jueves, 27 de agosto de 2009

INTELECTUALIDAD

INTELECTUALIDAD

Tratándose de intelectualidad, amigo Carlos, la intelectualidad de mi periquito es más intelectual que la intelectualidad de los otros, eses sus admiradores y colaboradores. Y, mire usted, yo tengo en mi ánimo el firme propósito de hacer parte en el esfuerzo que busca formar la intelectualidad constitutiva del nos-otros, en toda su extensión pronominal de los otros, en toda la substancia que modela el intelecto: el tuyo, el mío, el nuestro, vuestro… y etc., etc.

Sabemos que intelectualidad deriva del gallego Intelectus, campesino con amplio poder cognoscitivo instintivo dirigida a la crítica de su vecino. Consecuentemente, podemos afirmar que la intelectualidad llegó a nosotros sobre los hombros romanos de guerreros celtas, y el intelectus erectus sobrevive aconjuntado en pequeños reductos de este nuestro glorioso país.

Usted, y nuestros amigos, colaboradores en la sutil desviación del corpus opinacioanal, dedica gran tiempo de sus labores diarios a la reflexión imaginativa de la realidad virtual. Continuamente formula combates críticos a diferentes colectivos de intelectualidad corporativa. Y como intelectual periodista, no le escapa ningún colectivo de la intelectualidad gallega, ya sea libertina, comunitaria, conservadora, progresista, nacional-comunista o nacional-faci-nacista de libertación parroquial.

Dicen: El intelectual medita, reflexiona, discurre, se inspira, goza, busca, investiga, analiza, discierne, desmenuza, razona, contrapone conceptos, filosofa, organiza las ideas, proyecta, imagina, especula, atribuye causas a los efectos y efectos a las causas, interconecta fenómenos... en fin, hace uso de las limitadas pero a su vez vastas capacidades de la mente humana” (es.wikipedia.org).

No creo que sea para tanto. El pajarito, que armoniza conmigo estos difíciles días en que el futuro se aproxima veloz hacia el juicio final, posee todos los atributos de la intelectualidad discursada a conveniencia del intelectual. Sin duda, pierde de la mente humana en la capacidad de promover su autodestrucción, pero eso no es en razón del volumen de la masa encefálica, como algunos intelectuales presumen. Debemos pensar en la inteligencia humana como algo propio de un ser minúsculo, descerebrado, adaptable a las circunstancias de su deseo, como una singular bacteria que es capaz de infinitas mutaciones y echar cara fea a los poderosos, haciendo que otros tiemblen en el mismo ritmo que temblamos nosotros, los humildes humanos.

A estas alturas de mi narrativa, el choque ideológico de intelectuales corporativos derrama como leche herviente sobre incandescente brasa, tronando temporal inconexo de arrojadas ideas sobre la clave de una opinión que cree en la identidad social por semejanza de voces diferentes, todas ellas mutantes como la brisa que de mañana sopla por un lado y a la tarde bufa por el otro.

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