido un terremoto, saltó de la silla y
bajó las escaleras. Allí, en las escaleras, estaban los dos. El” mister X”, muy
prudente, se retiró, y el testigo, muy valiente, allí se quedó, aquietando,
“vamos decirlo así” el mister Y”. En ese momento ofendió el “mister X” de
algunas palabras de bajo calón. Reparen que el “mister X” no podía sentirse
ofendido por palabras que no escuchó, o porque no fueron dichas o porque no podía
oírlas desde el consultorio.
- Es verdad, pero eso
no prueba que tú no hayas dicho tales palabras.
- También es verdad, pero también nada prueba que yo
las haya dicho.
- ¡En que difícil laberinto me has metido!
- Como en todo laberinto, entrar es muy fácil, la
salida resulta más difícil.
- Antes de salir, las telarañas van cubrir mi cuerpo y
el sacadientes va comer tu músculo.
- Es un riesgo que yo pretendo extirpar.
- Por favor, continua.
- En otro momento de su declaración él afirma una
mentira que se puede probar como tal fácilmente. Textualmente ha dicho:
- No, yo volví al consultorio,
el “mister Y” quedó en la redondeza, allá, tal vez hablando con otras personas
la misma cosa que habló conmigo. Retorné al tratamiento. Cuando yo bajé, ya no
lo encontré más. Mas, yo sé que debo haber quedado por lo menos unos treinta
minutos en la silla, o más. La gente oía hablar algunas cosas allí abajo, mas
no se sabía lo que era. Cuando yo bajé, ya no estaba más.
Volvió al consultorio y tranquilamente continuó el
tratamiento que dice haber durado por lo menos unos treinta minutos. !Mentira!
porque cuando hablo conmigo el tratamiento ya había finalizado, me mostro el
trabajo que había sido realizado y decía estar satisfecho. Yo he descrito el
molar que él había tratado y las condiciones en que había quedado. Más
la mentira más cabal es cuando afirma que “la gente oía hablar algunas cosas
allí abajo mas no se sabía lo que era”.
- Bien, si no sabía lo que era no estaba diciendo
nada.
- ¡Pero quería decirlo todo! Quería decir que yo
continuaba insultando, que yo continuaba llamándolo de ladrón, que continuaba
diciendo que era un hijo de alguna cosa y que iba tomar en algún lugar. Y él
(la gente) oía hablar desde una pequeña sala, a unos 4 metros de altura, con
una pequeña ventana, cerrada, con aire acondicionado funcionando, anestesiado y
ruido de motor con brocas burilando sus dientes. ¿Oía hablar a quien? Oía a mí
que supuestamente estaba en la avenida en medio de ruidos intensos de gente
caminando en dos calzadas; coches y ómnibus, algunos rodando, otros parados
ronroneando decibeles en alto número.
Imposible querer creer que diga la verdad, como imposible querer distinguir,
por cualquier medio, la voz de quien, mismo gritando, estaba en la avenida más
movimentada de la ciudad. Desafío a quien quiera intentarlo.
Perjurio es falsedad, testimonio falso hecho bajo advertencia
de que estaba cometiendo crimen. ¿Qué razones tenía el testigo para cometer ese
crimen? Yo no sé decir. Como yo no sé decir que razones tenia para testimoniar exigiendo
mi ausencia. Así como también no se decir porque las autoridades judiciales pidieron
que yo no estuviera presente, mismo sabiendo que mi ausencia sería causa legal para
anulación de sentencia, cualquier que fuera, contra el querellante o contra el querellado.
Mi profesor Bilbao tenía la razón que la propia razón desconoce.