LA LETRA Y EL ESPÍRITU DE LA LEY (II)
Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo XVIII (de no sé cuantos)
Fue de esta forma
que Shilock vio como podía llevar a buen cabo su malvada venganza.
Venia por la
avenida de un gran barrio de la ciudad de un santo cualquiera el mister Y, en
pasos lentos, cabizbajo, ensimismado en
problemas personales.
-
Buenas tardes, mister Y. Yo quería hablar con usted,
si usted me lo permite.
El mister Y, ahora
y para todos los efectos llamado Antonio, en un rápido relance observara la
actitud amistosamente complaciente del señor X, también ahora y para todos los
efectos llamado Shilock, paró al acercarse a Shilock y permitió que este lo
asediara.
-
Antonio, hace tiempo que yo quería hablar con usted.
Quiero pedirle perdón por todo el mal que yo le he hecho. No sé donde yo tenía
la cabeza. Soy un hombre religioso, quiero redimirme y solicito su amistad.
-
Shilock, yo no guardo rencor, mi corazón no conoce
su pena. Si me pides perdón yo te lo doy sin costo alguno. Ocurre que yo sufro
un grave mal provocado por usted. Vengo de una clínica, allí han diagnosticado
el estado lastimado de mi boca. Dicen que tiene remedio, pero me cobran lo que sin
milagro yo no puedo pagar.
-
Si usted permite que yo examine su boca, por favor,
suba conmigo al consultorio y yo veré lo que puedo hacer.
Seria este el
milagro esperado por Antonio? A fin de cuentas Shilock conocía perfectamente la
estructura de los males que últimamente afligían la vida de Antonio.
-
Porque no confiar en Shilock?
Antonio era un
hombre de buen corazón, amaba la vida, había vivido bien, tenía respecto
social, el amor de los suyos, entendía de justicia restaurativa, había
practicado sus buenos principios contrastándolos con la disparatada contra
argumentación de abogados y fiscalía en
audiencias públicas, en las que él había sido miembro de juri popular. No veía
motivo para que dos personas que en el pasado se hubieran desentendido, en otro
momento de sus vidas la conciliación había de ser imposible.
-
Está bien, yo subo con usted.
Los dos subieron al
consultorio situado en el primer piso de un edificio comercial. En este momento
el espíritu de la intención de Shilock no conciliaba con la pacificadora
expresión de sus bonitas palabras. Pensaba –“este católico dice que me perdona
sin cobrar nada, solo para ofender mi trabajo de digno usurero. Voy preparar
una celada en la que él va caer como un manso cordero. Le odio porque es
católico y los católicos no pactan con la usura. Si alguna vez puedo
sentarle la mano en sus riñones,
satisfaré por completo el antiguo rencor que siento hacia él”.
Después de un
exhaustivo examen, Shilock declara:
-
Esto no es nada. Deme usted los tres mil ducados que
yo di a su abogada y yo le resuelvo su problema con mi mano derecha atada al pie
izquierdo.
Antonio no entendió
nada. O mejor, quiso entender lo que en aquel momento le convenía entender: un
problema serio de salud bocal que se alastraba por más de ocho años podía ser
resuelto con extrema facilidad y a un coste que era posible suportar. Este
Antonio, diferentemente de su homónimo veneciano, no tenía buques comerciando
por los mares del mundo, pero tenía crédito y podía retirar dinero
consignándolo al pagamento de su jubilación. Antonio era un ingenuo hombre con buen genio, “he
was an innocent man”
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