jueves, 7 de octubre de 2010

CULTO A LA MÁQUINA

Yo sí se decir lo que se puede hacer para crear condiciones que den trabajo a más de doscientos mil desempleados. Muy fácil, que nos manden aplanar el monte Pindo con martillos y buriles; llevaríamos toda la vida en el intento. Otra condición sería abolir por decreto la existencia del insolente electrón, esa minúscula partícula que compite en la desventaja  absurda que tiene el nervio humano frente al nervio energizado de las herramientas motrices. Nada de música electrónica sería permitida, de tal forma que nuestros ecléticos músicos y musicólogos tendrían audiencia garantizada durante los descansos semanales. En el campo yo restauraría, como fuente de trabajo y producción de riqueza, la hegemonía del buey, la vaca, el caballo, la mula y… el burro del hombre que terquee en querer dirigirlos. En la política yo destacaría aquellos hombres, nunca una mujer, bien machos, muy feroces y de cultura seriamente amenazada por algún tipo sicopático, de esos que conducen al ejercicio continuado del esfuerzo físico, en beneficio de su soberanía mental sobre el ambiente mortal que roda a su vuelta.
Mi conocimiento no lleva mucha fe, pero creo que ya hubo un pasado avanzado en que nuestros antepasados conseguían, por tales medios, capitalizar trabajo abondo para toda la vida. Solo la muerte era capaz de privarlo de tan virtuosa fortuna.
Infelizmente, el inexorable giro de la tierra rabeando el sol trae tiempos nuevos a cada nuevo año. Y con los nuevos, las ideas antiguas se transforman en una especie de metástasis capaz de crear cuerpos nuevos que, para crecer, vivir y morir, habrán de alimentarse de los viejos, destruyéndolos para ocupar su lugar.
Todo comenzó con algunas pequeñas observaciones seguidas de gran reflexión. Una vara afilada, lanzada hacia el agresor animal desde una prudente distancia, permitió descubrir el intrínseco poder de una herramienta y su correspondiente maleficio para la economía obrera. Algunas horas de trabajo de un hombre hondeando la selva era suficiente para proveer carne a toda su familia y mantenerlos en perfecto ocio, hasta que  la carne se pudriese enterrada en un silo y los viejos morían aburridos en un asilo.
El gran problema de la humanidad surgió cuando a alguien le ocurrió inventar el lema de “creced y multiplicaros” Y la humanidad se deshumanizó por un principio de fornicación a todo momento. Hasta que el palo de la vara perdió su eficiencia para dar lugar al metro regulador de cualquier existencia. Con el padrón metrológico medimos la eficiencia de la productividad, y con el mismo padrón fuimos abandonando la eficacia del método en conseguir otra cosa que no fuese mucho trabajo para pocos y ocio mortal para muchos. Y así alcanzamos el siglo XX. Fueron tiempos felices de esperanza, porque, aprendiendo a crear máquinas, creíamos que seríamos sus dueños y ellas trabajarían eternamente para nosotros. Pero ahora estamos en el siglo XXI, y el siglo XXI cobra el cultismo a la máquina, haciendo que la fuerza motriz de su existencia se cebe en la rueda del tiempo con la desgracia del trabajador humano.

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