domingo, 16 de agosto de 2009

EMIGRANTES

La voz que defiende un emigrante es la voz de otro emigrante. Por otro lado, la voz que lo combate es la voz de un sedentario que nunca ha tenido que sufrir las agruras de quien se ha visto ante la alternativa de partir y repartir las miserias que las circunstancias de la vida nos permitía arrebañar.

Los gallegos sedentarios no tienen deudas con los gallegos trashumantes. Tienen créditos que podrán exigirlos caso el emigrante se muera rico. Cuando el emigrante muere pobre es una responsabilidad del país de acogida enterrarlo en una tumba higiénica y consumir sus raíces históricas en un crematorio público.

Creo que ya no hay país en el mundo que no cobre algún tipo de tributo teniendo como hecho imponible la ingestión de aire. A aquellos que la mala suerte les impuso el deber de regresar a la parroquial comunidad en que fue parido, las autoridades de plantón se encargan de extender la desgracia de una vida repleta de sorpresas, ofreciéndoles la perspectiva de una limosna capaz de cubrir sus necesidades hasta un 75% de lo que supuestamente creen, las autoridades, que necesita para morir en paz.

“El emigrante cuando parte pierde todo”- reproduce el amigo de Moaña retirando el pensamiento de un amigo retornado de Argentina. No es bien así: el emigrante cuando parte gana esperanza, gana brillo en sus expectativas de vida, suelta los grillajes de monótono fungar, remodela los sueños dándoles vida, gana libertad corriendo para una nueva y diferente prisión.

Pedir no cuesta nada y siempre habrá en el mundo gente capaz de amar a los demás como a si misma. Es de miserables pedir limosna para dar a los pobres. El problema adviene de los intereses derivados de la administración de la caridad. El hombre (o el gobernante en general) sucumbe muy fácilmente a los placeres que le proporciona la caridad de los gobernados. En poco tiempo se olvida de las razones y el destino de las contribuciones voluntarias y, con supremo despotismo, resuelve ignorar la finalidad de un principio solidario, dándole destino caprichoso a las reales necesidades de un hombre transitando por los trillos de suerte adversa.

Más que dolor, entristece la ignorancia del pitufito comentario de un gallego lector de J. Souto de Moaña, en su carta al director del correo: actualmente los emigrantes reciben más de lo que han aportado, monetariamente no han cotizado y sin embargo tienen derechos a una prestación.” Me gustaría que Pitufo supiera que todo ser humano habitante en comunidad organizada cotiza su seguridad por muy diferentes medios. Los gallegos que trabajan o viven en la comunidad madrileña, contribuyen a las arcas gallegas por medio de las transferencias del Estado a la Xunta de Galicia. Un catalán o un vasco, o un francés o un mejicano, cuando disfruta sus vacaciones en Galicia, pagan con tributos indirectos mitad de sus reales gastos sin ningún derecho a restitución por beneficios de la Xunta. Un jubilado retornado, pensionado por el país de acogida, paga en Galicia un hórreo de impuestos, sin derecho a cualquier futuro beneficio.

Si determinadas tesis triunfan, como aquella que asegura favores a quien ya ha pagado con creces todo su importe, solo tendrán derecho a los beneficios de la solidaridad gallega aquellos paisanos que prueben, con certificado reconocimiento de notas fiscales, haber pagado todo el socorro solicitado. Aún así, habrá siempre más de un pitufo negando la autenticidad del documento y más de un ciento de pitufos tentando falsificarlos a cuenta de los emigrantes.

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