sábado, 17 de septiembre de 2011

VOCES DE PRIMAVERA



La primavera se aproxima. Lo se porque allá en el horizonte, sobre la línea que separa el cielo de la tierra, el sol se pone a medio camino de su viaje hacia el sur.  Puntual esa maravillosa esfera radiante de luz. Se posiciona vanidosa para despertar mi orgullo de poder verla. Y yo veo sus luces con la intensidad que mis sentidos la perciben, casi siempre por el reflejo que brota de su  naturaleza. El destello de los colores activa la sensibilidad de mi sentimiento, haciendo que momentos del tiempo que huye graven el presente para que en un instante futuro recuerden el pasado. Mi pasado, que cuando lo evoco, se muestra vello, alegre, colorido y feliz, como en estos momentos de éxtasis fugaz, al ritmo balsámico de ese viejo vals, escrito en lengua de líneas y borrones por el siempre eterno joven Johan Strauss.

Durante mis primeros 20 años, todo atardecer de sábados, domingos y días festivos, por la estrecha calle que une la plaza España al cruceiro de la puerta del sol se coleaba el son palpitante que brotaban en los altavoces del cine España. En el primer tercio de estos cuatro lustros la recuerdo brillante, firme, tocada sin hesitación o fallas en el giro gramofónico. En una segunda fase, veo como los mozos del pueblo se aprovechaban de las ondas sonoras para buscar sus pares y hacerlos rodar en dulce frenesí, unidos físicamente por la mano izquierda del joven y derecha de la dama, mientras que la otra mano, izquierda de la doncella, descansaba sobre el hombro mancebo, ella muy segura en su movimiento centrífugo por el abrazo centrípeto del hombre deseado. Pasaran veinte años cuando, observando todo el patrimonio cultural que yo iría abandonar por motivos que exigían buscar esperanza de futuro en la emigración, sentí con tristeza la transmutación del sonido, de la pureza original para secuencias de intervalos ásperos y ruidosos, como si quisieran mostrar cierto cansancio o desgaste por el consumo insistente de las cuerdas que hacían girar el disco de vinil,  en aquel momento seriamente dañado por la púa que le arrancara tan dulces melodías.

Era señal para un cambio necesario, para la etapa adulta de un joven que, aún sin edad legal para salir al mundo, deseaba ardientemente descubrir otros horizontes. Y así yo fui cara arriba, por la gran cuesta de la avenida Finisterre, al encuentro de los cuatro caminos, con la esperanza de que yo sería capaz de escoger el mejor destino; un poco atrofiado, confieso, por dos deseos en conflicto, el de quedar y el de salir. La ilusión me envolvía por la creencia de regresar sano, feliz y con algún dinero para construir mi nación. Sería una nación a imagen y semejanza de la que mis padres habían construido, tal vez un poquitín mejorada, o así yo creía que podría conseguir sin ninguna otra razón que la fuerza de mi voluntad y la tenacidad de un esfuerzo continuado.


La primavera la veo imperiosa, escrita en compás ternario, diferente de lo que sería lógico representarlo por compás de cuatro por cuatro, o ciclo de cuatro estaciones con una negra en cada tiempo o, lo que sería lo mismo, dos blancas en cada compás, que también pueden ser substituidas por una bien redonda durante el tiempo de opulencia musical, en el que una sola nota basta a nuestros sentidos. 
  
La distancia entre dos extremos sirve para describir la inestabilidad existente entre ellos. Así la vida va siendo escrita con múltiplos codas, que envuelven repeticiones seguidas antes del sufrido soplo final. En las diversas secciones de nuestra vida encontramos un D.S. al Coda orientando nuestra visita al origen. Y así vamos tocando la vida hasta encontrar el verso final, marcada por D.C al Coda, lo que nos indica que, en el tiempo que nos queda, debemos rememorar desde el inicio toda la melodía tocada en las diversas claves, al ritmo de la ilusión que en el inicio la partitura prometía. Vemos como la redondez de una ilusión gigante se disipa por diminutas a la brevedad difusa de innúmeras semifusas, todas arpilladas en clave de Sol, algunas veces, en clave de Dolor mayor en otras tantas.

 

Estoy parado, poco hago, poco puedo hacer. Las leyes poco hacen por mí. Casi siempre entorpecen una buena idea o promueven que la razón se doblegue al instinto. El instinto clama prudencia a la virtud que todo lo presiente. La prudencia discierne con argumentos de la razón  y esta busca en los sentidos el necesario suporte a la percepción clara de las ideas que, alcanzado el momento, queremos dar rienda suelta. Y el momento llega, en función de algunas decenas de vueltas en clave de sol redondo, para anunciar la cuadratura de la lúnula en algún instante que la Tierra se interpone entre Sol y Luna.

