domingo, 2 de agosto de 2009

ESPERANZA EN CRISIS

La esperanza es un sentimiento que invade el alma para dar al cuerpo una expectativa de vida mejor. La esperanza surge con la propia vida en su único momento de esplendor, cuando dos cuerpos diferentes se unen objetivando alcanzar la eternidad. La esperanza es un vaso lleno de agua de donde retiramos una gota cuando sentimos sed.

Agosto es para mí un mes de inolvidables memorias. Memorias de mi juventud, dulces en su gran mayoría. Pero algunas me recuerdan el primer conflicto habido con la esperanza. Fue un día del mes de agosto cuando en la soledad de una casa de pensión, en un lejano paraíso tropical, sentí el caminar regresivo de la esperanza. Era el primer agosto en 21 años en que yo dejaba de ver el bullicio de las fiestas patronales. Fue el primer momento que yo sentí que debería complementar el nivel del virtuoso vaso de la esperanza con oraciones de fe, en acciones que visasen reforzar actitudes involucradas con el firme deseo de retornar un día a la ribera de los juncos, y allí postrarme devotamente al pie de la virgen María. Viví una era en que la tecnología venia al mundo para ocupar aquel espacio dejado al sorber cada gota de esperanza. El hilo telefónico acercaría dos lugares tan remotamente alejados. El avión se encargaría de facilitar encuentros fortuitos. Pero la esperanza, la divina esperanza, mostraba, como un reloj de arena con su base fincada en el suelo, su firme caminar hacia el abismo del olvido, donde, una vez precipitado, el vacio se haría eterno.

La muerte representa el ocaso de la esperanza, un punto donde el vaso absolutamente vacio se rompe en acción implosiva, cercado por las fuerzas del olvido. La esperanza de compartir horas felices al lado de mis padres falleció junto con el último suspiro de mi madre y, un mes después, el de mi padre. La esperanza de reconciliación con mi hermana cesaría después de un virtual comunicado por la vía comunicativa de un satélite informador.

Ayer se rompió otro fuerte lazo que me une a esta tierra. Fue durante muchos años la raíz sólida de una familia que se componía bajo las luces del sol tropical. Su esperanza de vida, reforzada por una fe inquebrantable en la religión católica, cayó al nivel cero después de una larga cruzada que lo sostuvo durante noventa y nueve años y un mes. Su cuerpo fue transportado al país da saudade por sus nietos, en un acto de resignada melancolía y lágrimas de la esperanza, ahora en crisis, que se renueva con fuerza de llama viva en la vida de sus nietos y bisnietos.

Descansa en paz mi querido suegro Fermino Alves da Cunha. Aún con la esperanza en crisis, sé que un día nos veremos. Hasta ese momento, en mí tú continuarás viviendo en tanto yo viva.

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