domingo, 25 de septiembre de 2011

MEJOR TRATO


Sin ninguna mácula por el asombro que me causa hoy su lectura, recuerdo el trato a mi ofrecido en el primer año de los años sesenta en un país alejado al sur del Ecuador y oeste del meridiano Zulu. Tal recuerdo me hace pensar que desde el lado del poder todo se aprovecha cuando se puede tirar provecho de la inocencia de quien nada puede en su condición de emigrante. En aquella ocasión el gran resentido fue el bolsillo, que vio como se aliviaba del peso de algunas pesetas, transformadas en dólares a la paridad caprichosa de cambistas, cuando se alojaban, por virtud de impuesto al transito de mercancías (modesto regalillo de un paisano para otro paisano)  en el holgado bolso del guardia de aduanas.

Viajando en tren de carga desde Madrid hasta Santiago, en amplio vagón con todos los asientos a servicio de mis espaldas, que recomendaban echar revigorante soneca, fui asaltado por amigos de lo ajeno. Cuando desperté de un sueño turbulento, mis narinas registraban resquicios de sabor azucarado y picante, típico de un anestésico popular. No me robaron ni lienzo ni documento, que era lo que yo llevaba en complemento de una tarjeta de crédito, pasaporte y una enorme esperanza de reintegrarme en la comunidad de España, mi original nación.

El mundo evoluciona permanentemente, amigo Alf. Hace prueba de esta evolución el condicionamiento morfológico de la razón cuando en el interior de un banco viajamos por el tiempo que transcurre entre el momento de entrada y el instante de salida, tiempo en el que hacemos meritos a  parcas unidades monetarias licitadas por cuenta de la jubilación. Es fácil vernos confinados en curralitos semejantes a aquellos que en modernas granjas conducen terneros al matadero. Semejantes en la idea, pero muy diferentes en la materialidad. El buey no tiene otra alternativa sino seguir adelante, delimitado su cuerpo entre estacas y algún palo que los estimula a progresar en su lenta caminada hacia el estómago de otro mamífero, ser racional  de la compleja escala animal. El hombre, sin ningún otro motivo que alguna reta colorida trazada sobre el suelo, se comporta como animal de picadero, y, si por alguna distracción del sentido se desvía del trazado, a su lado muy galante otro animal le recuerda donde debe estar para esperar el turno de obediencia a órdenes de generales empleados, con mando sobre la caja y capricho de emperador. Es indignante, lo se, pero no asombra a quien ha vivido oyendo el rock de la negra sombra, muy al gusto de las mirandas ártabras de la paisanía de los penabravas, en su acotío y agitado interconturveniencia.

Deseo sinceramente que le salgan bien las cuentas y que, entre otras cosas, la mala hierba crezca menos dañina a la España armónica y ecológicamente equilibrada que ambos deseamos, y que el amor entre sus paisanos supere la idolatría al dinero en sus más variados, macabros y escandaloso santuarios.

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