viernes, 8 de octubre de 2010

LIBERTAD ALFABÉTICA

The Free Dictionary, esa magnifica enciclopedia universal que tan amable y gratuitamente alcanza mis ojos todas las mañanas en el despertar de mi tercera edad, publica tres artículos que podrían encuadrarse en la portada de los diarios gallegos: plagas, lixo e fogo.
Los tres, muy al gusto del amigo conde, podrían ser utilizados para prever las consecuencias de cambios efectuados sobre el equilibrio social de una determinada generación.
Parodiando el principio químico de Le Chatelier, podríamos establecer un principio equivalente en el orden social. Cuando a un sistema social en equilibrio alteramos los datos que conforman sus características peculiares de presión, volumen y temperatura, el nuevo equilibrio resultante  estará en desacuerdo con los cambios impuestos. Dicho de otra forma, cualquier cambio en el status quo de un individuo le hará desencadenar una reacción adversa a los cambios, de intensidad superior al efecto del cambio. Otro hilo del pensamiento nos remite al esfuerzo renovatorio de la fuerza electromotriz, causa generatriz de los cambios habido en el equilibrio de la sociedad obrera y, también, del empresario automotivo, que en breve se verá hostilizado por la innovadora industria del motor eléctrico, en substitución del motor a explosión.
En el mundo de hoy no hay más espacio para el bolero, ni para el vals, ni mucho menos para una sonata recordando la luna por oído de Bethoven; ni siquiera el paso doble consigue acompañar el paso estremecedor de la tecnología innovadora. Vivimos arrestados por los hechos, y sus consecuencias nos arrastran hacia un equilibrio poco halagador. Podemos ser conformistas o reguladores, pero dentro de parámetros homeostáticos todos nos consideramos variables independientes y, siendo la independencia un factor que rige la voluntad, caminaremos siempre al ritmo de nuestras intenciones, explicitadas por determinadas actitudes que nos son peculiares.
Un gigantesco reservatorio de lama tóxica, albergado en una pequeña localidad al sudoeste de Budapest, Hungria, reventaba sus compuertas para dar libertad a un torrente rojizo de deshechos cáusticos, procedentes de una refinaría de metal. El desastre amenaza transformar en rojo los tintes del Danubio Azul, y el Mar Negro correrá peligro de transformarse en Mar Muerto por acción extremada de un gran poder alcalino.
El fuego de Chicago, como otros tantos fuegos en otros tantos lugares, es un tema recurrente en la geografía seca del verano gallego. La causa sui generis   de tan colosal lume fue atribuido al chute certero de una vaca lechera que quería marcar su gol pensado que el mechero de un linterna a gas era una vulgar pelota. Por aquí, nuestras autoridades no se quedan cortas en atribuir hechos bizarros a lo que no pasa de una singela concentración del calor sobre la morralla seca.
Todas las plagas del pasado nos acechan ya en las puertas del presente. Y ninguna respecta el poder del dinero, ni la nobleza de los individuos. Atacan por igual a quien se interponga en su camino y no hacen diferencia si es un vulgo parroquial o un imperio bizantino. El hombre ha evolucionado dentro de un contexto del que forma parte. Y en ese contesto proliferan las plagas que cree haber conseguido extirpar. Enfermedades, consideradas extintas o confinadas en pequeñas regiones del planeta, resurgen poderosas e inmunes a los antibióticos. No es solo el poder destructivo de una explosión nuclear, o la chispa incandescente de un metanero al rozar las puertas de ferrolterra, ni tampoco el soldado americano encastillado en sus blindados de acero, la causa de nuestra preocupación en los días abastados de hoy. Los virus, bacterias y parasitas son causales de la gran mortalidad humana. Y, en este asunto, la tendencia es desanimadora para la medicina  moderna, que observa como el cuerpo es comido por el resurgir de antiguos enemigos trasvertidos con  nuevas infecciones.

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