Llega la primavera. Por encanto florecen los campos. El color adquiere brillo. Vuelve el pájaro sabia con su canto de amor. El día se ensancha ofreciendo espacio a la vida.  Es tiempo para volver a correr.

Correr, ¿para que? La cabeza ordena, el cuerpo no obedece, los órganos se revelan, ya no admiten el comando del cerebro que insiste en mandar del modo como siempre ha mandado. Manda que compremos el tiempo para aplicarlo en deudas;  los órganos se desgastan al pagar lo que nos imponen. Por tributación todos perdemos tiempo, mucho más que el tiempo investido en impagables deudas. Buscamos equilibrio por el camino de las quejas intensas. La emoción domina el nervio que enerva el músculo y el músculo nos da valentía para reiniciar combate. Olvidamos el peso de la masa, que  sin ideas nada vale, aunque a todos pese. Sin tiempo para el tiempo no hay vida que resista. Y sin vida, la deuda se apaga como la llama que vive ciega.


Viene la primavera. Llega para consolar la tristeza del invierno. Es una primavera diferente. Hoy yo soy diferente. Vivo indiferente, con emociones escondidas en los recuerdos del nada. Tengo opinión hostil, nula en la reacción, inerte en la acción, contribuyo al olvido de lo que no deseo recordar. Soy una piedra blanca en un agujero negro, me veo rodeado de espuma por todos los lados, donde siempre puedo caer. La burbuja me ofrece su mano y mis nervios la agarran con frenesí. Y así voy cayendo del lodo al hoyo y del hoyo al barro. Indiferente, sin destino, sin humor y con amor cadente, sin fuerza para soplar. Piel seca, tez pálida, ojos fijos en un punto perdido en el olvido. En la Plaza del Olvido, donde brota un fino hilo de recuerdos con papeles y documentos de España. Certifican que nací libre  para vivir sin libertad, pues la libertad no es nada cuando cativo se vive. No obstante, la libertad era todo cuando en la juventud tenía fuerza para buscarla al desabrochar felicidad en los días de primavera.


Me creo un genio en la calidad de un ser que tiene Eugenio por nombre y Cándido Ingenuo por apellidos. Existo porque pienso y el pienso me deleita como deleita a cualquier otro animal, a cualquier hora, aunque la hora sea ahora y digan que es tiempo incierto y el lugar un sitio muy equivocado. Digo lo que digo con toda humildad, pues es sabido que el cielo se construye por los humildes a toque de bastón, palo y vara y por allí andaré yo a la hora de nuestra muerte, amén.

Por mi propia orden yo tiento hacer lo que digo para ver como todo se desordena en el silencio de la respuesta. Me levanto, doy un paso, después otro. Camino lento. La meta se me ofrece a largo plazo. El fin viene primero, a plazo fijo, y por eso muestro valor, aunque por eso se que nada valgo. El futuro es hoy, que pasado fue ayer  y mañana quizá no exista, pues, como a Dios nadie lo vio jamás, también jamás nadie podrá ver el futuro, pues siendo mañana mañana ¿como podemos decir que pasando hoy estaremos en el futuro que se ha hecho presente, que si lo sentimos fue porque ya pasó? Sería como tener en las manos hoy el futuro de ayer y maña el pasado de hoy para quedamos unidos por la fusión de dos tiempos que se organizan en un eterno presente. Un presente que presenta la impresión de que yo vivo muerto en la eternidad de los vivos. Y la eternidad llega con  aire  de primavera. Y la primavera viene para endulzar mis pensamientos con aromas y colores del bosque, donde todo se renueva con soplo de vida nueva, al estilo metafórico de un tiempo que, una vez pasado, se nos figurará mejor.

Ao longe, ao luar, no rio uma vela, serena a passar, que é que me revela?
Não sei, mas meu ser tornou-se-me estranho, eu sonho sem ver os sonhos que tenho.
Que angustia me enlaça? Que amor não se explica? E a vela que passa na noite que fica.

(Fernando Pessoa).

A lo lejos, bajo el brillo de la luna, veo pasar una vela serena sobre el rio, ¿que es lo que revela?
No se, mis sueños son extraños, yo sueño sin ver los sueños que tengo.
¿Que angustia me absorbe? ¿Que amor se repliega? Es la vela que huye en la noche que queda.

1 comentario:

  1. Permítame corregirle pues, más que de nombre Eugenio, yo le diría Un genio.

    Unha aperta desde Cee.

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