jueves, 29 de diciembre de 2011

FÉNIX


No consigo resistir a esa poderosa fuerza que impulsa mi voluntad por la senda del plagio que, por el hecho de que así pueda ser considerado, repugna mi conciencia por todas las células del cuerpo que le ofrece albergue. No obstante, en defensa de mi alma pecadora, debo advertir que mis calcos son copias particularmente originales, pues habéis de reconocer que no existe plagio más original que el mío, dado que por mucho que miréis jamás encontrareis dos iguales.

Expuesto lo dicho,  sigo al arbitrio de mi voluntad, que en este momento ordena marchar al toque de lo que dice mi estimado colega Paul Krugman:

La deuda pública es dinero que debemos a nosotros mismos.

No podemos transmitir la deuda soberana a nuestros hijos, ni siquiera obligarlos en los encargos de esa enorme deuda. Lo máximo que podríamos imponerles, dentro de todo lo malo que podemos hacerles, es impedir transmisión de nuestro patrimonio particular en cualquiera de sus diversas formas.  Pero, a lo largo de un corto periodo que significa la vida biológica, todos, si excepción,  estaremos transformados en polvo o humo. Con la anómala excepción de algunos resistentes huesos, es previsible pensar que toda columna acreedora, siendo transmisible, también alcanzaría nuestros hijos de quien, en el caso de la deuda soberana, pensamos que son todos residentes nacionales.

Puestos los pelos de punta, pensemos ahora como pueden ser alisados y acomodados bajo el resplandor de la brillantina.

Nuestra deuda es enorme y, por la grandeza de su tamaño, nunca seremos capaces de pagarla. Simultáneamente, los haberes que hemos comprado al coste de la deuda soberana jamás serán nuestros, por la imposibilidad de su liquidez. El significado inmediato derivado de lo que acabamos de decir es que deuda y haber serán repasados a nuestros hijos y de estos a nuestros nietos, bisnietos, tataranietos… en su justa forma de equilibrio perfecto, esto es, debemos mucho, no pagamos nada, luego a largo  plazo o sobra todo o no sobra nada. Siendo así, como a Krugman se le ocurre y a mí por este modesto plagio así parece, es imposible transmitirles por nuestras narices el peso de la deuda que algunos quieren que se les impongan a nuestros herederos.

No obstante, en la presente generación vivimos un grave problema de distribución de los componentes del haber y del deber y nada hay que obligue futuras generaciones a promover manutención del estatus quo pavoroso que tan dolorosamente nos atormenta. Como sociedad organizada, el bienestar de nuestros hijos será determinado por la productividad de la economía, el estado de la infraestructura y las condiciones físicas y sociales del medio ambiente en que habrán de asentarse en los diferentes momentos de la historia.

Algunos podrán hacer hincapié en el supuesto de que la deuda nacional sea propiedad de extranjeros, hecho que puede ser verificado por el resultado de la balanza comercial, de cuya figura podemos extraer números avalados por el Banco de España, el INE y Eurostat.

90 % de la deuda bruta española está registrada en euros, lo que mitiga el riesgo frente a una posible valorización del dólar. También, siguiendo el raciocinio de Krugman, por la deuda en euros se hacen acreedores todos los residentes de Europa, de la misma forma que en Norteamérica los americanos lo son del dólar. Y ahora, por merito del euro, nuestros hijos y nietos son europeos, luego 90 % de la deuda es deuda que debemos a nosotros mismos, los europeos.

Para reducir deuda en valores reales se emite moneda por idéntico valor ficticio, a lo que le sigue un ajuste de mercado aumentando precios sin aumentar el coste, y cuando los sueldos se unen para hacer frente al desbaratado ajuste la economía está a todo vapor preparándose para un momento de inestabilidad social.

Me gustaría terminar este incongruente follón con una conclusión bien conclusiva. Infelizmente, por la incerteza de lo que venga a seguir, uno jamás puede concluir cosa alguna, apenas esclarecer por el pensamiento de Krugman que la deuda nacional no tiene el mismo significado que tiene la deuda de una persona. Las deudas personales pueden ser cobradas por la justicia local, siempre que se muestre amparada por la fuerza de un soldado bien armado. La deuda de España necesitará un ejército bien trenado, pero no habrá cualquier motivación fuera de Europa en constituirlo puesto que un miserable 10% no compensa el riesgo; pero la deuda de Europa, formada con 40 % de deuda externa, si ella está afincada en el dólar americano es la que más peligro corre, mismo acostumbrada a renacer de sí misma como la ave Fénix.

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