sábado, 23 de octubre de 2010

CÁLCULOS ELECTORALES

Vengo de una tomografía computadorizada. El objetivo de tan profundo sondeo corporativo era identificar la causa dolorosa de una profunda perturbación abdominal, la cual me acomete todas las madrugadas, desde los primordios de lo que era de suponer una jubilosa separación de la masa corpórea que compone el capital humano.
Capital humano? -  Sí, capital humano.
Como modismo expresivo de la arenga acotio de mi buen paisano Pousa, calma y pausadamente, este glorioso economista de la Magadalena, caeteris paribus, recurre a la expresión eufemística “capital humano” para destacar algo, que no es humano, de las otras formas de capital.
Para que engañarnos con ideas decorosas de una malsonante carne de cañón cuando ambas expresiones son sinédoque de sangre, sudor y lágrimas.  El sudor nos remite a la desgracia de tener que trabajar por el simple hecho de haber nacido menos iguales que otros y dedicar a estos pocos la incansable tortura y producir bienes de consumo sobrestantes en la cultura del capital. Sangre nos remite a la idea metafórica de que el menos-igual deberá trabajar en corriente venosa y alcanzar la purificación de los agentes bacterianos y reducir el riesgo que afronta la salud del ente capital cuando ultrapasa la edad del limbo e ingresa en el purgatorio de la civilización. Lágrimas, en íntima asociación con los cocodrilos del Nilo, que abren sus boconas y todo lo engullen sin masticar.
No cabe duda al interés particular de unos pocos privados de conciencia humana que la asociación metonímica entre capital y gente sirve para atribuir a la condición humana un valor de un bien, que es un tremendo mal cuando el productor de ese bien material es alejado del usufructo de la fuerza de su trabajo.
Desde el enfoque de una economía privada capitalista, la educación y sanidad constituyen gastos a ser absorbidos por el régimen comunitario de los servidores del capital. El enfoque otorgado es para que vean estos gastos como inversión hacia un futuro de bienestar y constituyan fondos, a ser guardados en arcas trancadas a siete llaves por el capitalista bien sucedido. Y el capitalista bien sucedido es aquel que sabe ahorrar gastos en el bienestar futuro de la clase trabajadora que los produjo. 


Históricamente, todos nosotros, los ingresados en el arca que nos aproxima al juicio final,  sabemos, por el juicio que desvanece, que lo investido nunca invertirá en nuestro beneficio. Pues sabemos, por el minguar de nuestras fuerzas, que el rugido de nuestras voces no ultrapasa el lamento de un tierno infante, o un dulce pájaro a espera del regocijo de la madre que perdió, calmo y suave, con sus cálculos renales y una ausencia dolorosa que refleja la serena melancolía.

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