TEIMOSIA
Recíprocamente,
a usted debía importarle un pepino nuestras reflexiones, algunas y no
otras, todas ellas revestidas con fuego fatuo, pingues pitadas de soda caustica
y algún que otro casuístico razonamiento de la austera razón. Se pregunta a que
debemos esta inclinación, introspectiva a nuestra realidad que nos hace
interactuar entre los actores que ondean sus hojas entre ramas del mismo gallo.
La respuesta usted mismo no las ofrece al evitar el trabajo y el mareo que pudiera
causarnos el subir a un gallo más elevado del sentimiento político que tanto
nos angustia: La trueca de un espacio vacío por otro lleno de divertido
entretenimiento. No es opinión, es constatación de la percepción de algo
externo que alcanzan ojos y orejas y se revierten, por sensaciones táctiles, en
palpites de fuerte corazonada. Palpite también no es opinión. Insistir en la fuerza que el palpite ofrece
al argumento exento de razones es
teimosia, palabra portuguesa para calificar la tozudez española.
TOZUDEZ
Puesto y expuesto lo dicho, podemos
resbalar por el cuento que cuenta nuestras impresiones y ensacarlas en la
teimosa tozudez. A esto podemos llamar arte de la transformación cosmética,
cuyo objetivo otro no es que el ofrecer apariencia de algo diferente de aquello
que es. Llegamos pues al núcleo de la razón de nuestra opinión fundamentada en
la percepción de información primaria. Me explico? Yo no sé, pero sé que Séneca
explicaba con razonables razones sus opiniones sobre la brevedad de la vida
y la felicidad que puede causarnos
vivirla en pleno gozo del tiempo gasto.
Si vos vais a Madrid, amigo mío, os haré
operatriz del mafies, alfombrarás con claveles el tranvía y tomarás baño con
vinillo Leganés. Solo así y no de otro modo se explica que las lanzas con
clavos clavados en el corazón marchito se hayan transformado en clavelitos que el señorito luce en el ojal. Debemos
desenvainar nuestras opiniones si ninguno de nosotros tiene espada para que la
razón nos proteja? Pesada es la risa floja.
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